IV. Revelaciones

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Una suave brisa soplaba en todo el sitio. Una brisa que acariciaba a las flores y a las verdes hojas sujetas de las fuertes ramas y que las hacía moverse a su ritmo. Una brisa que era fresca, perfecta para contrarrestar un poco las cálidas temperaturas que se habían estado alcanzando durante aquellos días. Una brisa que calma y relaja. Una brisa que, acompañada de la sombra de un gran árbol, haría relajarse a cualquiera. El príncipe Daniyel, por supuesto, no era una excepción.

Ya habían pasado siete días exactos desde el accidente en el que se vio envuelto en el palacio. Siete días que habían sido los peores para él en un tiempo. Después de atentar contra la vida de la criada de palacio Ruirui, fue llevado a su habitación donde se le impuso un castigo por semejante acto. Tras una calurosa charla con el rey y la reina donde no quiso entrar en detalle sobre lo sucedido, fue castigado a ser encerrado en su habitación durante siete días y a ser vigilado por la guardia real. Solo se le permitiría salir para asearse y hacer sus necesidades, pero bajo vigilancia.

Por otra parte, Ruirui fue encerrada en los calabozos del palacio tras confesar que fue responsable de la muerte de la madre del príncipe y por lo que se calificó como intento de asesinato del príncipe. Se la sometió a varios interrogatorios por parte de la guardia real para saber el motivo de sus actos, pero sin ningún resultado favorable que destacar, por lo que se la dejó ahí a la espera de llevarla ante un tribunal que la juzgase.

Estando encerrado en su habitación, Daniyel tuvo tiempo para pensar en sus actos. En como la ira se había hecho con su cuerpo y como eso casi lo lleva a tomar la vida de alguien. Acabó más que arrepentido. Aquello fue algo imperdonable que, seguramente, lo marcó. No podía permitir que eso volviese a pasar, o los resultados podrían ser catastróficos.

Pero sin duda por lo que más se arrepintió fue por casi romper la promesa que le hizo a Layla. Él la llamó y, como esta dijo, apareció ante él. Daniyel le contó lo sucedido y como había estado a punto de romper su acuerdo. Él se disculpó y Layla aceptó esas disculpas.

Para poder hacer que esos días fuesen lo más amenos posibles para él, Layla lo sacaba de su encierro sin que nadie se percatara y todos los días pasaban unas horas juntos en un precioso lugar al sur del reino. Durante todas esas horas que pasaron juntos, ambos entablaron muchas y agradables conversaciones que no hicieron otra cosa que ir cerrando la distancia Dios-humano que había entre ellos. Ambos llegaron a conocerse mejor y a mejorar su relación de amistad, llegando incluso en muy poco tiempo a ser cercanos. Quizá incluso demasiado.

Aquel último día de encierro, Layla y él se encontraban, como había sido costumbre aquellos días, en el lugar que pasaban horas y horas hablando de sus cosas y riendo de otras. Se trataba de una hermosa y gigantesca pradera que se extendía hasta donde la vista alcanzaba y rodeada por varios picos montañosos coronados por la poca cantidad de nieve que quedaba del último invierno. Toda ella estaba cubierta en su totalidad por un hermoso manto de flores que hacían de aquel el lugar más colorido que Layla y Daniyel habían visto. Rosas, tulipanes, margaritas, jazmines, lirios, petunias, amapolas y muchos tipos más de flores de todos los colores decoraban por decenas de miles el lugar. Y en su centro, coronando el lugar sobre la cima de una leve colina como el absoluto rey del lugar, se alzaba un solitario, robusto y hermoso roble que dominaba el paisaje. Sus grandes ramas y su frondosidad producían una gran sombra que era perfecta para refugiarse del sol y el calor cuando fuese necesario y que, bajo las condiciones idóneas, sería un buen lugar donde descansar e incluso llegar a dormir un poco.

Precisamente, bajo esa sombra era donde ambos pasaban los días. Layla se sentaba bajo la sombra del roble, apoyada sobre su tronco, y Daniyel se sentaba a su lado. Siempre empezaban así y, al final, el príncipe acababa siempre en el regazo de la todopoderosa. Aquel día fue más de lo mismo. Daniyel descansaba bajo la sombra del roble, tumbado en el suelo y con la cabeza apoyada sobre el suave regazo de Layla, quien acariciaba suave y gentilmente su cabeza, algo que al chico le gustaba mucho que le hicieran pues lo calmaba y relajaba mucho.

El Humano & La Princesa DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora