Cap 4

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Una de las cosas más difíciles es guardar en el corazón palabras que no puedes pronunciar

——James Earl Jones

Llegamos a casa a las tres de la tarde y supe que ya no podía escapar más, tenía que llamar a Abel. ¿Por qué me sentía tan rara? Tal vez por la pelea, no recordaba que nos habíamos dicho. La verdad es que últimamente peleábamos mucho, era una mala época. Pero yo siempre pensaba que era normal y que se nos pasaría. Nos amábamos demasiado como para terminar por alguna tontería.

Marque a su casa y me dijeron que no estaba busque mi celular instintivamente, pero había perdido mi bolsa aquella noche, con el teléfono, las llaves de mi casa y la cartera. Mama estaba en la cocina preparando algo. Era el primer momento en que me dejaba sola desde la noche anterior. Aproveche para encerrarme en mi cuarto y llamar al celular de Abel.

--Hola, Lucrecia... ¿alguna noticia? ---su voz sonaba esperanzada. Había reconocido el teléfono de mi casa.

--Abel. . . soy yo---.Se hizo el silencio. Escuche su respiración mientras mi estómago se encogía hasta dejarme sin aire. Repetí su nombre y me pareció que sonaba hermoso. Abel... el amor de mi vida.

--Maya... regresaste.

--Si, y estoy bien. Todo está bien. ¿Dónde estás? ¿Vienes?---dije, todo en menos de cinco segundos.

--Pero... ¿Qué te paso? ¿Dónde estuviste? ¿Cómo regresaste?---El, en cambio, hablaba muy lentamente, como si todavía no supiera cómo reaccionar. Sonaba tan raro que me pregunte si mi regreso le parecía más bien una mala noticia. Estaba un poco enojada pero trate de controlarlo, tal vez es solo el shock le hacía actuar así.

--la verdad es que tengo algún tipo de amnesia y no sé muy bien lo que paso. No recuerdo nada de esa noche. Solo sé que fuimos al Lujo y que discutimos de alguna tontería, como siempre... ¿Dónde estás? ¿Por qué no estás aquí?---me queje. De pronto, todo el miedo se desvaneció y tenía urgencia de verlo, de ponerme de puntitas para alcanzarlo, de ver sus ojos, de acariciar sus mejillas y besar las pecas de sus pómulos.

--Dijiste... dijiste que no querías volver a verme nunca más en tu vida.

No recordaba nada, pero podía haber dicho eso. Nuestras peleas eran muy intensas, pero duraban poco, y luego venían las reconciliaciones, los besos, las promesas, y algunas semanas tranquilas.

--Era una pelea. Seguro no dije eso. Y si si, no era yo---dije. Sonaba muy estúpido, pero no sabía que decir. Recurrí al contraataque.---Además, seguro tú también dijiste cosas horribles.

--Pues si---Admitió---. Luego te pusiste a coquetear con ese yuppie, en mi cara. Y yo...

--Te fuiste---complete. No lo recordaba, pero era típico de su carácter y la causa de grandes peleas. Solía pasar que en vez de quedarse y discutir conmigo, se iba de mi casa azotando la puerta y cuando se calmaba el ánimo, casi siempre al día siguiente, llamaba. En una ocasión me había dejado sola en un restaurante. No se lo perdone por semanas.

--Si. Pero después te llame y nunca contestaste. Creí que seguías enojada, y la verdad yo estaba furioso. Pensé que si hablábamos acabaríamos cortando, así que era mejor que ni me contestaras. Y regrese a mi casa. Además llevábamos semanas peleando a diario, y...---. Por momentos sonaba enojado, pero en general solo parecía incómodo y confundido. Como si no supiera que esperaba de él. La verdad es que siempre yo necesitaba la mayor cantidad de datos posible.

--Y yo me quede en el Lujo—dije en voz baja, más para mí que para él. Y, pensé, paso algo con una pluma fuente y un papel.

--Después---continuo---, a las tres de la mañana, hablo tu mama a decirme que no habías regresado. Yo hasta pensé que igual y habías pasado la noche con ese tipo, no sabía. No me preocupe realmente hasta la tarde del domingo, solo seguía enojado.

--¿Cómo iba a pasar la noche...?---. Que se le hubiera ocurrido eso me irrito, pero sabía que no era lo más importante y me controle. Además no podía defenderme, no recordaba si había coqueteado o no con ese hombre ni de qué forma. Nada de eso importaba, quería ver a Abel. Presentí que no pensaba venir, y fue como si una sombra gigante me congelara.

-¡No podía saber—grito---! Tú dices que no te acuerdas ¡ ! Tal vez si lo hiciste! ¿Qué hiciste? ¿Qué paso?

Mis músculos se tensaron y me quede parada, con el teléfono en la mano, rígida como una piedra. La mandíbula comenzó a temblarme y quise romper la pared de un puñetazo. Era increíble que Abel pudiera darle más importancia a sus celos que a la posibilidad de que algo horrible hubiera pasado.

--Voy a colgar---anuncie lo más calmadamente que pude. Mi voz sonó como un gruñido.

--Maya... No, perdóname, soy un imbécil. No sabes cómo he estado.

Colgué el teléfono y estuve sin moverme varios minutos. La noche había sido una estúpida pelea más y yo estaba dispuesta a ignorar todo lo que había pasado (era más fácil porque no lo recordaba), incluso pensaba que Abel me hubiera dejado abandonada en ese bar. Pero no podía aguantar que me acusara. Nunca había sentido a mi cuerpo enfurecerse tanto. Hasta me había bajado la temperatura: tenía las manos heladas.

Me sentía completamente confundida. No estaba segura, pero parecía que Abel y yo ya no éramos novios. Era imposible de creer. Llevábamos juntos más de un año, y apenas me empezaba a acostumbrar la idea de que nos quedaba toda una vida por delante. Ahora quien sabe que pasara con nosotros. Finalmente solté el teléfono y fui a ver las fotos. Empecé a sentir mucho frio me metí bajo las cobijas. Tenía ganas de llorar, pero las lágrimas no venían, era como si estuviera helada por dentro y por fuera, totalmente seca y helada.

Tal vez las cosas que yo le había dicho ameritaban que me dejara ahí. Tal vez yo estaba coqueteando descaradamente, por lastimarlo. Había echado todo a perder. Y mi desesperación había sido mi culpa, después de todo hay que ser muy estúpida para irse con un extraño en la madrugada. Abel tenía razón de odiarme. Aunque, si no se hubiera ido, quizá nada hubiera pasado. Quise aferrarme a esa última idea para poder culparlo, pero no estaba convencida de nada. Me encogí más y más, pero el frio no se iba. Oí a mama llamándome, pero no encontré fuerzas para contestar. Al poco tiempo vino a ver si todo estaba bien. Destapo mi cabeza y se me quedo viendo con un gesto preocupado.

--¿Hablaste con Abel? ¿Va a venir? ¿Qué pasa, chiquita?

Este era el momento para que las lágrimas fluyeran y alguien me hiciera sentir mejor, pero no lograba llorar.

--¿Quieres que te suba algo de comer? Hice milanesas...---Estaba hueca y hambrienta, pero la pura idea de las milanesas me hizo sentir nauseas. Hice que no con la cabeza.--- ¿Qué Quieres?---pregunto desesperada.

--Abel no va a venir... Me odia. Parece que nos peleamos esa noche. No sé si va a venir... nunca más---dije, y escondí la cabeza bajo las cobijas.

--ustedes siempre se están peleando, hija, pero no creo que sea el final de todo... no sabes lo preocupado que estuvo, hable todos los días con él. Va a estar bien, dale tiempo.

No insistió con lo de la comida, y se lo agradecí. Dijo que estaría en su cuarto y me dejo sola. Me pare frente al espejo del baño y no reconocí mi cara.

Mi palidez había evolucionado a un tono azulado, probablemente por la falta de alimento o por la llamada telefónica. Analice mis ojos5◘ se veían mas hundidos que de costumbre y estaban rodeados de un círculo morado. Me sentí enferma. Volví a la cama y caí en una especie de adormecimiento pesado y triste. No lograba olvidar la voz de Abel. No sabía quién tenía la culpa.

Me levante en la madrugada. Estaba, más cansada que antes de acostarme. Además tenía un dolor de estómago que a cada segundo subía de intensidad. Era sábado y aun me quedaba el fin de semana para no pensar en el colegio. No podía dejar de pensar en Abel. Me resistía a creer que se había terminado. Todo era una enorme confusión, y no sabía que sentir ni que pensar. Pronto recordaría y aclararíamos todo y la vida seguiría su curso.

ɠơɬɧıƈ ɖơƖƖ - [¿Reanudada?.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora