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LÁNGUIDOS Y LIGEROS ERAN ALBOROTADOS LOS SUAVES cabellos de Reishack. Azabaches. Como la fantasmal negrura del crepúsculo que se avecinaba, como la tarea que lo llevaba hasta lo alto de aquel imponente edificio departamental.

El viento vespertino hacía temblar las hojas desgastadas de los árboles, entonando un silbido que recorría las calles de Argentina. El bullicio de la ciudad apenas era perceptible desde esa altura; especialmente con el sonido de la lluvia de fondo. A pesar de ello, el ángel no parecía sentir frío alguno ni el golpeteo de las gotas de lluvia que salpicaban su bello rostro de alabastro. Sumido en una calma contemplativa que no admitía distracción, observaba al frente como quien se encuentra en un poderoso trance.

Los ojos marchitos de Reishack deslizaron ese color violeta hacia la puerta de entrada al edificio.

Nada.

La presencia femenina que estaba esperando no daba señales de vida y, no obstante, el ángel no lucía nada contrariado con la espera; por el contrario. Sus sentidos se habían encendido de nuevo con el fuerte llamado inicial de su próxima inocente o, mejor dicho, de su próxima víctima.

Durante esos momentos el ángel tenía permitido sentir aquellas sensaciones y emociones que emulaban a las de un ser humano, igual a cualquier otro. Era el estado más parecido al de un hombre que podría alcanzar.


Así, con sus sentidos reavivados, elevó las manos al cielo para poder sentir la lluvia sobre sus palmas abiertas. Dejó escapar un suspiro largo y vehemente al tiempo que admiraba el cielo ennegrecido por las nubes cargadas de agua.

Anhelaba mantener el efecto, aunque solo fuera por unos breves instantes, antes de que la realidad volviese para aplastar sus ensoñaciones.

Pocos sabían de la existencia de seres como él; en el mundo humano se hablaba de ángeles celestiales, ángeles guardianes, pero no de ángeles de la muerte prematura. Estos pertenecían a una orden mucho más secreta y siniestra, ajena incluso a la más descomunal de las imaginaciones terrestres.

Los ángeles de la muerte prematura, a diferencia de sus compañeros celestiales, eran incapaces de sentir, ya sea este contacto físico o emocional. Nociones como una brisa mañanera o una herida profunda no tenían significado alguno para ellos. Sus emociones y sentimientos solo eran reavivados en raras ocasiones y únicamente para asegurar que la misión para la que habían sido creados se realizara con total perfección. De manera que tampoco podían generar sentimientos propios. Eso sería una desgracia y una tortuosa condena para ellos, ya que la misión para la cual habían sido creados requería un temple de acero.

Sus ojos, violetas, pálidos y marchitos intentaban contener la agitación que lo llenaba en esos momentos, observando siempre al frente.

Para cualquier humano, aquel ser de facciones perfectas no sería más que un invidente de mirada gélida, sin pupilas perceptibles a primera vista. Pero para los seres del otro mundo, para aquellos capaces de viajar y residir en distintas dimensiones, ese personaje era sin duda alguna uno de los más temidos y respetados seres que pudieran habitar la Tierra. Pese a su apariencia juvenil y su andar despreocupado, Reishack representaba los temores de muchos, los anhelos de otros, el respeto y sometimiento de algunos más, pero nadie guardaba cariño en su corazón para él.


Vació su mente de pensamientos y caminó con la cabeza al frente al tiempo que los charcos de agua se partían en dos ante sus pisadas, como un auténtico milagro bíblico.

Sus cabellos se movieron imperceptibles, los ojos se apresuraron a observar nuevamente aquella puerta de servicio. La sentía, podía escuchar su respiración agitada, sentir los latidos de su corazón encogiéndose como si estuviese a punto de romperse. Los pasos; esos pasos presurosos que subían de forma errática y, finalmente, la imagen de la mujer que salía precipitada, aventando la puerta de metal.

Reishack - El último ángel de la muerte prematura [Serie Reishack 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora