CAPÍTULO 13

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Esta semana no he visto a JiMin. Es cierto que salgo y regreso a horas intempestivas, también que evito cualquier contacto y, si escucho pasos en la escalera, me apresuro a tomar el ascensor.
JungKook se fue el mismo día de nuestra discusión. Mandó a un amigo a recoger lo más pesado, como una camarera de metal dorado que nunca me gustó y un cofre como el de la Isla del Tesoro. Es posible que lo eche de menos, pero sé que forma parte de esta dependencia emocional que estoy aprendiendo a manejar.
En esta ocasión mi jornada intempestiva de trabajo me ha ayudado a que las cosas encajen solas, a que no piense demasiado en cómo me encuentro.
Hay una realidad detrás de todo esto: que pienso en JiMin constantemente.
A veces me descubro imaginando sus ojos, o un gesto determinado, o la manera en que se revuelve el cabello cuando está contrariado. Esos gestos casuales me arrancan una sonrisa espontánea y una sensación de amor que es difícil de describir.
Otras me atenazan el placer de su verga en mi boca, la turgencia, el tacto duro, caliente, el sabor cuando eyacula entre mis labios.
También su olor. Esa jodida evocación que me asalta cuando menos lo espero, porque una bocanada de su suavizante asciende por el patio interior y me llena las fosas nasales. Una de esas veces tuve que masturbarme allí mismo, en la cocina, mientras mi nariz atisbaba el aire en busca de la mínima molécula de perfume con olor a JiMin.
Hoy es el último día que trabajo de noche y tendré tres de descanso. He decidido pasarlos fuera, quizá me marche a la costa, o vuelva a Nueva York, donde siempre hay algo que visitar. El objeto de todo esto es evitar a JiMin, intentar que el tiempo borre los recuerdos y mi piel se olvide de su tacto.
Miro el reloj. Llego tarde una vez más y mi supervisor me lanzará una de sus indirectas que tanto detesto.
Entro en el ascensor sin más, con el tiempo en el culo y rebuscando en el bolsillo las llaves del coche.
Cuando el cubículo se detiene en la planta de abajo, siento una opresión en el pecho que se acrecienta cuando entra JiMin.
Me mira con cierta sorpresa, mientras mi corazón se para por un instante.
No lo recordaba tan guapo. Quizá mis esfuerzos por olvidarlo han generado una imagen de él menos atractiva, menos sexy, menos follable.
Lleva una camiseta blanca que se ajusta a ese cuerpo perfecto como un guante, y sus sempiternos pantalones de chándal, que le marcan un culo que de repente me entran ganas de comerme. No puedo evitar fijarme en su paquete. Es algo que no puede disimular. Se proyecta hacia delante y a la izquierda, marcándose en la tela, jugoso, apetecible,
—Hola —me dice, y entra en el reducido espacio donde es inevitable que nos rocemos.
—Otro día que llego tarde —argumento, como si él llevara las cuentas de mis estradas y salidas.
Me mira de arriba abajo, quizá inexpresivo.
—Estás más delgado.
Esta mierda que siento por él me ha quitado el hambre. Pero si quiero olvidarlo no puedo decirlo.
—Este turno vuelve loco a mi estómago.
Sus ojos se detienen en los míos, y esa jodida corriente eléctrica me atraviesa.
—Pero te veo muy bien —me dice—. Estás muy guapo.
Me sonrojo, lo sé, como una adolescente a quien su crush le dice buenos días.
—Tú también —una respuesta absurda sale de mi boca.
Me doy cuenta de que ninguno de los dos ha apretado el pulsador. Estamos inmóviles en la tercera planta, como si quisiéramos aprovechar el escaso tiempo del que disponemos antes de separarnos.
Soy yo quien toma la iniciativa y marca la planta baja. Con un quejido férreo el cubículo empieza a descender muy lentamente.
—Hace tiempo que no veo a JungKook.
Dudo si contestar, pero me doy cuenta de que se enterará antes o después.
—Lo hemos dejado.
Me mira, asombrado.
—¿Dejado?
—Ya no estamos juntos. Ya no vive aquí, de hecho.
Sus cejas se juntan, esbozando un gesto de preocupación.
—¿Tiene que ver con lo nuestro?
Otra de esas preguntas que podrían ser respondidas con un enorme «sí», pero que es mejor esquivar con un argumento que tampoco es falso. Me cuesta un enorme esfuerzo no detenerme en «lo nuestro», no hacer un mundo de dos palabras que no significan nada para él.
—No te preocupes, no he dicho tu nombre, pero sí que he estado con alguien.
Se cruza de brazos y me mira con cierta altanería.
—¿Te ha dejado por una infidelidad? Me pareció entender que él no se cortaba.

Es complicado explicar el tipo de relación que teníamos JungKook y yo, donde mi asunción de un rol le hacía a él sentirse cómodo en el suyo. Creo, estoy seguro, de que no ha sido culpa de JungKook. Ambos hemos colaborado a tener un desastre de pareja.
—Lo hemos dejado ambos porque lo nuestro era una puta mierda —me sincero.
—¿Tengo que sentirlo? —alza una ceja.
En este momento me lanzaría a su boca y se la comería despacio mientras una de mis manos se introduce por la cinturilla del pantalón y se humedece la punta del dedo corazón con la untuosa gelatina que me encantaría que estuviera destilando. Pero, por supuesto, no lo hago.
—No —contesto escuetamente.
—Lo digo porque me alegro de que ya no estéis juntos.
No quiero interpretar su frase ni agarrarme a ella. JiMin es un tipo hetero que ha sentido curiosidad, nada más. Ni es lo que necesito ni lo que me merezco.
—¿Y Yerin? —pregunto, para apartar aquellos pensamientos.
—Tirando.
—¿Hay problemas?
Se humedece los labios y tarda en contestar.
El ascensor va endiabladamente lento. Es posible que se estropee de nuevo. Ruego porque no sea en este jodido instante.
—Estamos intentando arreglarlo.

Que ambos hayamos tenido problemas con nuestras parejas después de nuestro cálido viaje, me hace pensar...

—¿Tú también le has contado...?
—No, aún no —me aclara.
—¿Piensas hacerlo?

Se vuelve para mirarme. Sí, indudablemente es el tipo más guapo, viril y sexy con el que me he cruzado. La otra opción es que esté enamorado de él como un perro, y con chasquear los dedos me tumbaría panza arriba para que me hiciera lo que le viniera en gana.
JiMin alarga una mano y pulsa el botón rojo que resalta en el cuadro de mandos del ascensor. El cubículo se detiene de inmediato entre la primera y la planta baja.
Y entonces me besa.
Me toma por la cintura, y por la nuca, y me besa, pegando mi cuerpo al suyo mientras sus labios se frotan con los míos. Es un beso profundo y salvaje. De esos donde la lengua impacta sobre toda la superficie hasta penetrar mi boca, encontrar la mía y enredarse. De esos donde sus dientes me muerden ligeramente la protuberancia carnosa, su garganta gime contra mi aliento, y la saliva lo empapa todo. Es un beso que me encantaría que me diera contra los pezones, mordisqueando con fuerza. Un beso que me gustaría que empapara generosamente la abertura hambrienta de JiMin entre mis nalgas. Un beso que no puedo deshacer sin sentirme perdido.
Cuando se separa, suspira, sin apartar su frente de la mía y, aun así, inmóviles pulsa de nuevo el maldito botón rojo y el ascensor se pone a descender de inmediato, más veloz que nunca, más eficaz que jamás desde que fue instalado.
Solo nos separamos cuando el cubículo se detiene con un ligero rebote.

—Si tú no sales de mi cabeza —me dice antes de abandonarme—, no tendré más remedio que hablar con mi mujer.

Y la puerta se abre, y él se marcha, y yo soy incapaz de dar un paso, porque tengo la absoluta conciencia de que amo a este hombre como jamás he sentido nada por nadie.

Mi vecino de abajo | Adaptación Jimsu.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora