Capítulo 2: La alquimia de un dios.
Edward se despertó dando una bocanada de aire como si se hubiera ahogado. Estaba recostado en el suelo, y cielo era de un negro espeluznante, con pequeñas estrellas titilantes. Ling lo miraba con preocupación, inclinando hacia él, zarandeándolo.
Edward se sentó de golpe, golpeándose la frente con su amigo, quien exclamó un quejido. Todo le daba vueltas en la cabeza, como si aún estuviera en el remolino de galaxias. Miró a todos lados, dándose cuenta de que ya no estaba en Central, tampoco en el universo, sino donde había estado antes; en el lago de los deseos. Era como si no se hubiera movido de allí.
Miró hacia el lago oscuro, las aguas estaban calmas y negras, copiando los pequeños puntos de las luces de la ciudad y el palacio, cuando antes el agua había estado burbujeando con un color plata y el dios había estado sobre este, totalmente aterrador y celestial. Era como si no hubiera pasado nada de eso, como si hubiera sido producto de su imaginación.
Sintió la ventisca fría del lago pegándose a su espalda sudada, cuando antes no había sentido nada, como si su cuerpo fuera inmune a cualquier cosa. Extrañamente, Edward sentía que no sentir nada era mejor a esto. Lo hacía sentirse poderoso y especial.
—¿Te encuentras bien? De un momento a otro, luego de pedir tu deseo, te desmayaste —le dijo Ling preocupado, sentándose junto a él—. ¿Pasó algo?
—¿Cuánto ha pasado desde que pedí mi deseo? —preguntó Edward, sintiendo su voz nerviosa y con un regusto amargo en su boca. Ling lo miró extrañado y Edward se exasperó—. Dime.
—¿Segundos? No creo que pasara de un minuto —respondió Ling, con su ceño fruncido—. ¿Te golpeaste muy fuerte la cabeza al caerte?
Edward sintió como su estómago se estrujaba. No habían pasado segundos, él había estado mucho tiempo en el espacio mientras el dios le hablaba, y luego en Central, mirando el fin de la guerra. ¡Para él habían pasado días, hasta años! En el universo no había tiempo, no podía saber cómo lo sabía, pero era así.
Se agarró la cabeza, confundido. No notaba nada raro en su cuerpo, solo un mareo repentino y ganas de vomitar por ese viaje tan veloz e impactante que había tenido. Era imposible que solo pasaran segundos, pero ahí estaba, frente al lago con la noche de un índigo que aún no se oscurecía del todo; las luces de la montaña encendidas y con Ling a su lado como antes. Era como si todo hubiera sido un sueño. ¿Lo era?
—No sé... no sé si funcionó —balbuceó Edward, poniéndose de pie con esfuerzo, sentía las piernas pesadas, su cuerpo entumecido—. Todo esto es extraño. Cuando has pedido tu deseo, ¿alguien te ha hablado?
Ling lo miró más extrañado, como si Edward realmente estuviera delirando, y luego de un momento negó con la cabeza.
—Como te dije antes, solo he visto una señal. Una palabra escrita en el lago —le explicó, ahora intrigado, con la mano en la barbilla—. ¿Qué has visto exactamente? ¿Tienes alquimia?
Edward se mordió el labio, si esto era real... él debería tener nuevamente alquimia en su cuerpo, la del dios, pero realmente no la sentía fluir en su cuerpo como antes lo había hecho. Era una sensación que jamás uno olvidaba, como si una débil electricidad recorriera las venas.
Solo había una forma de comprobarlo. Tenía que corroborar que solo había sido una imaginación suya en su cabeza; un deseo desesperado de su mente al querer nuevamente la alquimia. Prefería estar loco a que todo lo que ese dios le había dicho fuera real. Nadie quería perder el alma.
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El regreso del alquimista de acero (RoyEd)
RomanceHan pasado dos años desde que los hermanos Elric consiguieron su propósito: recuperar sus cuerpos. En todo ese tiempo, Edward viajó por el mundo en busca de su alquimia perdida y también para sanar su corazón que Roy Mustang destruyó. Una nueva amen...