I. Verdades y propuestas - PARTE I -

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Demonios. Criaturas que han caminado sobre el planeta desde tiempos inmemorables. Los hay de todo tipo: de apariencia humana, mezcla de humanos y animales, conocidos como semi-humanos, animales antropomórficos y la lista sigue y sigue. Todo aquello que no pareciese humano era tomado por estos últimos como un demonio.

Humanos y demonios han convivido siempre bajo el mismo sol, pero no siempre bajo buenas circunstancias. Cientos de guerras entre humanos y demonios se han sucedido durante milenios a lo largo y ancho del planeta. La última de todas esas guerras, la Guerra de las Fronteras, fue la más destructiva de todas.

Sucedió hace quinientos años. Los numerosos reinos demoniacos se unieron en uno solo para formar una gran alianza entre ellos. Sus fronteras comenzaron a extenderse poco a poco hasta comenzar a reclamar como suyos varios de los numerosos reinos humanos y a conquistarlos.

A raíz de esta situación, el rey del mayor reino humano de todos, el rey Rodrigo, del Reino Hispalesis, propuso la misma estrategia: fusionar todos los reinos en uno solo para poseer un vasto ejército. Así, el grandioso ejército del Grandioso Reino de Hispalesis partió a la guerra.

Durante dos largas décadas, ambos reinos pelearon por la conquista de territorios del contrario para establecer sus futuras fronteras. De ahí el nombre de aquella sangrienta guerra que acabó con la pérdida de millones de vidas en ambos bandos. Tras veinte años de guerra, ambos reinos firmaron la paz. En ese tratado, se acordaron dividir el mundo en dos partes. El gran continente del oeste y todas sus islas circundantes serían para el Grandioso Reino de Hispalesis y, del mismo modo, el continente del este sería para el Reino Demoniaco de Eluryh.

No obstante, los problemas no acabaron ahí. El Grandioso Reino de Hispalesis sufrió una guerra civil pocos meses después que acabó con la caída de la monarquía del rey Rodrigo. Tras su exilio, la Santa Sede se alzó con el poder, rebautizando el reino como República Humana de Andor, con capital en la ciudad del mismo nombre.

Con el pasar de los años, las relaciones entre República y Reino se estabilizaron y el comercio y el viaje entre ambos se comenzó a dar. Durante una grave época de crisis, muchos humanos abandonaron la República y se asentaron en el Reino Demoniaco. Aquella situación cambió completamente la historia del reino, pues comenzaron a verse parejas entre humanos y demonios. Sus conflictos eran ya parte del pasado y debían mirar hacia el futuro. De esa manera, el reino cambió por completo. Sus gentes, sus hablas, sus culturas, sus gastronomías... Todo eso se mezcló para formar una nueva identidad. Todo eso llevó al nacimiento de un nuevo reino: El Reino Humano-Demoniaco de Eluryh.

Quinientos años después, todo parecía ya olvidado. Los conflictos quedaron en el pasado. No parecían ya importarle a nadie. No al menos al joven que trabajaba en el viejo negocio de sus padres: una vieja panadería de una vieja aldea situada en la región de Castilia, una de las dos regiones de la República Humana, siendo la otra Aragonesis, situada al norte. Aquel había sido el negocio familiar del chico durante generaciones. Su sabroso pan era vendido a toda la zona y era muy popular. Desde muy pequeño, a ese muchacho, de nombre Daniyel, se le había inculcado el negocio y el arte de la fabricación del pan. Gracias a que, en algún momento de sus últimos años antes de la pubertad, aprendió a usar magia ígnea, le sirvió a la hora de desempeñar sus labores.

Esa magia era de las más poderosas y de un alto nivel. En la antigüedad, era usada por los fuertes guerreros humanos y demonios para combatir, pero el solo lo usaba para que el pan acabase en su punto. Tal vez un desperdicio viéndolo así, pero no para él. Le apasionaba su trabajo y gustaba de emplear esa magia para hacer más fácil su trabajo.

-¡Hijo! – se oyó una voz femenina desde la sala de hornos de la panadería, lugar donde el ya casi adulto Daniyel pasaba la mayor parte de su día.

En efecto, casi un hombre, pues ya casi lo parecía con su altura de metro setenta y ocho, ojos castaños, piel clara y cuerpo bastante acorde con él, ni muy musculoso ni muy dejado de sí, un punto intermedio. Su pelo era un poco largo por arriba y rapado casi por completo de sus lados, de color blanco y atado en un pequeño moño en la parte trasera de su cabeza. Su preferencia por el color negro se reflejaba en su vestimenta, pues toda ella era de color negro: su camisa remangada, sus pantalones y sus botas. Lo único de otro color que llevaba encima eran su delantal blanco y la harina pegada a sus manos y brazos, producto de usarla para amasar bien la masa de su pan.

El Humano & La Princesa DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora