CAPÍTULO 6

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Cuando salgo del aseo, tengo que apoyarme contra la pared, porque mi cabeza es un torbellino se emociones. Le acabo de comer la polla a mi vecino, joder, a mi vecino.
Hay ciertas normas que todos sabemos que no se pueden infringir: no te folles a un compañero de gimnasio porque lo vas a ver todos los días, ni a uno del trabajo porque tratarás con él todos los días, ni a tu vecino porque...
Cómo he podido ser tan gilipollas, tan salido, y cometer un error así.
Algo me hace sentir culpable, aunque no he sido yo quien ha dado el primer paso. ¿O sí? Quizá mis ojos gritaban que quería sexo, o he dicho algo que no me acuerdo, o... ¡Joder!, lo he acompañado al urinario. Eso no se hace.
Intento serenarme y regreso al comedor. Toca disimular, y encajar lo que JiMin tenga que decir. Pero cuando llego a la mesa, me encuentro a JungKook solo.
—¿Y los vecinos? —pregunto.
Él parece que acaba de darse cuenta de que yo no estaba, porque me mira como si no comprendiera.
—Yerin está en uno de esos días. Le dolía tanto que han decidido volver a casa.
Me paso una mano por el pelo. ¿Será que JiMin se lo ha contado y esa ha sido la primera excusa que se les ha ocurrido para no montar un numerito?
Con el estómago revuelto me siento a la mesa. JungKook parece encantado con la nueva vecina y me narra una a una todas sus virtudes. Yo lo escucho a medias, con cara de póker, mientras mi cabeza desarrolla un futuro trágico donde nos expulsan del edificio entre gritos de «maricón, destroza familias», y JungKook me deja por ser una perra.
Volvemos a casa en otro taxi. Está especialmente cariñoso y hablador, y no me suelta la mano, la misma donde JiMin me ha meado, la misma que ha acariciado la abertura de su glande. Hacemos el amor, quizá de una manera más romántica que otras veces. Me folla con calma, sin esa prisa por correrse que suele tener, y cuando se derrama dentro, me susurra al oído que me quiere.
Paso la noche envuelto en pesadillas. Ideas vagas me atraviesan. Quizá lo nuestro, lo que hay entre JungKook y yo, se esté por fin arreglando. Aunque también puede ser que se sienta culpable, como el ramo de flores de un marido infiel.
También pienso en JiMin, por supuesto. Con una vergüenza que me duele, y con una excitación que me golpea el vientre desnudo entre las sábanas.
En cuanto JungKook se larga me doy una ducha prolongada y bajo a casa de mis vecinos. Es temprano y aún estarán los dos. Quiero exponer lo que ha pasado, pedir disculpas y, por supuesto, asumir mi responsabilidad.
Si no hago esto entraré en un bucle ansioso que, cada vez que vea a uno u otro por las escaleras o el ascensor, hará que se active.
Tengo que llamar dos veces y quien me abre es JiMin. Está en bóxer y camiseta y me mira con la frente arrugada.
—¿Sabes qué hora es?
—Necesito hablar con vosotros.
Sus ojos destellan una expresión de sorpresa, pero se aparta para que entre, y yo lo hago hasta plantarme en el centro del salón.
—¿Y Yerin? —miro alrededor—. También me gustaría pedirle disculpas a ella.
—¿Disculpas?
—Por lo de ayer. Lo que sucedió en el servicio. De verdad que lo siento. Hay algo en mí que funciona mal. Te prometo que no se volverá a repetir y entiendo perfectamente que no quieras volver a hablarme.
—Para, para —me indica, con una ligera sonrisa en los labios—. No creo que debas disculparte por nada. Simplemente sucedió.
—Pero me siento mal por haberte incitado.
Tiene las manos en las caderas y me mira con la cabeza ladeada. No sabría decirte si está enfadado, o sorprendido, porque también parece estar encantado.
—¿Quieres que te cuente algo? —me pregunta.
—Clac cla-ro —atino a decir.
Carraspea, se cruza de brazos y aparta la mirada.
—Desde que mi colega me dijo que los tíos la maman mejor que ellas, no me ha salido de la cabeza —me mira a hurtadillas, pero vuelve a apartarla—. No sé, me encanta que me la chupen, tío. Cada uno tenemos sus fantasías sexuales, y aquello se me quedó clavado. Cuando pasamos por el parque y vimos a esos dos...
Vuelvo a sentirme culpable.
—No debimos haber ido...
—Fue una pasada —alza la mano para que deje de parlotear—. Jamás he estado más excitado. Creo que nunca me ha recorrido el cuerpo tanta adrenalina como en ese momento. Te dije que volviéramos porque necesitaba masturbarme. Así que no, no fuiste tú quien dio el primer paso. Quizá fui yo quien se aprovechó para poner en práctica esa fantasía que me ronda.
Me quedo atónito.
—¡Joder! —se me escapa.
Él sonríe. Se muerde los labios, nervioso. También se frota las manos. Está guapísimo con esa camiseta y el rayo de sol que le cae sobre el cabello hace que reluzca intensamente dorado.
—No sé cómo va esto, tío —traga saliva—. Ni soy marica ni quiero dar ningún paso raro en esa dirección, pero hasta que no lo pruebe, hasta que no sepa si lo que he imaginado se corresponde con la realidad, creo que voy a seguir pillado.
Siento cierta lástima por él, aunque también noto que se me empieza a poner como la maroma de un barco.
—No sé cómo podría ayudarte.
Él me mira fijamente y cuando habla su voz suena más gutural.
—Se me ocurre una forma.
—Yo no...
De nuevo aquella sensación burbujeante debajo de los huevos.
Da un paso hacia mí.
—Contigo tengo confianza, y no me veo yendo a ese bosque en busca de...
—¿Y Yerin? —le pregunto.
Él baja la mirada al suelo, pero solo un instante. Cuando me mira otra vez sus mandíbulas están tensas.
—Quedará entre nosotros si no te importa, como un experimento. Aunque no sé si JungKook...
Niego con la cabeza. Ni siquiera soy capaz de expresarlo.
Aquí estamos los dos, frente a frente. La excitación de JiMin ya es evidente en el bóxer, que se ha alzado como por arte de magia.
—Así, en frío es un poco raro —atino a decir, y me arrepiento de inmediato.
Pero JiMin sonríe, de esa forma maravillosa de dientes perfectos y labios jugosos. Da un paso hacia mí, me pone una mano en la nuca y me besa.
No sé muy bien cómo sucede. Cuando su lengua busca la mía, y la encuentra, y combate con ella, aquel hormigueo en los huevos se desplaza por mi columna, atravesando mi cuerpo con una especie de electricidad.
Creo que ahí es dónde pierdo la cabeza. Me pego a su cuerpo, piel contra piel, y le como la boca con una pasión que me resulta extraña a mí mismo. Chupando sus labios, entrechocando con sus dientes, mordiéndole la barbilla, el cuello, el lóbulo de la oreja.
Los gemidos de JiMin contra mi boca son como la leña al fuego, porque tienen un tono profundo y masculino que me vuelve loco.

El tiempo pasa y solo entonces bajo la mano. Nada más tocarla me doy cuenta de hasta dónde está excitado mi vecino. El abundante precum mancha la tela mientras aquella enorme polla palpita entre mis dedos.
—No sé si voy a aguantar mucho —me gime en la oreja.
Le beso otra vez antes de ponerme de rodillas. No quiero preámbulos porque tanto él como yo estamos a punto de desbordarnos.
Le bajo el bóxer, que tiene toda la delantera empapada y pringosa, y lo lanzo hacia el sofá. También le subo la camiseta y se la anudo en el costado, para que me deje una buena vista de lo que me voy a comer.
Otra corriente eléctrica me atraviesa ante el espectáculo.
Creo que nunca he visto una tan grande ni tan surcada por venas nudosas que van desde la base hasta diluirse en la cabeza. Eso la hace más robusta, también más excitante. La piel del prepucio se ha desplazado hacia abajo, a causa del tamaño que ha alcanzado. Deja fuera una buena porción del glande, que está completamente mojado, con deliciosas pompas de semen que brillan con la luz del sol.
También me encantan sus huevos. Son como a mí me gustan, grandes, y cuelgan, uno más que otro, en una bolsa que se dilata. De esos que golpean cuando de hace bien.
El vientre de JiMin es plano y firme, con una pilosidad que me encanta.
Trago saliva y la cojo con una mano. Ni si quiera con las dos la abarcaría en su totalidad. Lo miro a los ojos. Los de él parecen febriles. Sin dejar de observarlo me golpeo la mejilla. Es contundente, como una buena porra, y un poco de semen se me queda en el pómulo.
Me la acerco a la nariz. Me encanta como huele. Es posible que esta mañana no se haya duchado aún, y hay un trasfondo de sudor, de ropa limpia, y de ese aroma inconfundible que tiene una polla recién levantada.
Solo entonces me la meto en la boca. Casi no la abarco, pero me esfuerzo para que entre.
Me ocupa toda la cavidad y, cuando empiezo a mamarla, mientras con las dos manos masturbo su base o masajeo los huevos, los gemidos graves de placer de JiMin me llevan al máximo paroxismo, tanto que creo que me voy a correr sin necesidad de tocarme.

Cuando la encajo en la garganta sé que mi vecino nunca antes ha experimentado tanto placer. No me preguntes cómo, tiene que ver con la manera en que este enorme carajo palpita aquí dentro, en cómo su mano me tira del cabello, en cómo se retuercen sus caderas y se deshace en suspiros a la vez que empieza a follarme la boca.
Yo me dejo hacer mientras él la saca casi entera de entre mis labios para entrar a fondo, ocupando toda oquedad. Una y otra vez, a diferentes velocidades, con distintos grados de inclinación.
Es entonces cuando noto que me estoy corriendo, y mi columna vertebral convulsiona a la vez que, dentro de los pantalones recién lavados, mi semen se reparte en un largo y delicios orgasmo.
Es imposible que JiMin se haya dado cuenta pero, en ese mismo instante, noto que se queda rígido, que sus grandes manos me sujetan la cabeza, y que aprieta sus caderas contra mí, encajándomela tan a dentro que me dan arcadas.
Se corre allí, un caño de lefa que va directamente a mi estómago, abundante y lechosa. Caliente. Lo hace en oleadas, tres o cuatro, que le arrancan un gemido tan profundo, tan masculino, que me eriza la piel.
Cuando al fin termina, cuando al fin se ha corrido por completo en mi boca, me la saca lentamente, y yo quedo de rodillas, con las palmas de las manos en el suelo, tosiendo, con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Estás bien? —oigo que me pregunta, preocupado.
Le sonrío a través de los ojos acuosos.
—Mucho, muy bien.
Cuando recupero la respiración, me pongo de pie.  Solo tengo que mirar hacia abajo para ver el lamparón en mis pantalones. Él se ha dado cuenta, pero no dice nada. Sigue desnudo de cintura para abajo, y la verga está un poco relajada, aunque pasará tiempo hasta que tanta sangre salga de ahí.
—No sé qué decir —comento, limpiándome la boca con el dorso de la camisa.
JiMin sonríe.
—Ha sido una pasada.
—Sí, ha estado bien. —Es la situación más extraña de mi vida y la mejor mamada que he dado, también. Pero necesito salir de allí—. Me tengo que ir.
Asiente, se pone el bóxer y me acompaña a la puerta.
Antes de abrirla me tiende la mano.
—¿Colegas?
Lo miro a los ojos. ¡Joder, qué guapo es! Y se la estrecho.
—Colegas.

Mi vecino de abajo | Adaptación Jimsu.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora