Capítulo 10: el norte.
Edward se despertó somnoliento, soltó un largo bostezo y echó una rápida mirada por la ventanilla del tren, para luego volver a apoyar su cabeza contra el incomodo respaldo de la butaca. Atravesaban un denso bosque, con el carril del tren serpenteando entre lo que parecían dos montañas cubiertas de vegetación. Hacía ya un buen rato que habían dejado atrás campos, colinas y la mayoría de las ciudades; salvo algún esporádico pueblo distante, todo lo que se divisaba era pura naturaleza.
Habían partido hacía dos días desde la Estación de Central con un gran destacamento de militares y armas. Llegarían por la noche a la Ciudad del Norte, mientras que otro grupo, donde estaba el doctor Marcoh y Scar, llegaría mañana por el carril transitorio con camiones trayendo consigo más municiones y soldados.
Edward había decidido viajar en el último vagón al enterarse de que Roy Mustang compartiría el primer vagón con el príncipe. Desde que Edward lo rechazó en la biblioteca, hace ya cuatro días, Roy no le había vuelto a dirigir la palabra. Edward sabía que había hecho lo correcto, pero eso no quería decir que se sintiera bien.
Ling, Lan y Alphonse lo acompañaban en el último vagón con varios soldados de menor rango que se habían impresionado de verlos ahí. Winry, consciente que solo estorbaría si los acompañaba, había decidido volver a Resembool. Antes que ella se fuera, Edward le había entregado el regalo que le había comprado en Xing; el vestido azul que le había recordado a su color de ojos. Ella se había puesto muy contenta y le agradeció infinitamente el regalo; Edward se había alegrado de que le gustara, siempre le había hecho feliz verla bien a su amiga de la infancia.
Comenzaba a ser más frío de lo normal, pero lo ameritaban los hermosos paisajes que sucumbían detrás de las ventanas del tren. Montañas cubiertas de pinos verdes, abedules rojizos y arces amarillentos decoraban el paisaje con una paleta de colores cálidos. Dos años atrás, cuando Edward viajó hacia el norte con Alphonse, fue en verano, y la gama de colores había sido completamente diferente.
La única desventaja de viajar en otoño era que el frío se hacía cada vez más intenso al acercarse al Norte. Ling no paraba de quejarse. Se había sentado frente a Edward en las butacas dobles y no paraba de temblar bajo las varias mantas rodeadas en su cuerpo.
Ling, acostumbrado al cálido clima de Xing, no toleraba el frío, y mucho menos un frío tan intenso. Sin embargo, Lan, originaria del mismo país, parecía no verse afectada, aunque Edward sospechaba que la joven simplemente lo disimulaba.
Cuando Edward iba a replicarle a Ling aquello, Alphonse le interrumpió.
—¿Me prestas otro libro? —le preguntó cerrando el libro que sostenía con ambas manos—. Ya he leído este, es interesante cómo han creado las Naciones de Creta. Algún día deberíamos de ir.
Días atrás, antes de irse de la biblioteca que Roy le enseñó, Edward había tomado prestado cuatro libros que le habían llamado la atención y estaban apartados, como si Roy los hubiera estado leyendo. No había podido ver del todo los libros de la biblioteca, ya que eran muchísimos y Edward no se había sentido nada bien siendo que hace poco se había peleado con Roy.
Los cuatro libros que tomó detallaban la historia de los países vecinos, Drachma, Creta, Aerugo y Donbachi. Edward había visitado todos durante su viaje por dos años, menos claramente Drachma al estar en disputa con Amestris. Los países eran más grandes que Amestris, salvo Creta que tenían casi el mismo tamaño, y cada uno tenía culturas diferentes, como también paisajes.
—Claro, ¿cuál quieres? —le preguntó Edward abriendo su maletín, ignorando la mirada incomoda de Ling al escuchar como Alphonse le decía de viajar juntos. Era el único, con Lan, que sabían la terrible verdad.
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El regreso del alquimista de acero (RoyEd)
Roman d'amourHan pasado dos años desde que los hermanos Elric consiguieron su propósito: recuperar sus cuerpos. En todo ese tiempo, Edward viajó por el mundo en busca de su alquimia perdida y también para sanar su corazón que Roy Mustang destruyó. Una nueva amen...