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La primera semana de noviembre parecía ser lo menos acogedor del año.

Los días transcurrían en un parpadeo y aquella tarde se estaba convirtiendo en noche y el cliente con el que había quedado en salir, ya se había demorado.

Si seguía con esa mala racha, la idea de renunciar estaba más próxima de lo que pensaba.

—¿Seguro que esta es la hora que acordaron? —preguntó Cooper, mientras me hacía compañía fuera de nuestro apartamento.

Varios autos pasaban tranquilamente y eso me empezaba a desmotivar, quizá porque ninguno parecía interesarse en aparcar junto a la acera.

—De hecho sí —contesté.

—Me parece que es muy temprano para salir. ¿Adónde te dijo que irían? —cuestionó mi amigo.

—Iba a ser una sorpresa.

Cooper entrecerró los ojos, extrañado.

—No lo sé, amigo, esto es raro.

—Todo te parece raro.

—¿Y tú le creíste?

—Es a lo que me dedico.

—¿Qué tan seguro es?

Me encogí de hombros, sin responder.

—Será mejor que entres —sugirió Cooper, al darse cuenta que el cielo obstinado cambiaba sus tonos de naranja a azul grisáceo.

La luna empezaba ya a brillar formidablemente oculta tras las nubes sinuosas que se paseaban en lo alto, movidas por el gélido aire.

Transcurrieron varios minutos y él chasqueó la lengua, impaciente.

—Si no llega dentro de diez minutos, doy por cancelada la aventura —afirmé.

—Como quieras.

Cooper ya no insistió que me quedara esperando dentro del apartamento, entonces me dio la espalda y se alejó y me quedé solo, como un completo idiota.

Frustrado, eché a andar, observando aquel panorama nada alentador. 

Me detuve en seco al sentir la vibración de mi celular.

Revisé los mensajes y tras leerlos, tuve que contener las ganas de gritar tan alto que probablemente llamaría la atención de las personas que caminaban por aquellas ajetreadas calles.

Ya voy de camino.

No tardaré en llegar.

Espérame.

Eso decía el sujeto que me invitó a salir.

Sí, claro.

Estaba más confundido y enojado, en lugar de estar emocionado.

Tal vez la puntualidad era algo que a muchos se les hacía muy difícil poder cumplir, entiendo que todos tenemos asuntos que resolver, pero eso no justificaba que me hicieran perder el tiempo de esa forma tan despreciable.

Tecleé una respuesta simple y guardé el celular.

Reanudé el paso para llegar al otro extremo de la calle, percibiendo en el proceso, el fresco aroma procedente de los jardines de las casas contiguas.

Me quedé en pie junto a un poste y esperé.
Volví a sacar el celular y marqué el número de Cooper.

Quizá me quedaba algo de orgullo y dignidad, pero él lo entendería y estaba seguro que estaría dispuesto a ir conmigo a algún sitio y pasar el rato.

Mientras la llamada se realizaba y sonaba al otro lado de la línea telefónica, el ruido de un automóvil acercarse a mí me alertó de inmediato.

Pero, no me volví para saber quién era.

—Eh, amigo… —me interrumpió una voz masculina—. Siento mucho la demora.

Aquella voz se me hizo conocida.

—¿Me oyes, Klehr?

Estupefacto, giré la cabeza con una rapidez salvaje y me aseguré que nada eso era producto de mi imaginación.

Sin embargo, no me había equivocado.
A escasos centímetros de distancia, estaba Howie.

Y sonreía, casi con diversión.

Detener el tiempo - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora