Capítulo 7: el príncipe Claudio Rico
La persona de confianza y quien había interceptado en el camino al príncipe Claudio Rico, Izumi Curtis, no parecía nada contenta. Su rostro estaba serio y su ceño fruncido le hacía marcar más sus pequeñas arruguitas entremedio de sus cejas. Además, tenía levemente su boca hacia un lado, una mueca que sin lugar a duda Edward recordaba como disgusto en ella.
Si había una persona que podía notar a simple vista la nueva alquimia de Edward, era ella. Edward debía ser precavido para no usarla porque si no su maestra lo asesinaría.
—¡Maestra! —exclamó Alphonse sorprendido y contento, caminando hacia ella—. ¿Cómo está?
—¡No, Al! —chistó Edward, pero fue demasiado tarde.
Izumi, al tenerlo a su alcance, tomó a Alphonse del brazo y lo hizo saltar hacia arriba, para luego, de una forma brusca, arrojarlo contra el suelo. Alphonse quedó boca arriba, sin moverse y con ojos desorbitados.
—¡Es lo que menos te mereces por unirte al ejército! —le gritó Izumi al menor de los Elric—. ¡Ser alquimista estatal... creí que eras más inteligente, Alphonse! ¡Y tú! —dijo mirando a Edward, este se encogió—. ¡Desaparecerte dos años y dejar que tu hermano cometiera semejante locura! ¡Ven aquí!
Edward negó con la cabeza, muy asustado. Izumi alzó sus cejas y le sonrió con peligrosidad.
—¿Quieres que yo vaya a ti? ¿¡Eso quieres!?
Edward volvió a negar, y esta vez caminó hacia ella con temor, era peor resistirse.
—Mira, estás más alto —observó Izumi con una sonrisa, posando una mano sobre su hombro que a Edward le pareció más una garra—. ¡Veamos ahora cuánto vuelas!
Edward cerró sus ojos cuando Izumi lo tomó del brazo, pero nada pasó, no sintió ningún dolor en su espalda ni ninguna otra parte del cuerpo. Al abrir los ojos, vio que su maestra lo miraba sorprendida, casi estupefacta. Edward miró su brazo donde ella lo sostenía y observó, para su desesperación y horror, que un aura violácea le cubría esa parte, haciendo incapaz que su maestra pudiera sostenerle con fuerza.
—N-No es lo que...
—Luego hablaremos —dijo ella con mucha seriedad, dedicándole una mirada extraña—. Será mejor que entremos.
Izumi lo soltó y el aura violeta desapareció, ella frunció más su ceño, pero no dijo comentario alguno. Edward apretó sus labios, ¿y ahora qué se inventaría? Por suerte, nadie parecía haberlo advertido, porque Izumi había estado cubriendo esa parte con su cuerpo.
—¿Por qué no te golpeó? —le susurró Alphonse cuando la maestra se alejó, Edward observó que Alphonse llevaba un chichón en la cabeza.
—Ni idea —dijo Edward con indiferencia, encogiéndose de hombros—. Capaz se apiado de mí, ¿entramos?
La tienda de campaña era excesivamente grande y en el medio había una enorme hoguera encendida que iluminaba el interior dejando que el rojo se intensificara más, el humo salía en espiral por la pequeña abertura del techo. A los costados había mesas de madera con mapas extendidos, sofás de terciopelo y cojines largos con pieles desparramadas.
También había varios hombres del príncipe y dos mujeres, estas iban de civil. Edward reparó en un hombre muy grande y alto, que llevaba una simple remera negra y pantalones claros. Sig Curtis, el esposo de Izumi.
—Hermanos Elric —los saludó este—. Has crecido, Edward.
Edward le sonrió a medias, aún nervioso por lo que su maestra acababa de ver. Alphonse, que se estaba recuperando del golpe de su maestra, caminó rengueando detrás de Edward y se mantuvo a una distancia prudente de Izumi.
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El regreso del alquimista de acero (RoyEd)
RomanceHan pasado dos años desde que los hermanos Elric consiguieron su propósito: recuperar sus cuerpos. En todo ese tiempo, Edward viajó por el mundo en busca de su alquimia perdida y también para sanar su corazón que Roy Mustang destruyó. Una nueva amen...