CAPÍTULO 7

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Durante una semana no vuelvo a verlo.
Es más, creo que lo esquivo, porque antes de entrar o salir de casa atisbo para comprobar que el ascensor o las escaleras estén desiertos.
Con JungKook las cosas vuelven a su normalidad, donde yo le parezco un tanto indiferente, aunque todo indica que lo nuestro va «a las mil maravillas». Mentiría si dijera que me siento culpable, que me atormenta haberlo engañado con el nuevo vecino. Porque es como si hubiéramos quedado en tablas. Como si los cuernos que sé que llevo estuvieran un poco equilibrados.
Esta mañana me ha dicho que pasará fuera el fin de semana. Algo de un congreso del que se supone que ya me ha hablado y que al parecer no me acuerdo. Sería tan sencillo como llamar a un par de amigos para enterarme si existe o no ese evento profesional, pero eso destaparía la caja de Pandora y no estoy seguro de querer hacerlo.
Le sonrío y lamento que tenga que trabajar mientras yo... me quedaré en casa leyendo y viendo la tele, porque no tengo plan alternativo en mi primer fin de semana de descanso en dos meses.
—¿Qué te parece si vamos al centro comercial? A ti te encantan.
Tanto como él los odia, lo que me confirma que este «fin de semana de congreso» terminará con un ramo de flores entre mis brazos el próximo lunes.
Disimulando el creciente mal humor, nos marchamos tras el almuerzo. JungKook está alegre y hablador, y me cuenta que necesitará un bañador nuevo, lo que aumenta esta idea de que va a engañarme otra vez.
El centro comercial de nuestro barrio es un edificio feo y moderno en un nudo de carreteras interestatales. Hay de todo, desde una zona de restauración, ropa de marca, área recreativa, dos cines y un gimnasio.
Entramos en una tienda de deporte, donde JungKook ojea unos bañadores minúsculos que no le he visto usar antes. Es más, recuerdo su teoría de que «quienes ofrecen carne es porque quieren llevársela a la boca». Para no encenderme más me entretengo mirando gafas de buceo, porque es algo que siempre he querido practicar.
—¡Vecinos! —oigo a mi espalda.
Cuando me vuelvo, Yerin y JiMin están detrás nuestra.

Reconozco que me quedo un poco pillado al verlo. Está arrebatador, con un pantalón gris de chándal y una ajustada camiseta negra que se aprieta a ese cuerpo musculado como una segunda piel y marca los pectorales como si estuvieran cincelados en ónice. Creo que me sonrojo.
—¡Hola! —casi balbuceo.
Él no ha apartado los ojos de mí, y parece un tanto contrariado. Supongo que igual que yo.
—No me decido entre el blanco y el amarillo —le dice JungKook a nuestra nueva vecina, como si no acabara de aparecer —. ¿Tú qué opinas?
La familiaridad a la que han llegado se me escapa de las manos. Se han convertido en íntimos amigos. Sospecho que se han visto más a menudo que aquella noche en el restaurante. La de la...
Mientras los dos discuten sobre cuál es el color más adecuado para un bañador sexy, consigo meterme las manos en los bolsillos para que no se note que estoy nervioso, e intento mantener una conversación convencional con JiMin.
—¿Qué tal por el barrio?
—Bien. Nos gusta mucho.
—Han abierto una nueva pizzería.
—La he visto.
—Y me han comentado...
—YoonGi —me interrumpe, pero antes mira a los otros dos, de nuevo ajenos a nuestra conversación, para asegurarse de que no nos oyen—. ¿Todo bien entre nosotros?
Trago saliva. Nosotros. He tenido un jodido sueño erótico con él cada una de las noches que han pasado desde que me zampé lo que ahora se adivina entre sus piernas como una protuberancia donde la tela parece esconder una anaconda. No. Las cosas no pueden ir bien entre nosotros.
—Sí —miento—, sí, por supuesto que va bien.
Él asiente, despacio, y baja la voz.
—No te he visto en una semana y he tenido la sensación de que lo evitabas. Incluso he estado tentado a subir a hablarlo.
No sé muy bien cómo explicarle que no sale de mi cabeza, ni su olor a macho de mis fosas nasales, ni el regusto agrio y picante de su semen de mi boca, ni el tacto de sus huevos golpeándome la barbilla desaparece de mi piel. No. No sé cómo explicarlo.
—Fue raro lo que hicimos —atino a decir mientras mi mano nerviosa me rasca la cabeza—, pero todo bien.
Él suspira. JungKook y Yerin están un poco más lejos, mirando bañadores de marca, de esos que tienen tres cifras y no podemos permitirnos.

—Estuvo genial —dice, y se sonroja, y también se pasa una mano por el cabello—. Lo pasé muy bien.
Me entran ganas de besarlo. Unas peligrosas ganas de comerle la boca.
—Al menos ya sabes de qué va.
Me siento estúpido nada más decirlo: ¿«Al menos ya sabes de qué va»? O quedo con él para repetirlo o me olvido de esta mierda que no me sale de la cabeza, eso es lo que hay que hacer, no responder con frases hechas.
Yerin se acerca con un minúsculo bañador blanco entre las manos que mi novio examina con cuidado.
—Le estoy diciendo a JiMin que por que no vais juntos.
Se está dirigiendo a mí, pero ignoro de qué habla.
—¿Justos a dónde?
Por la forma de mirarme, parece que todos saben de qué habla, menos yo.
—Si JungKook se va de congreso a San Francisco —añade, aunque yo juraría que me había dicho que era en San Diego—, y tú no tienes planes... aprovecha y vete con JiMin a la carrera de Manhattan, porque yo trabajo. Así disfrutas de esos días de descanso, ¿verdad, cariño?
Miro a JiMin, que es el «cariño» al que ella se refiere, que vuelve a rascarse la cabeza. Parece incómodo, y lo entiendo. Carraspea. No creo que esté pasándolo bien.
—Sí, puede estar genial—dice al fin, con una sonrisa que me parece un tanto forzada—. Es una carrera fácil, de diez millas, y aún estás a tiempo para recoger el dorsal. El ambiente merece la pena.
¿JiMin y yo juntos, de viaje? No voy a poder disimular la mirada de cordero degollado, ni a dejar de calibrarle el paquete, y quizá le meta mano, o le diga algo inoportuno, o intente besarlo...
—Pensaba quedarme tranquilo en casa —digo para salir de aquel atolladero sin sentido.
Yerin vuelve a la carga.
—JungKook dice que apenas sales, YoonGi. Que lo único que haces es trabajar y trabajar. Te vendrá bien un fin de semana de diversión. Y los compañeros de JiMin son la caña.
Me pregunto por qué sabe mi nueva vecina tantas cosas de mí. «JungKook dice...» es más de lo que mi novio habla conmigo. Y eso me enfurece.
—Vamos un grupo del trabajo —añade JiMin—. Gente maja.

El enfado que siento me grita que vaya, que le coma de nuevo la polla mientras JungKook se folla al chef de un restaurante de moda al otro lado del país. Quiero hacerlo, pero no puedo.
—Un miembro nuevo en un grupo de amigos puede ser un coñazo —es lo que expongo.
—Cielo —JungKook viene hacia mí y me da un ridículo beso en la punta de la nariz—, me quedo más tranquilo si te vas con JiMin.
Yerin y él se miran. Capto algo que me hierve en las venas. ¿Qué le cuenta de mí? ¿Qué le insinúa? Me vuelvo hacia JiMin. Se está mordiendo el labio, el mismo que ahora mismo yo le chuparía.
—¿Seguro que no molestaría que fuera?
—Me encantaría que vinieras.
No sé si es un formalismo. No sé si traman algo a mi espalda. Lo único que sé es que este fin de semana no me voy a quedar en casa, en pantuflas, viendo películas de Barbra Streisand.
—De acuerdo —digo no muy convencido—, pues dame las coordenadas y allí estaré.

Mi vecino de abajo | Adaptación Jimsu.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora