III. CARIÑO

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Los últimos días fueron muy repetitivos para Villanelle.

Su padre semanas antes le había jurado que los mejores días de su vida probablemente los pasaría en la universidad. Pero si la rubia tenía la oportunidad de describir sus propias vivencias, diría que no había nada que llamara su atención en ello. Exceptuando lo único que, si tenía el interés de Villanelle que eran nada más ni nada menos que las mujeres, principalmente las de grados mayores a ella, que se habían convertido de repente en un séquito atrás de la atención de la rubia. Todas las noches si se lo permitía podía llegar acompañada de diferentes nombres y edades. La soledad no la alcanzaba en absoluto. Al menos en algo si tenía razón su padre, quien le advirtió que por favor no abusara de más en romper corazones a diestra y siniestra.
Konstantin conocía la picardía de su hija, y no le era difícil deducir que mujer que la viera, sería mujer que desearía terminar a puertas cerradas con a ella.

Durante sus años de adolescente, Villanelle y su padre mantuvieron plena confianza en todo lo nuevo que la rubia experimentara. Ella desde pequeña sentía mariposas al ver a las niñas de su salón. Y cuando una de ellas le sonrió al pasar a su lado llevando dos coletas altas con moños violetas, fue lo que confirmo en el pequeño corazón de la rubia que tal vez y solo tal vez, las niñas eran mucho más bonitas que los niños. Y ahí empezó. La primera vez que se enamoró en secundaria, Villanelle iba de esquina a esquina de su habitación saltando porque la chica que le gustaba había escrito su inicial junto al de ella, y el primero en enterarse obvio fue su padre. Nunca tuvo vergüenza de decir lo que sentía, al contrario, siempre y en todo momento fue con la sinceridad por delante. Aveces demasiado. Por lo que la rubia nunca había conocido realmente el significado de estar dentro del closet. Y es algo que no admitiría en voz alta, pero se sentía absolutamente agradecida de ser criada por Konstantin que la quiso tal como era, sin límite alguno.

No fue de extrañar tampoco que el primero en escuchar el nombre de Eve Polastri saliendo de la boca de Villanelle, fue Konstantin. Esa noche volvió a su departamento ansiosa de haber conocido a la mujer más atractiva que habían visto sus ojos. La piel en su oreja abrazada al teléfono por horas conversando con su padre sobre la morena. Ella sabía que él tenía contactos, era un hombre importante, y no dudo un segundo en pedirle que investigara de esta mujer. Sus mejillas sonrojadas detrás de la llamada, sonriendo como necia al expresarle en palabras a su padre lo perfecta que era, el cabello inaudito y tal vestimenta intachable. En cambio, del otro lado solo recibía risas por parte de Konstantin, quien ya había escuchado esta perorata muchas veces antes, por lo que solo asumió que debía ser una obsesión más de la rubia, sólo era una mujer más. No?















Las últimas clases del día de Villanelle caían un viernes. Y a mediadas las siete y media, la rubia ya estaba conduciendo directo a su universidad.

En el silencioso trayecto, su mente ruidosa solo generaba imágenes idealizadas de cómo podría volver a encontrarla a Eve. Volver a sentir su voz grave haciendo magia en sus oídos. Honrarse con admirar la imponente figura de la morena. Se sentía una adolescente hormonal con sólo pensar en ella, de verdad había cautivado y superado por lejos las expectativas de Villanelle en una mujer. Si ella hacía la cuenta de cuantas de las mujeres con las que se acostó en la semana eran de cabello negro y ojos oscuros, debería de admitir que todas. Para la rubia era imposible, pero realmente ninguna era ni se acercaba siquiera a la divinidad que era Eve.














La mañana corrió rápida. A este punto solo le restaba una clase y finalizaría su día en la universidad.
Para la mala suerte de Villanelle, no tuvo rastro alguno de la morena desde el caótico evento dentro del ascensor. Lo cual la desilusionaba bastante. Pensaba constantemente en que no podía ser posible no encontrarla caminando por los pasillos, la mujer era profesora allí, debía verla. Sumándole que empezaba a crecer su molestia dirigida a su padre, quien se había negado con un rotundo "ni lo sueñes" ante su pedido de recolectar información de la mujer.

Mi Profesora De FrancésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora