No nos hemos despedido.
O sí.
No estoy seguro.
JiMin ha estacionado el coche muy cerca del portal de nuestro edificio. Yo me he tirado del asiento antes de que podamos decir o hacer algo de lo que arrepentirnos. Cuando me ha tendido la mochila desde el portaequipajes he evitado mirarlo. Sí lo he esperado y, juntos pero en silencio, hemos recorrido el pedazo de césped que lleva hasta el ascensor.
Durante este breve trayecto solo hay una idea en mi cabeza: que haya un enorme cartel en la puerta que diga que el maldito elevador está averiado. Me da igual si es un problema eléctrico o una conjura alienígena que ha tenido por objeto estropear nuestro ascensor, porque no puedo estar encerrado con él en un espacio tan minúsculo sin pedirle que me haga el amor como un salvaje.
Cuando veo a los operarios trasteando dentro del cubículo casi gimo de alegría.
—Habrá que estirar las piernas —dice JiMin.
Yo asiento, pero apenas lo miro. Y no es por él, sino por mí. No me veo capaz de dejarlo así, sin más, sin comerle la boca y cogerle los huevos. Incluso sin hacer algo rápido y muy guarro en los escasos segundos que hay hasta la tercera planta.
Cuando llegamos ante su puerta arroja el macuto contra el suelo de madera.
—Supongo que hasta aquí hemos llegado.No sé si se refiere a nuestro viaje o a esta especie de fugaz relación entre nosotros.
—Gracias de nuevo. —Es lo único que soy capaz de contestar.
Me vuelvo para encararme con las jodidas escaleras. Esas que nos separan y nos acercan pero que siempre están por medio, cuando escucho su voz.
—¿Te llamo mañana para correr?
El corazón me late como un maldito, y solo quiero huir de allí, huir de mí mismo y de este instinto que me dice «date la vuelta y lánzate a sus labios».
—Tengo horarios complicados esta semana —logro articular.
Se me queda mirando. Yo también la mantengo, a pesar de lo que me cuesta. Está muy serio. Mortalmente.
—No tienes que esquivarme. Se me ha quedado claro que...
—Es verdad —le aclaro—. Trabajo de noche. Me toca dormir de día.
Aún nos miramos unos instantes hasta que él se da por vencido.
—Hasta otra entonces.
No contesto, y alcanzo mi planta de unas pocas zancadas mientras escucho cómo se abre su puerta, la voz aflautada de Yerin y cómo se cierra de nuevo.
Me falta el aire. La vida quizás. Porque esta locura maravillosa solo ha durado unos pocos días, pero ha sido lo más extraordinario que he vivido en mi vida.
Abro WhastApp y busco su nombre. Me tiembla la mano y un regusto ácido se me encaja en la garganta, pero lo hago. Lo bloqueo. Así no hay posibilidades de flaquear.
Cuando entro en mi piso escucho la tele de la cocina, un programa de cotilleos donde se despelleja a famosos. Es el favorito de JungKook porque una vez fue clienta suya una de esas instagramers que obtienen la fama unos segundos y fue precisamente allí.
Estoy triste pero decidido. Y más aún cuando dejo la mochila sobre la mesa del salón y descubro un enorme ramo de rosas blancas con una tarjeta con mi nombre.
Ni siquiera la leo. Sé lo que pone: "A mi YoonGi, por todo lo que me das."
El último verbo puede variar. A veces ha escrito aportas. Otras, regalas. Incluso una vez se equivocó y en vez de YoonGi decía Yerin.
Voy hacia la cocina.
JungKook está exultante, con la copa llena hasta arriba de vino blanco mientras prepara lo que parece una boloñesa.
—¡Ya has vuelto!
Me lanza un beso y vuelve a la tabla donde pica tomate y albahaca.
Es curioso que hasta hace dos días luchaba porque lo nuestro funcionara, aunque ello implicara cerrar los ojos a lo evidente, y ahora todo me da exactamente igual.
—Gracias por las rosas —le digo.
—Las vi y no pude resistirme. ¿Lo has pasado bien?
No puedo mentirle.
—He disfrutado mucho.
—Había pensado que... —empieza a explicarme sus planes. Lo que haremos después, y esta noche, y mañana, hasta que llegue el fin de semana y le salga algo inaplazable donde yo no encajo.
Decido decirlo sin más.
—He estado con otro hombre.
Observo cómo su boca se paraliza, sin articular la última parte de la frase. Las cejas se fruncen y ladea la cabeza un poco, lo justo como para entender el significado de lo que he dicho.
—¿Cómo?
—Esta vez he sido yo —me encojo de hombros—. El infiel. Y lo que sucede es que no me arrepiento ni quiero ocultártelo. Así que será mejor que hablemos.Deja el cuchillo a un lado. Solo entonces me doy cuenta de mi imprudencia y casi me entran ganas de reír.
—¿Me lo dices así? —está más sorprendido que enfadado.
—Tú me regalas rosas. Cada uno tenemos una manera de hacerlo.
Se limpia las manos con mi delantal de unicornios y cruza los brazos sobre el pecho.
—¿Qué quieres decir?Esperaba sentirme mal. Con el corazón a cien. Posiblemente llorando a mares, temiendo que apareciera el ataque de ansiedad. Pero no es así, lo que me da la absoluta certeza de que llevo mucho tiempo queriendo hacerlo.
—No sé si este fin de semana ha sido el chef de Cool u otra de tus conquistas, pero sabes que solo tengo que hacer un par de llamadas para averiguarlo.
JungKook no está acostumbrado a esto. A que se le pidan explicaciones. Me doy cuenta de que no sabe reaccionar.
—¿Qué mierda te pasa?
—No quiero que esto termine peor de lo que ya está. Cálmate.
Arroja un trapo al suelo. De nuevo me entran ganas de reír, a pesar de ser una situación trágica.
—Mi novio me dice que me ha puesto los cuernos y debo calmarme.
Le brillan los ojos, parece a punto de llorar.
—JungKook, lo nuestro no funciona desde hace...no ha funcionado nunca, joder. Solo somos un par de conocidos que follan de vez en cuando y comparten los gastos del piso.
Se lleva una mano a la boca. No sé si interpreta de maravilla el papel de hombre despechado o de verdad lo siente así.
—Eres cruel.
—Soy sincero —le aclaro—, quizá por segunda vez en mi vida.
—¿Y cuándo mierda fue esa primera vez?
Me doy cuenta de cuánto he crecido en dos días, de lo seguro que estoy de mí mismo.
—Cuando le he dicho al hombre con el que he estado que si lo volvía a ver no sabría decirle que no.
Le brillan los ojos. ¿Celos? No lo creo. Es muy posible que aún estemos juntos porque el bueno de YoonGi es una pareja cómoda, que no se queja ni crea problemas... hasta hoy.
—¿Es uno de los amigos de JiMin? —me pregunta.
La respuesta no me corresponde. No voy a dejar a mi delicioso vecino de abajo al descubierto. Lo que él haga o resuelva solo le corresponde a él mismo.
—Cualquiera —le quito importancia—. Nueva York es grande y yo valgo bastante.
Una de sus cejas se alza, altanera.
—Así que es eso. Una subida de autoestima porque has ligado por una puta vez.
—Es eso, correcto —me entran ganas de aplaudirle—. Por darme cuenta de quién soy y cuánto valgo, y comprender que lo nuestro no va a ninguna parte.
Ahora aparece en sus ojos una mirada de terror que me desconcierta.
—Entonces... ¿se ha acabado?
No quiero hacerle daño. No he querido hacerlo. Solo ser sincero. Pero me doy cuenta de que también me he vengado por cada una de sus infidelidades consentidas con mi silencio.
—Lo nuestro terminó hace tiempo. Hoy solo lo confirmamos.
Su habitual gesto de suficiencia se abre paso en el rostro. Ahí está. El JungKook de siempre, el que suele ganar. El que se sale con la suya. Esta vez casi se lo agradezco.
—Tú te lo pierdes —me dice.
—Estoy seguro.
Me deja en la cocina, no sin antes dar un portazo. Lo escucho refunfuñar mientras suenan los roperos abriéndose y cerrándose con energía. Está haciendo las maletas. No puede ser de otra manera porque este piso está a mi nombre.
Me asomo a la ventana de la cocina, por donde se ve el bosque y, a lo lejos, el arroyo. No me siento bien, pero tampoco mal. Quizá porque tengo la absoluta certeza de que he hecho lo correcto.
Tomo la copa de JungKook. Siempre ha tenido buen gusto para el vino. La alzo, mostrándola a la espesura.
—Por ti, YoonGi. Ya era hora.
Y el sorbo me sabe a gloria.
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Mi vecino de abajo | Adaptación Jimsu.
Fanfic«Si me lo haces tú, lo que te apetezca, aunque me duela». A partir de que YoonGi se cruza con su nuevo vecino no tiene dudas de que se trata del muchacho más sexy que haya visto antes. Pero existen tres problemas: en primer lugar, es hetero, luego t...