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Capítulo 5: Rush Valley
—Maldita sea —masculló Roy por lo bajo—. Esa mujer no se cansa.
—Dejaremos todo aquí porque si encuentran la carpa, nos dará un poco más de tiempo a escapar mientras ellos la revisan —explicó Kimblee—. Lleven solamente la mochila que contiene la comida, el agua y la otra que tiene telas, nos servirá para transmutarlas.
Edward corrió dentro de la carpa y tomó las dos mochilas que habían dejado agrupadas a un lado. Kimblee había advertido que esto podía pasar y que, si sucedía, debían de tener preparado su plan de escape. Cada vez le sorprendía más cómo pensaba ese hombre.
Pero había un problema.
—¿Cómo haremos para bajar por la montaña sin rompernos el cuello? —preguntó Edward cuando salió de la carpa, entregándole una mochila a Roy, quien había insistido en tomarla—. No se ve nada y todo es escarpado.
Ya de por sí en el día, cuando el sol iluminaba la aspereza de la montaña, les había costado bajar y subir por peldaños, con sus rocas peligrosas donde algunas estaban tan sueltas que al simple rozamiento se caían.
—Nos tomaremos de la mano, primero iré yo, tú a mi lado y Mustang detrás. Bajaremos así. Y no Elric, no puedes ir delante o detrás, eres el más pequeño y necesitamos fuerza de los dos lados por si tropezamos o nos caemos.
Edward, indignado, infló sus mejillas y apretó sus labios. En otra situación le hubiera hecho un berrinche a Kimblee y hasta golpeado, pero no era el momento ni el lugar. Guardándose su orgullo, tomó la mano de los dos hombres; Kimblee la sostuvo con fuerza, como si estuvieran haciendo un apretón de mano, en cambio Roy entrelazó sus dedos con la suya, y la apretó con suavidad como si le quisiera dar a entender que todo saldría bien. Roy ya tenía puesto su guante blanco de alquimia.
Quién diría que por fin Edward podía tomar la mano de Roy Mustang sin que alertara sospechas. Habían tenido que caer en este agujero del golpe de estado para que pasara, y aunque Edward odiara eso, se sentía muy a gusto y protegido con su mano entrelazada a la de Roy.
Bajaron con mucha cautela la ladera de la montaña, dando pequeños pasos para no tropezarse o golpear una roca que podría caer y advertirles a las personas que lo buscaban que posiblemente ellos podían estar ahí. El viento, aunque muy helado, era un beneficio para ellos; al ser tan fuerte apenas se escuchaban sus pasos. El único problema era que tampoco podían escuchar a los enemigos, por lo que Kimblee luego de caminar un rato, les había advertido que debían de parar por momentos y agudizar los oídos por si estaban cerca de los militares.
Habían visto las luces encender y apagarse varias veces, lejos de ellos, eran cuatro en total, y cada una en un punto estratégico. Los más cercanos estaban al norte debajo de la montaña, por lo que debían desviarse mucho más de su camino para no topárselos.
Edward se preguntó si llegarían a tiempo para reencontrarse con los demás. ¿Alphonse estaría en la misma situación? ¿Y si los habían atrapado? ¿Acaso Alphonse podría morir? ¿Él no se había sacrificado para que estuviera su hermano a salvo?
Miró hacia arriba donde aguardaban las estrellas y deseó, no por primera vez, estar allí arriba y poder verlo todo. Era como si el mismísimo universo lo llamara, como si fuese la piedra filosofal que una vez buscó con tanto anhelo.
—Aguarden. —susurró Kimblee, los tres se detuvieron.
Muy por debajo del sonido del viento se escuchaban pisadas. El estómago de Edward dio un salto como si hubiera caído al vacío. Los pasos cada vez se escuchaban más cerca. ¿Acaso había otro grupo? ¿Y cómo no habían visto la luz?
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El regreso del alquimista de acero (RoyEd)
RomantikHan pasado dos años desde que los hermanos Elric consiguieron su propósito: recuperar sus cuerpos. En todo ese tiempo, Edward viajó por el mundo en busca de su alquimia perdida y también para sanar su corazón que Roy Mustang destruyó. Una nueva amen...