Capítulo 3: El golpe.

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Capítulo 3: El golpe.


Roy se encontró con la mirada de Edward puesta en él, y se heló, dejando de caminar. Se notaba que lo que menos esperaba encontrarse en esa sala era al Alquimista de Acero, su examante. Roy abrió y cerró la boca, incapaz de articular palabra alguna. Sus ojos, que antes habían estado firmes y decididos, eran ahora un mar de dudas. Solo miraba a Edward como si fuera el único en la sala, con esos ojos llenos de amor que siempre había tenido para él, y luego seguidos de una tristeza genuina.

Y Edward, tampoco podía quitar su vista de Roy, como si fuese lo único que existía en ese mundo, como si estuvieran solos. Su corazón galopaba con intensidad ante esos ojos negros como una noche sin estrellas, pero todo había quedado en segundo plano cuando se dio cuenta que el dios le había mostrado en la visión a un Roy Mustang con bigotes y era darse cuenta de que el Dios de la Alquimia tenía razón, y que, si él no hubiera aceptado el trato, Amestris hubiera desaparecido.

—¡Hermano! —gritó una voz, Edward volteó bruscamente su cabeza, rompiendo el contacto con Roy, viendo como Alphonse pasaba por la puerta, corriendo hacia él. Edward extendió sus brazos casi al mismo instante que Al se le lanzaba en sus brazos. Lo apretó con fuerza contra su cuerpo, dándole un abrazo protector—. ¡Idiota, me preocupaste mucho...!

—Oh, lo lamento Al... —susurró Edward, acariciando la cabeza de su hermano, sintiéndose tan feliz de verlo y poder abrazarlo. Alphonse lo abrazaba como si pudiera desaparecer—. Donde estaba no podía escribirte...

—Es mentira, una completa mentira —comentó Ling, Edward le lanzó una mirada de advertencia—. Oye, pero es la verdad. En Xing podrías haberle mandado una carta...

—¡Todos tus guardaespaldas revisaban lo que se escribía, no quería que leyeran algo privado! —se defendió Edward, mirando por un segundo a Roy, quien seguía tan sorprendido como antes—. Al, creo que Ling tiene que hablar con el Führer...

Roy pestañeó, recomponiéndose levemente, aún sin quitar la mirada de Edward. Sus mejillas habían tomado un tono rosado.

—Edward... tanto tiempo —musitó Roy, su voz aterciopelada era como hielo en las venas de Edward—. ¿Cómo has estado?

—Está en perfectas condiciones — le respondió Ling. Roy miró hacia el emperador con su ceño fruncido, sus ojos ahora fríos, como si le hubiera molestado que este hubiera respondido en vez de Edward—. Ahora... terminemos con esto así podremos comer y descansar.

—Has comido hasta recién —se exasperó Edward poniendo sus ojos en blanco—. Bueno, charlen tranquilos, Al y yo iremos a...

—Espe-espera hermano... —tartamudeó Alphonse cuando Edward lo empujaba para que saliera de la sala. Edward se detuvo, mirando a los ojos de Al que eran muy parecidos a los de él y que constantemente le hacían recordar a la mirada de su madre; tan tierna e inocente—. El Führer Mustang me ha pedido hablar con Ling, aunque si tú estás aquí...

—¿Necesitas que yo esté? — le preguntó Edward a Ling, pidiéndole con la mirada que no fuera así. Ling hizo una mueca con sus labios, como si Edward lo estuviera poniendo en una situación comprometedora—. Que va, si eres un idiota al hablar con las personas.

Edward deslizó su mano del hombro de Alphonse hasta hacerla caer hacia un costado, caminando nuevamente hacia el sofá, sintiendo la mirada de Mustang clavada en su nuca. ¿Se daría cuenta de lo mucho que aún lo amaba? Al sentarse, levantó su cabeza mirando directamente a Mustang, quien no había observado a nadie más que a él.

Edward, recordando que estaba enfadado con Roy, lo miró con furia.

—Bastardo. ¿¡Cómo te atreves forzar a Alphonse a ser alquimista estatal!? —gruñó Edward, con sus puños apretados—. ¡Y tú Al, eres un imbécil al venir!

El regreso del alquimista de acero (RoyEd)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora