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Desde que Cooper se marchó, dejé que la habitación quedara inmersa en una leve oscuridad.

Intenté mantener mi mente ocupada viendo una película, sin embargo, pronto me resultó aburrida.

Cuando menos me lo esperaba, Wayde estuvo llamando muchas veces. No quise atenderlo, pero sabía que se enojaría.

No tuve otra opción.

Escuché durante largo rato su sermón.

Fue desagradable todo lo que dijo y lo que hizo falta por decir, mis odios estaban candados ya, simplemente dejaron de tolerar sus palabras hirientes.

Al finalizar, mi celular quedó tenido en la sala y no lo volví a revisar, mis ganas de seguir existiendo también se esfumaron.

Tenía náuseas.

Tanto que vomité y luego me fui a recostar, porque me sentía débil, muy agotado y esperé ansioso de recuperar energías tanto mental como emocional.

Tardía, desde luego.

Posteriormente pedí a domicilio una cena ligera, aunque minutos antes había perdido el apetito y sentía mi estómago vacío y a la vez revoltoso.

Esperaba que cada bocado no me hiciera sentir peor.

Sin saber cómo perder el tiempo, estaba recostado en la sala, esperando que el sueño me invadiera.

Pero no sucedía.

Tanta era mi impaciencia y frustración, que horas después, el suave murmullo de mi respiración no era lo único que se escuchaba.

Pues en esta ocasión fui yo quien había solicitado la compañía de alguien, alguien que acudía cuando se lo pedía.

El plan de contingencia.

La mujer aprovechó las oportunidades dispuestas ante ella y se acercó a mí con toda la intención de seducirme.

Su lento caminar cargado de tensión, me transmitía un deseo feroz de estar con ella y por un momento, me podía permitir cualquier otra sensación que no sea de poder, de dominio y sobre todo, de superioridad.

Por fortuna, debo decir que ya casi no sufro de timidez, desconfianza o duda sobre mi cuerpo y lo que sentía al ver otros, en toda su gloria.

Aquel apetito de conocer y aprender más de lo que me gustaba hizo que el lazo interno se intensificara.

—¿Qué pretendes hacerme? —le pregunté con una sonrisa.

La mujer me devolvió el gesto, tan intenso como lo era ella misma.

—Soy libre de hacer contigo lo que me dicta el placer —respondió.

Sus ojos transmitían cierta tranquilidad mientras hablaba.

—Acércate, entonces —le sugerí.

Ella soltó una risita de emoción.

Mientras se acercaba, acaricié con delicadeza su rostro con una sola mano y me incliné para estar a su altura y evité un encuentro nariz con nariz, sin unir todavía nuestros labios y dejar que ella experimente lo que nunca había hecho con alguien antes.

Ella fue la primera en tomar la iniciativa y me rodeó por la cintura con los brazos y me besó.

No teníamos prisa, pues ninguno de nosotros arremetía de manera brusca para poder satisfacerse.

Sus labios se humedecían a una gran velocidad y le resultaba fácil moverlos y deslizarlos con suavidad.

Luego, con los ojos cerrados, pude sentir cómo ella empujaba la lengua hacia dentro, con lentitud y buen ritmo, ganando experiencia en cada beso.

Jadeé para incrementar el placer y la estimulación.

Los suspiros que lograba dejar salir eran fuertes, una buena señal para que no parara, eso lo comprendí al instante y grabé cada sonido como parte de un lenguaje íntimo de placer que solo nosotros dos compartíamos en ese momento.

Ella usaba las manos para recorrer mi espalda y mi abdomen suavemente, mientras yo, que intentaba torpemente viajar entre sus mejillas y pasando a su vez, sus dedos en su cabello (aunque eso no ayudaba mucho), recorría a tientas cada centímetro de su piel inexplorada, acariciando sin límites y demasiada intensidad su pelo y su espalda baja.

No pensé en cortar distancia para recuperar el aliento.

Ahora solo necesitaba sentir la gloria.
Sin embargo, ella fue la primera en separar nuestros labios y mirarme directo a los ojos con aquella chispa emitiendo tranquilidad.

—¿Tienes alguna idea de cuáles serían los efectos inminentes que me traerías cada vez que estaré frente a ti y no pueda controlarme? —le pregunté.

—Lo sé —respondió ella. Se acercó de nuevo a mí y me tomó de las manos—. Pero sabes que esto, lo que es y nunca será… es cuestión de aceptarlo, porque no podemos estar juntos.

Mi garganta cerró el paso del aire y mis pulmones empezaron a arder.

—No quiero que te vuelvas a ir —le supliqué—. No lo soportaría…

—Pasarán días, meses y años, pero lo que hemos vivido, será solo un recuerdo.

—¿No habrá alguna forma de que eso cambie?
Ella negó con la cabeza.

—Nuestras vidas se cruzaron, es cierto, pero nuestras almas no pueden seguir la misma ruta.

—¿No habrá modo de cambiar eso?

Su sonrisa me transmitió nostalgia.

—Nunca me iré —agregó con delicadeza—. Estaré siempre aquí —se recostó en mi pecho y dejé que escuchara el suave latido de mi corazón, mismo el que lloraba por ella todas las noches.

—¿Lo juras?

—Incluso después de la muerte —concluyó, dejando escapar un suspiro.

—Te amo.

Quería que ella lo escuchara y no se cansara de saberlo.

—Yo te amo por eso que estás haciendo y por lo fuerte que eres. Lo sé. Es extraño que lo diga —murmuró—. Pero es cierto. Todo lo que digo, es cierto. Te amo.

La mujer se levantó y mientras se acomodaba el cabello, avanzó hacia la puerta.

Su figura era un ápice de incertidumbre que me estaba torturando, no quería que esto siguiera pasando, pero las veces que ella y no nos hemos visto e interactuado, casi de manera clandestina, alguien quedaba abatido.

Y siempre era yo.

—No te vayas… —le pedí con desesperación.

—No es mi decisión y lo sabes.

—Nerea…

—Adiós.

—Quédate…

Pero no lo hizo.

La mujer que alguna vez amé con una intensidad salvaje se desvaneció entre mis brazos y vi como la bruma de aquel hermoso recuerdo vivido hacía tiempo atrás, se la llevaba sin mi consentimiento y se disolvía antes mis ojos y se perdía en el aire.

Lloré y mi corazón también lo hizo.

Me quedé de nuevo solo y los pensamientos de muerte volvieron; arremetiendo con furia.

Pronto iba a morir.

Y nadie me podía salvar

Detener el tiempo - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora