Huida

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Por una u otra razón que esencialmente no podía explicar, Sasuke estaba corriendo, el escenario era tan desconocido como el momento y motivo de su aparición en el mismo, y a pesar de la poderosa capacidad de su doujutsu, le fue imposible ver, redundante, más allá de lo evidente, y aquello, no era más que un ancho sendero, constituido por algo que bien podría ser arena o tierra muy clara, un amplio cielo despejado, unos costados faltos de vegetación y una no muy esperanzadora -por no decir vacía- vista de lo que le esperaba al menos hasta dónde sus ojos alcanzaban a ver, lo cual, no era poco.

A través de toda esta secuencia de pensamientos sus piernas no se detuvieron, se sorprendió de lo sencillo que le resultaba correr. La simpleza de poner un pie delante del otro nunca había sido tan evidente. Sin embargo, dado lo carente que su educación había sido en eso de continuar sin darle importancia a las cosas, su pequeña epifanía repentina tampoco era tan sorprendente, su clan vivió y murió, justamente porque nunca fueron buenos con la resiliencia, al igual que él durante la mayor parte de su vida.

De todos modos, los conceptos sencillos no eran su fuerte, siempre fue más del tipo ansioso lo que en un mundo como el suyo era bastante más útil, la simpleza era más cosa de Naruto, de seguro que a él eso de poner un pie frente al otro se le daba muchísimo mejor. De otra manera, él no habría sido perdonado, incluso yendo a los extremos, el mundo no se hubiera salvado de ser destruido si Naruto tuviera la capacidad de guardar rencor como lo hacían las personas normales.

Aún así, ser como Naruto, y correr para alcanzar un ideal a pesar de todo lo que pueda suceder a su alrededor, a ojos de Sasuke, tampoco podía ser la respuesta definitiva a sus problemas. Además de que sus pies comenzaban a cansarse, la experiencia le había enseñado que a pesar de la determinación no siempre se era capaz de llegar al final de la carrera, y más importante aún, que la meta que tanto se perseguía podía o no cumplir con las expectativas que se tenían sobre ella, la vida ya lo había asaltado varias veces con el vacío de perseguir ideales falsos.

Entrecerrar sus ojos para agudizar su vista solamente confirmó que aún un buen tramo del camino continuaba con el mismo escenario desprovisto de vida, al mirar hacia atrás se encontró con un paisaje similar y reprendió su estupidez, —aunque ya sin mucho caso— por no haber volteado hacia atrás apenas cobró consciencia de lo que hacía. Volvió su mirada hacia el suelo, llano y de una blanco levemente amarillento, un poco de polvo rebotaba con cada pisada de sus zapatos, que estaban ya gastados a pesar de que recordaba haber comprado unos nuevos hace poco, fue entonces que se miró los pies con más detalle ya sea para distraerse del inevitable cansancio o porque su mente se aferraba a continuar con el hilo de análisis que le brindaba su propio cuerpo.

La respuesta que se dio a sí mismo tras dos largos minutos de minuciosa observación fue que estaba corriendo.

Pero eso no tenía sentido pues, la última vez que lo verificó, tenía ambas piernas rotas, el agotamiento seguía interfiriendo con sus conjeturas, al igual que el sudor derivado de él, su mentón acumuló las gotas que resbalaban de su frente en una gran e incómoda gota que amenazaba con caer y resbalar por su pecho, podría haber intentado limpiarse con la mano, pero su brazo estaba igual de sudado.

No brazo.

Brazos.

¿Desde cuándo tenía los dos brazos?

Se acarició el brazo izquierdo, hace años que no lo veía, estaba sudado, tenía vello, sus dedos estaban rojos por el esfuerzo, al igual que su palma excepto por la marca de Luna negra en el centro, ese brazo, era tan real como el resto de él. Pero antes de que se pusiera sentimental, su cerebro hizo un espacio en sus pensamientos para recordarle que tanto su brazo como el resto de él sentían, y estaban sumamente acalorados. El enorme cuello de su camisa lo estaba matando.

Un poco difícilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora