CAPÍTULO 11

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Hemos hecho el amor, medio dormidos en algún momento de la noche, y ahora me despierto con el primer rayo de luz impactándome en el rostro.
JiMin sigue pegado a mí, mientras siento su respiración relajada contra mi espalda y su fuerte brazo sobre mi costado, al que los tímidos rayos solares arrancan destellos rubios.
Me separo con cuidado porque necesito mear, y salgo de la cama.
Mientras el caño impacta contra la porcelana me miro en el espejo. Tengo oscuras ojeras, pero una expresión de felicidad en mi mirada que no recuerdo haber visto hace mucho tiempo. También tengo manchas de semen seco por todas partes, lo que me hace sonreír.
Cuando vuelvo a la habitación y veo a JiMin desnudo, boca arriba, tapándose el rostro con el antebrazo, me asalta de nuevo el deseo de devorarlo.
Me tumbo con cuidado de no despertarlo. Tiene la polla relajada, descansando sobre el muslo. Es sorprendente que pueda ser tan grande incluso mientras duerme. Las venas que la atraviesan no tienen la densidad de cuando está repleta de sangre, pero se muestra nudosa, y rica también. El prepucio cubre el glande, pero deja ver la abertura, donde una costra de semen seco le da una consistencia ligeramente opaca.
Pendiente de no despertarlo, bajo el pellejo con dos dedos hasta dejarlo libre, y acerco la nariz. Me encanta este olor. Esta mezcla de líquido seminal, sudor y hormonas masculinas maceradas por unas horas de sueño.
Me la meto en la boca sin pensarlo, y aún así ocupa casi toda la cavidad.
—Qué rico buenos días —escucho su voz.
Me mira mientras se despereza.
Yo le sonrío con dificultad, porque tengo un carajo aquí dentro, y él se carcajea, y se muerde los labios.
Mi lengua provoca que la sangre le bombee rápido, y siento cómo crece hasta llegarme a la garganta.
JiMin me sostiene la cabeza con las dos manos para dejarla inmóvil, y se hace una paja con mi boca, utilizándome a su antojo. Tan a dentro que, varias veces, toso y lagrimeo.
No tiene prisa y yo lo disfruto, aunque me falta el aire y me duele la mandíbula.
En algún momento me da la vuelta para ponerme boca arriba. Pero mi cabeza sigue inmovilizada, y él se pone sobre mí, a horcajadas, para seguir follándome entre los labios, tumbado a todo lo largo en la cama.
Yo me masturbo, extrayendo el poco semen que aún me pueda quedar en los cojones.
JiMin se corre, pero esta vez me la saca antes de hacerlo, soltando toda la leche sobre mi cuello, mi barbilla, mis mejillas. Leche a borbotones que aprovecho con la lengua, tragando tanta como puedo.
Después nos duchamos y disfrutamos de nuestro último día en Nueva York.
En esta ocasión me dice que le gustaría que yo le enseñara lo que más me atrae de la ciudad.
—Estás perdido —le aseguro—, te vas a aburrir.
Me pongo unos chinos beige y un polo azul marino. Él un chándal negro que le da cierto aire de rapero. Pegamos poco, pero nunca me he sentido tan a gusto, tan compenetrado con nadie.
Lo llevo al Metropolitan y a la Colección Frick, donde pasamos toda la mañana y parte de la tarde. En esta última, hacemos el amor en los servicios públicos, encerrados en el cubil del inodoro, mientras los turistas entran y salen y yo tengo que morder el rollo de papel higiénico cuando me penetra, para que no se me oiga gritar.
La vuelta a casa es callada, taciturna. Oímos música y hablamos de deporte. En una estación de servicio me da un largo beso antes de bajar a repostar. Y retomamos la carretera con más música, que me suena muy triste.
En algún momento él me mira, apartando los ojos de la calzada. Me parece que le brillan, también que es una mirada diferente, llena de significado.
—Gracias —murmura.
Le respondo sorprendido.
—¿Por qué?.
Tarda unos segundos en contestarme.
—Por haber sido tan generoso conmigo estos dos días.
¿Generoso? Nunca he recibido tanto de nadie. Empezando por placer, siguiendo por cuidado, y terminando por atención.
—No ha supuesto ningún esfuerzo —contesto, y es una verdad escueta, porque soy yo quien está agradecido.
JiMin sonríe, y veo ese brillo pícaro en sus ojos que aparece cuando me va a decir una de esas guarradas que me encantan.

—He abusado de tu cuerpo como no recuerdo haber follado antes con nadie.

Me derrito por dentro, lo reconozco. Tanto que creo que me deslizo por el asiento del coche hasta quedar adherido al respaldar. Siempre he tenido la sensación de que nunca es suficiente: no soy lo suficientemente bueno en la cama, ni como amigo, ni como amante. Pero con él no ha pasado nada de eso. He sentido la confirmación de haber dado tanto placer a alguien que oírlo de sus labios es casi una revelación.
Imito su gesto de picardía.
—Te habrás llevado una imagen un tanto guarra de tu vecino de arriba —le guiño un ojo—. Pero te seguro que la mayoría de las cosas que hemos hechos han sido una primera vez para mí.
—Me llevo una imagen con la que pajearme durante mucho tiempo —me atrae y me besa—. Pero... ¿Se puede saber por qué hablamos en pasado?

Llevo todo el trayecto evitando esta parte de la conversación. La decisión es firme. Ayer no pude llevarla a cabo. Tú tampoco hubieras podido si una polla como la de mi vecino de abajo se hubiera mostrado ante ti, solo para tu boca. Hoy no puedo salirme de mis principios.
—Porque esto no puede repetirse de nuevo, JiMin.
Él me mira con cejas fruncidas.
—¿Por qué?

¿Cómo se lo explico sin hacernos daño?

—Porque no es lo que quiero —lo digo con amor, sin crispación, sin que suene a reproche—, una relación a escondidas con alguien que puede hacerme muy feliz en la cama, pero nunca se va a enamorar de mí. Eso lo decidí hace ya muchos años, y este fin de semana he descubierto que debo ponerlo en práctica.

Él mira al frente. Está muy serio. El sol ahonda en sus ojeras, las mismas que las mías, las que hablan del buen sexo que hemos tenido.
—No sé si voy a poder verte todos los días y no besarte —dice sin apartar los ojos de la carretera.
Me entran ganas de hacerlo. De tirarme a sus labios.
—Tampoco te lo mereces tú —respondo—. Ni Yerin. Hay demasiado bueno ahí dentro como para tratar de encerrarlo.
El coche recorre varios kilómetros mientras permanecemos en silencio y suena una música del Medio Oeste que dice que es su preferida.
—¿Entonces se ha acabado? —murmura al cabo de tanto tiempo. Esta vez si me mira. Sus ojos están tristes.
—Ni siquiera ha empezado. —Y es cierto—. Solo somos un par de tipos que han disfrutado de muy buenos momentos juntos y vuelven a ser solo amigos.
Asiente. Creo que sonríe.
—No puedo prometerte nada.
—Yo a ti sí.
Su sonrisa se ensancha. ¡Cómo puede ser tan guapo!
—Pon esa música que te gusta.
Suelto una carcajada porque sé a cuál se refiere.
—Es música marica.
Me guiña un ojo.
—Por eso.

Mi vecino de abajo | Adaptación Jimsu.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora