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—¡Klehr Budowski!

No recordaba con exactitud cuándo fue la última vez que había tenido una mañana estupenda sin que Cooper actuara como una tonta alarma con patas.

Si hubiese tenido a la mano algo lo suficientemente pesado, se lo hubiera lanzado sin pensarlo dos veces.

—¡Klehr, levántate!

—¿Te puedes callar? —le pedí.

Cooper sí que tenía una sutil manera de lograr quitarme el sueño tan temprano con su melódico y estresante tono de voz.

—Déjame dormir un rato más —supliqué.

Me retorcí de mala gana, tomando con fuerza entre mis brazos una de mis almohadas y ocultando mi rostro bajo la misma y le di la espalda, ignorando sus pasos cada vez más cercanos a mí.

—¡Klehr, levántate! —insistió, mientras se sentaba al borde de mi cama—. ¿Cómo puedes ser capaz de conciliar el sueño estando encima de este feo y tieso colchón? ¡Es demasiado horrible! —exclamó y me dio una nalgada—. ¡Ah, ya recordé! ¡Porque ya te acostumbraste a él!

Di un respingo y lo confronté.

—¿Qué es lo que quieres? —bramé, aparatando la suave almohada de un solo golpe.

Su escándalo, desde luego, apenas estaba iniciando.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó, demasiado curioso de lo habitual—. Creí que había sido una noche extraordinaria, pero vaya que me sorprendió verte dormido. ¿Por qué volviste antes que yo?

—Te lo contaré, si me dejas dormir de nuevo.

—Eso jamás.

Cooper se levantó y me quitó las sábanas sin previo aviso.

—¡Oye! —grité—. ¿Por qué hiciste eso?
Me puse derecho y usando mis brazos y la almohada, protegí mi cuerpo expuesto.  

La calidez del manto abandonó mi cuerpo y fue reemplazado por la suave caricia del frío que flotaba en la habitación.

El foco dispuesto en el techo me hizo entrecerrar los ojos, pero la furia no se hizo esperar.

Afortunadamente vestía una camiseta y ropa interior, o de lo contrario Cooper me hubiera desnudo.

Aunque, para ser sincero, no era la primera vez que lo haría.

—¿Por qué sudas demasiado? —me interrogó Cooper y aquella sonrisa en su rostro se fue borrando lentamente—. No he llegado a comprender eso. ¿Acaso tienes pesadillas?

—Tal vez sí, pero no te concierne. Dime, ¿a qué huelen mis sábanas húmedas?

Cooper hizo una mueca por lo que le dije y me las devolvió, mientras me hacía un par de señas obscenas.

—Eso te pasa por ser demasiado inteligente.

—Como sea.

Se alejó de mi cama y se dejó caer en la suya, sin siquiera apartar la mirada.

—¿Sí me vas a contar o no? —siguió presionando Cooper—. ¿Hasta dónde fuiste? ¿Qué tal estuvo la sesión? ¿Besaba rico? ¿Qué tan satisfecha quedó? —su mirada lujuriosa se iluminaba con cada pregunta que hacía—. Yo, por ejemplo, obtuve buenas propinas. Y tú, ¿qué obtuviste? ¿Hubo algún regalo?

—¡Claro que no!

—¡Bah! De seguro ni te acuerdas de lo que pasó —declaró Cooper.

Ojalá él tuviera la razón.

En ocasiones Cooper podía llegar a ser irritante, tal vez porque yo fui el que empezó con la idea de contarle los hechos; encontré eso como algo terapéutico porque Cooper no sacaba conjeturas fuera de lugar.

Quise ser transparente con él, pero ya lo conocía y sabía que dejaría de insistir una vez le cuente aunque sea un pequeño detalle del asunto.

—Todo a su momento —respondí, dejando escapar un suspiro.

—Sí, claro —Cooper rodó los ojos y se volvió a levantar—. Apenas son las once de la mañana, ¿qué haremos hoy?

—Primero que nada, ¿qué día es?

—Jueves.

—¿Tan rápido?

Cooper asintió con la cabeza.

—Tenía pensado visitar a Tori, llevo varios días de no hacerlo, seguramente ella y su madre necesitan ayuda con el asunto de las flores —solté un resoplido de resignación—. Además, tampoco he ido a hablar con Wayde.

—Wayde… recuerda no mencionar su asqueroso nombre de nuevo cuando yo esté de buen humor —refunfuñó Cooper, torciendo el gesto—. Me dan ganas de empujarlo por las escaleras y que ruede hasta morir.

Cooper tenía razón.

Wayde era un hombre insufrible, de solo pensar en él, me daban náuseas y escalofríos, no solo por su aspecto físico, sino también por su carácter frío, explosivo y personalidad tan repulsiva.

Para él todos éramos insignificantes y con una sola mirada suya era capaz de aplastarnos y sentir miedo.

¿Y lo peor?

Era mi jefe.

—Quisiera hacer lo mismo, ¿sabes? —me lamenté—. Pero prefiero librarme de él de otra forma.

—Avísame, por favor, tengo un par de ideas que servirían demasiado.

Ambos nos unimos en una carcajada que duró varios segundos.

—Cambiando de tema, tenemos mucho tiempo libre, así que supongo que es hora de ir a gastar la quincena —bromeé.

—Y mentira no es, Klehr. Ya casi nos estamos quedando sin provisiones.

Oh, rayos, eso era una mala jugada.

Me estaba dando cuenta que desde que me hice cargo de mis propios gastos, responsabilidades y derechos, la vida no me estaba tratando tan bien como yo tenía pensado que sería.

—Date prisa, Klehr, estás siendo muy lento —refunfuñó Cooper.

—¿Lento? ¿Por qué?

—¿Ves a lo que me refiero?

Después de varios segundos muy aburridos, Cooper inhaló profundamente antes de soltar un largo suspiro y agregar:

—¿Sabes algo? Me parece que este es un buen día para aclarar nuestras ideas y reorganizar nuestras metas —afirmó él—. Y lo más importante: tranquilizar los sueños más desesperados que habitan en el profundo océano inquieto de nuestras mentes y corazones.

Enarqué una ceja, conteniendo una carcajada.

—Que horrible sonó eso. ¿Te sientes bien?

—Sí, ¿por qué?

—Por nada —murmuré, arrugando la frente.

Cooper parecía más tranquilo, algo que era muy normal en él, aunque en las últimas semanas debía admitir que se había pasado con humores cambiantes e insoportables.

Solo esperaba que no siguiera así por el resto de su vida

Detener el tiempo - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora