Capítulo 6: la alquimia.
De repente, Edward sintió mucho calor. Abrió sus ojos y se quedó boquiabierto observando como arriba de él, a la altura del hombre que lo había apuntado, una llamarada de fuego abrasaba en línea recta hacia el enemigo. El fuego era tan esplendoroso como el mismo sol que Edward había visto en el universo.
El hombre, aprisionado contra el fuego, retrocedió y tiró el arma cuando las llamas ardientes le rozaron los dedos. Edward gateó por el suelo de tierra lejos de este, sin levantarse para no quemarse. Roy Mustang lanzaba chasquidos desde la colina, uno detrás de otro hacia el enemigo mientras caminaba con una mano sobre su cintura.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Roy al terminar de acercársele, sin dejar de disparar las llamas, sus ojos furiosos y calculadores estaban fijos en el enemigo.
—S-Sí —musitó Edward, levantándose del suelo para encontrar que su túnica estaba toda magullada y sucia—. Gracias...
—Eres un inconsciente, irte así... ¿de verdad no te han disparado? —Roy lo observó un instante para corroborar que Edward estuviera bien, estaba furioso. Al desviar su mirada sus ojos se calmaron y dejó de chasquear sus dedos—. Creí que...
—La bala no me llegó —mintió Edward—. A todo esto, ¿qué rayos pasa aquí? ¿Quién es ese?
El enemigo corría hacia las casillas del tren, se les estaba escapando. Edward juntó sus manos y creó una celda de barrotes de tierra alrededor de este, encerrándolo.
—¡Edward! —exclamó Winry corriendo hacia ellos. Kimblee iba detrás a paso lento, con sus manos metidas en los bolsillos del pantalón—. ¿¡Te encuentras bien!?
Winry frenó de golpe frente a Edward y lo miró con preocupación, enojo e histeria, una mezcla muy usual en los ojos de su amiga.
—Creí que eras más atento, Elric —le reprendió Kimblee terminándose de acercarse e interrumpiendo la respuesta preparada de Edward hacia Winry—. Desde donde estábamos se notaba que algo no cuadraba.
—¡Me lo hubieras dicho! —se quejó Edward.
—Nadie creyó que fueras tan idiota.
—Si serás...
—Dejen sus discusiones para otro momento y... veamos qué está pasando aquí. —ordenó Roy caminando hacia el intruso que estaba encerrado, sus dedos a punto de chasquear, su mirada en alerta permanente.
El hombre que le había disparado a Edward, quien se aferraba de los barrotes como si intentara romperlos, alzó su mirada solo dirigida a Roy Mustang; una que parecía ser veneno para elefante por como lo miraba. Era alto, canoso y de complejo medio, como si fuese musculoso y a la vez no. Edward no lo conocía, pero al parecer este sí a Mustang porque le sonrió con desprecio.
—Comandante general Hakuro —lo nombró Roy, devolviéndole una sonrisa aún más despiadada—. Debí haberle quitado todos sus cargos cuando me convertí en Führer.
Hakuro apretó sus dientes y por un instante se los escuchó rechinar.
—Que le hayas disparado al Alquimista de Acero —siguió hablando Mustang—, quiere decir que está de acuerdo con el golpe de estado. ¿Me equivoco?
—Nunca debieron nombrarte Führer —masculló Hakuro, Roy presionó con más fuerza sus dedos y los guantes de ignición hicieron chispas—. Grumman estaba loco cuando te hizo ese nombramiento. ¿O acaso lo has convencido casándote con su nieta?
—O simplemente me eligió porque yo nunca estuve del lado de los homúnculos, no como tú. Que no tengamos pruebas no quiere decir que no sepamos que estabas con ellos —respondió Roy con calma, aunque su voz era fría—. Ahora, me dirás qué haces aquí o te quemaré hasta los cimientos.
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El regreso del alquimista de acero (RoyEd)
Roman d'amourHan pasado dos años desde que los hermanos Elric consiguieron su propósito: recuperar sus cuerpos. En todo ese tiempo, Edward viajó por el mundo en busca de su alquimia perdida y también para sanar su corazón que Roy Mustang destruyó. Una nueva amen...