(2do cap) Hubo...

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Hubo momentos en que no solo me

Olvide de mí, sino también de lo que soy

—Samuel Beckett}

Simona llego, al fin. No supe cuánto tardo, a veces me parecía que el tiempo transcurría insoportablemente lento. Estuve moviéndome en busca de sombra, pero el olor a papel quemado estaba tan impregnado en mi nariz que ya no sabía si venia adentro o afuera. Deje de ver a las personas y los sonidos pasaron a segundo plano, pues aunque trate de ignorarla, la película mental de esa Maya agujerada y escupiendo sangre por todos lados volvía con frecuencia casi regular y yo tenía que estar lista para cuando atacara. La angustia que me provocaba bloqueaba el cansancio y el ardor, y me devolvía de inmediato a la humedad de aquel patio negro.

El coche rojo no pasó desapercibido. Avanzaba como un carro de carnaval que quisiera asegurarse de que todos lo veían. Me sentí avergonzada de que viniera por mí, pero pensé que realmente no había alcanzado ninguna clase de hermandad con la gente de esa calle, no era uno de ellos. Detrás de los vidrios polarizados estaba Simona, buscando a una Maya muy diferente de lo que la esperaba. El coche pasó frente a mí y siguió de frente. Fui tras él y agite los brazos, pensé que Luis me vería en el espejo retrovisor, pero no.

--¿Cómo vino a meterse aquí la señorita Maya?—pregunto el chofer con la voz tensa.

--No tengo ni idea, pero estate atento, Luis, busca la papelería.

--Si señora.

Estaba a varios metros atrás y aun así oía cada palabra. Corrí paralelamente al coche y me detuve a centímetros de la defensa.

--¡Dios mío!—exclamo Simona. Luis encendió los limpiadores para ahuyentar a la limpiavidrios que habían creído que era.

--¡Tía!—grite. Pude sentir las miradas de la gente alrededor. Debían pensar que estaba loca de remate.

--¿Maya?

El auto se detuvo y Simona bajo del asiento trasero. Iba a abrazarla cuándo e pronto me sentí terriblemente avergonzada. Trate de cubrirme el pecho y después me lleve las manos a la cabeza por costumbre, para intentar arreglarme el pelo. No pude ni penetrar ese enjambre. Retrocedí, asumiendo que mi tía no querría tocar a una criatura tan inmunda. Se tomó unos segundos para mirarme con los ojos muy abiertos. No quería creer que en verdad fuera yo. Sus arrugas rellenas de maquillaje se acentuaron, su nariz se encogió involuntariamente. Vi su cara en lo que no quería ver en la de mama: la comprensión de que algo espantoso había pasado.

--Chiquita...--murmuro. Si me decía mi mama. Simona se acercó y sostuve mi cara entre sus manos. Permanecimos así unos instantes. Mis mejillas sentían el pulso acelerado de Simona a través de las palmas de sus manos. Hasta creí escuchar su corazón y recordé a la perra callejera. Quizá podría pedirle a mi tía que la buscáramos y la lleváramos con nosotras. Ella también merecía que la salvaran.

--Vámonos de aquí---dijo, y me empujo suavemente hacia el auto.

--Estoy muy sucia—dije, apenada.

--No sigas tonterías. Súbete y vámonos.

Obedecí. Luis me saludo con una inclinación de cabeza. Imite su gesto y voltee de inmediato al exterior para evitar reconocerme en la mancha negra del espejo retrovisor. Comenzamos a avanzar, al fondero de frente grasosa, a la mujer que pudo haberme ayudado y en vez compro un bolillo para sus seis hijos, y al patio negro.

El asiento de piel adhirió como una lapa a mis muslos pegajosos. El olor a nuevo del auto me hizo sentir que volvió a la civilización y sonreí. Me habían rescatado, la pesadilla había terminado. Simona volteaba a verme cada treinta segundos y al comprobar que esa vagabunda era en efecto su sobrina, su cara se deformaba y ella corregía esa expresión involuntaria sonriendo. Me alivio que no supiera formular las preguntas cuyas respuestas yo no tenía. Luis fue menos discreto y abrió las cuatro ventanas a pesar de encontrase en una colonia de tan mala espina. Debía de pensar que lo peor de la colonia ya estaba a bordo. Busque con la mirada la fonda aunque sabía que estaba oculta con una calle a cuadras de ahí. Me habría encantado pasar frente al toldo naranja, asomar la cabeza por la ventana o, mejor aún, por el quemacocos, y enseñarle al dueño el dedo medio de mi mano derecha, bien estirado y asqueroso que estaba. Como un reflejo, llego a mi mente la voz de mama: ''Hay que agradecer, hay que agradecer''. Siempre decía eso cuando se enojaba o deprimía, para recodarse a sí misma que, a pesar del mal momento, las cosas buenas en su vida excedían a las malas.

--¿Quieres ir a tu casa, Maya?.

--¿Podemos ir a la tuya?.

--Ya oíste , Luis.

Le dije a Simona que necesitaba bañarme y asintió.

--Déjame llamar a tu mama, necesita verme

--Pero no necesita verme así, tía---dije. Asintió y el resto del camino transcurrió en silencio. Luis se estaciono y al bajar del coche la piel del asiento se despegó de mis piernas sin ganas.

--Usa mi baño, ahora te llevo un cambio de ropa. Pero ¿puedes, Maya? ¿Necesitas ayuda para bañarte? Creo que te tiene que ver un doctor...---, y empezó a caminar nerviosamente, como si el doctor se le hubiera perdido en la cocina.

--No tardo nada---dije, y subí las escaleras de tres en tres. Siempre las subía de dos en dos. En fin. Llegue a su cuarto y el efecto de la adrenalina se acabó: la sensación de seguridad fue tan fuerte, que me recorrió un escalofrió de pies a cabeza, un escalofrió de puro placer al ver la cama hecha, el escritorio, el closet ordenado de Simona. Mi pecho empezó a temblar y empecé a gemir. Estaba feliz de estar en una casa civilizada. No recordaba nada todavía, pero el placer de lo conocido era tal, que no me esforcé en pensar.

Entre al baño y me vi ligeramente en el espejo. Había perdido al menos cinco o seis kilos y el olor de mi piel era imposible de adivinar bajo todas las capas de suciedad. Tenía tantas heridas que no sabía cuál había salido la sangre que manchaba toda mi ropa. Recordé el charco de sangre del callejón... ¿de quién sería? Si yo hubiera perdido tanta sangre, no habría vivido para contarlo. Tire todo lo que traía puesto al bote de basura, incluyendo el zapato. Abrí el grifo caliente y casi grito de dolor: mi piel estaba quemada y necesitaba agua fría. Esperaba una sensación desagradable, pero me sentí inundada de felicidad. El agua resbalaba por mi cuerpo y llegaba a mis pies de color café. Intente deshacer la trenza, pero mi pelo estaba tan sucio y enredado, que mejor saque unas tijeras del cajón del lavado y empecé a cortar mechones completos que caían al piso y se atoraban en la coladera. La labor no era tan sencilla. Seguía en eso cuando escuche la voz de mama. Simona la había llamado. Antes de que pudiera reaccionar, entro al baño y la puerta se estrelló contra la pared escandalosamente.

--¡Maya! ¡Estas aquí!---grito. Corrió a abrir la cortina y me encontró con las tijeras en la mano.

--¿Qué haces? ¡Dios mío, Maya, que haces!---Deje las tijeras a un lado e iba a explicarle, pero se abalanzo sobre mí. Se metió a la regadera y empezó a besarme la cara. Se empapo. Cerré el agua. Trato de acariciarme la cabeza y mis cabellos se enredaron en sus dedos. Nada le importaba. Nos abrazamos y de nuevo temblaba el pecho. Me refugie entre su hombro y su cuello, y el nudo en mi garganta se hizo más y más apretado. Mama me miro de pies a cabeza y su cara se contrajo de dolor. A mí, curiosamente, ninguna de las heridas me dolía ya.

---Estoy bien, mama, de veras ---le dije. No esperaba que me creyera. Nos vimos a los ojos y vi que tenía un millón de preguntas rebotándole en el cabeza, pero decidió esperar. Volvió a abrazarme y no me soltó por mucho tiempo. Después se salió de la regadera para que yo terminara. Ella, por supuesto, esperaba sentada sobre la tapa del escusado. No iba a dejarme sola ni un segundo.

--¡Pero no!---grito de pronto, antes de que yo abriera el agua--, ¡No debes bañarte! Tenemos que ir a la policía primero, que te examine un doctor y que les digas... ---Antes de que continuara la interrumpí.

--No podemos mama ---explique. Su cara preguntaba: ''¿Por qué?''. –Porque no sé lo que paso.

ɠơɬɧıƈ ɖơƖƖ - [¿Reanudada?.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora