CAPÍTULO 5

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—Estás para comerte —me dice JungKook, y me da un ligero beso en los labios, mientras entra de nuevo en el baño.
Cuando ayer regresé de correr con JiMin ya no estaba. Sobre la mesa había una nota donde me explicaba que su amigo Jinyoung lo había llamado y se tomarían una copa juntos. También decía que me echaba de menos y que hoy me invitaría a cenar para reparar «lo poco que nos vemos».
Ha reservado en Cool, un restaurante de moda en la zona cara del barrio donde preparan comida macrobiótica. Entiendo que debe de haber vendido una casa, porque sus precios no son de los que podemos permitirnos.
Me miro en el espejo. Unos chinos beige y una camisa blanca. Últimamente he puesto algo de peso, pero sé que es masa muscular. Una buena constitución, heredada seguramente de rudos mineros galeses, pone fácil el más mínimo esfuerzo. La camisa es holgada, pero abro un botón de más para que se aprecien mis pectorales y le doy otra vuelta a la manga para marcar el bíceps.
Me retoco el cabello, una mata rubia que casa con mis ojos azules, y una expresión de chico bueno heredada de algún antepasado con buen corazón.
Soy guapo y tengo la mejor forma física. Me considero buena persona y un tipo divertido. Te lo digo a ti, a quien no conozco y con quien no quiero tener una relación basada en la falsa modestia. ¿Por qué entonces me engancho con tipos que no me llegan a la altura de los zapatos?
JungKook sale en ese momento del baño y me da una palmada en el trasero.
—Vámonos o llegaremos tarde.
Voy a marcar la planta del garaje en el llamador del ascensor cuando me dice que cogeremos un taxi.
—¿Nos ha tocado algo? —le pregunto.
—Una noche es una noche.
Sonrío, aunque si me mira a los ojos notará mi suspicacia.
Lo encontramos nada más salir y quince minutos más tarde estamos en Cool, donde hay una larga cola en la puerta esperando mesa.
—Hemos reservado, ¿verdad? —es muy de JungKook no hacerlo.
—Por supuesto. —Parece escandalizado—. Además, conozco al chef.
Nunca antes me ha hablado de este chef, lo que me resulta extraño pues hemos venido un par de veces, siempre en ocasiones especiales. Avanzamos dados de la mano, mientras los que esperan nos observan con cierta envidia clavada en los ojos.
Llegamos al atril donde aguarda el jefe de sala para sentar a los comensales, y mientras JungKook habla con él, oigo que me llaman. Cuando me vuelvo me encuentro a JiMin y a Yerin, que están en la cola, a la espera una mesa libre.
—¡Qué casualidad! —exclamo—. Me alegra mucho veros.
—Me lo han recomendado unas compañeras de trabajo —dice ella—, pero no imaginaba que hubiera que esperar tanto.
—¿Cuánto tiempo lleváis aquí?
—Más de media hora, y aún falta hasta que quede algo libre.
JungKook se acerca y me pone una mano en el hombro.
—Ya está lista nuestra mesa.
Creo necesarias las presentaciones.
—¿Recuerdas que te hablé de los nuevos vecinos?
JungKook se muestra arrollador, lleno de encanto, tendiendo manos y dando besos.
—¿No tenéis mesa? —pregunta cuando el jefe de sala se nos acerca para que tomemos asiento cuanto antes.
—Debe de estar al tocarnos —se excusa JiMin.
—Nada de eso —JungKook es así—. Compartidla con nosotros. Donde caben dos caben cuatro, ¿verdad? Así nos conocemos.
Por un lado, me agrada comer con ellos, con JiMin, pero por otro... pensaba que esta era nuestra noche especial. Disimulo lo mejor que puedo.
—Claro que sí. Así nos contáis qué tal con el vecindario.
Al principio todo es un poco incómodo, pero JungKook empieza a hablar de propiedades y resulta que a Yerin el Real Estate le apasiona, de modo que pronto, ante sendas copas de vino, JiMin y yo parecemos los proscritos de la conversación.
—No sé si ayer te incomodé —me dice él en voz baja tras hablar del tiempo y de una marca de ropa deportiva, aunque sé que ya somos invisibles para JungKook, apasionado con su trabajo.
—Claro que no —le quito importancia, ¿se lo habrá contado a su chica?—. Quizá yo debí ser un poco más claro desde el principio.
—No quiero que pienses que...
—Por supuesto. —Parece sincero—. A veces no sé muy bien cómo comportarme con un amigo hetero.
Él sonríe y brindamos por las nuevas amistades.
—Parece buen tipo.
Se refiere a JungKook.
—Lo es —no sé muy bien por qué lo digo. Sospecho que porque es lo que querrá oír—. Nos llevamos bien. Estamos a gusto juntos.
—Quitémosle hierro a esta situación —sonríe de nuevo, y me quedo prendado de esa sonrisa—. Si tú no tuvieras novio y yo no estuviera casado, ¿con qué camarero ligarías?
Me parece raro y divertido. Yerin y JungKook ni nos escuchan, enfrascados en una conversación apasionante para ellos, así que mejor. Miro la sala. El restaurante es grande y hay bastante personal. No tardo en decidirme: un chico alto, delgado pero musculado, con el cabello muy corto y rubicundo, que muestra una preciosa sonrisa.
—Aquel —señalo.
Él lo mira y se sonroja. Solo entonces me doy cuenta de que se parece mucho a JiMin, como si fuera una versión más joven de él mismo.
—Buena elección —me dice.
—¿Y tú? —le pregunto para que no se note mi turbación—. ¿Alguna camarera que te guste?
Lo noto dudar. Hay algo en la expresión de sus ojos que no sé identificar. Deja la servilleta a un lado y se pone de pie.
—Tengo que mear —mira alrededor, buscando los aseos—. Nos hemos tomado unas cervezas antes de venir.
—Te acompaño, porque te vas a perder —también me pongo de pie—. Y yo también necesito descargar.
Los otros dos ni siquiera se dan cuenta cuando nos largamos. Por el camino me pregunto qué estoy haciendo. Acompañar a otro tío al aseo en el mundo que he frecuentado significa «vamos a jugar un poco, a ver qué pasa». Sacudo la cabeza para apartar aquellos pensamientos. JiMin es un hetero de manual y en este momento estamos ambos cenando con nuestras parejas. Todo esto no son más que paranoias mías.
Escaleras para arriba, para abajo, dos largos pasillo y una serie de curvas nos llevan a los modernos aseos del restaurante. Están tapizados por una tela de enormes flores sobre un fondo negro, y el urinario consiste en una larga lámina de latón dorado de varios metros de largo sin ningún tipo de separación.
No hay nadie en el aseo en ese momento, solo nosotros.
JiMin, con toda naturalidad, se la saca y empieza a mear.
Lo veo de espaldas a mí, con el pantalón ligeramente caído. Trago saliva y miro alrededor. Hay un par de retretes donde podría entrar, y eso sería lo correcto, pero en cambio, me pongo a su lado, separado apenas por un par de palmos, y también me la saco, mirando al frente, un tanto tembloroso, mientras mi chorro de orín impacta sobre el latón, muy cerca del suyo.

Pasan los segundos. Me siento un poco estatua, sin querer mover un solo músculo de mi cuerpo. Los chorros de meado arremetiendo sobre el metal son el único sonido a nuestro alrededor. El suyo me parece especialmente potente, poderoso, casi agresivo, y la curiosidad me incita a mirar disimuladamente hacia abajo.
Contemplar la polla de mi vecino provoca que ese delicioso cosquilleo vuelva a acoplárseme debajo de los huevos. Se parece a como imaginaba, pero más grande. Un gran rabo sin circuncidar, con una generosa acanaladura central y venas que se marcan en la piel, no solo es grande, también gruesa. La boca del glande asoma porque uno de los largos dedos de JiMin ha deslizado el prepucio hacia abajo, y es tan generosa que el chorro de meado sale con tremenda potencia.
Trago saliva mientras noto cómo se me hace la boca agua. Y cuando intento apartar la mirada, para que no se dé cuenta, me encuentro con los ojos de JiMin clavados en los míos.
Una corriente eléctrica me recorre el cuerpo. Me acaba de descubrir mirándole el nabo, y posiblemente relamiéndome. Intento decir algo, quizá algo gracioso, pero mis labios permanecen mudos.
Él no aparta los ojos, y me parece ver aparecer la punta de su lengua por la comisura lateral.
Cuando siento su mano sobre la mía, la misma mano que hace un instante sujetaba aquella enorme verga, se me seca la garganta.
Despacio, midiendo mis reacciones y sin apartar la vista de mis ojos, JiMin lleva mis dedos hasta su polla y los deja allí, como si no pasara nada. Yo permanezco muy quieto, paralizado, incluso mi respiración se detiene. El orín caliente impacta sobre ellos, salpicando a nuestro alrededor. La sensación es prohibida, excitante y muy, muy guarra.
Decido actuar y se la acaricio ligeramente. La vena que se retuerce a su alrededor parece quemar bajo las yemas de mis dedos. Él gime y echa la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Yo he terminado de mear, o se me ha cortado con la excitación. Él también, así que dispongo de todo aquel rabo para mí. Estoy nervioso y torpe, y casi no puedo abarcar esa enormidad con mi mano. No sé muy bien qué hacer, si masturbarlo o solo acariciarlo. Me siento como una primera vez, como un niño con un juguete del que no tiene instrucciones.

La mano que antes ha guiado mis dedos, se coloca ahora en mi nuca, y tira hacia debajo de ella.
No me resisto, claro que no.
Me doblo sobre la cintura y llevo mis labios a su verga. Siento como si todo mi cuerpo temblara de excitación. Huele a meado y a detergente de la ropa, una mezcla que me pone cafre. La sangre está empezando a acudir a aquella polla descomunal, pero tiene esa consistencia morcillona que tanto nos gusta.
Me la meto en la boca y la degusto. Picante y salobre. Apenas me cabe. ¿Cómo será este cacharro cuando esté en toda su dimensión?
Oímos unas voces, palabras masculinas que se acercan.
Me aparto de inmediato, haciendo como que sigo meando. JiMin se la guarda, aunque se le marca claramente en el pantalón y, apenas le da tiempo de llegar al lavamanos cuando un par de tíos entran en el aseo hablando de política.
El corazón me late a cien por hora. Cierro los ojos y hago porque salga otro chorro que disimule mi situación, pero estoy excitado y no soy capaz.
Uno de los dos inoportunos se mete en un retrete, el otro se pone al otro lado del urinario, poniendo su mano de pantalla para que no le vean el rabo.
Considero que no puedo disimular más. Me la guardo, y cuando voy a lavarme las manos descubro que JiMin ya no está.

Mi vecino de abajo | Adaptación Jimsu.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora