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Juan Pablo:

El comienzo de una nueva semana llegó demasiado rápido para mi gusto, el fin de semana fue algo denso aunque liberador en ciertas partes. Pandora sabía la verdad, la que me encargué de ocultarle a todo el mundo y eso hacía que la carga fuera más liviana.

—Buen día—recité a Verónica una vez que estuvimos dentro de la recepción del edificio.

—Buenos días, señor Villamil, Dory—. Seguí caminando hacia el ascensor, con Pandora a mi lado.

—Todos nos están mirando, más bien, miran nuestras manos—murmuró la pelirroja y trató de soltar mi mano.

—Ni se te ocurra—dije apretando más sus dedos entre los míos.

El ascensor se abrió y entramos juntos, generalmente, mis empleados se hacían a un lado cuando me veían, producto de mi reputación como el gruñón más grande de Bogotá. Dos personas más entraron al cubículo, murmurando un bajo "buenos días". Pandora trató de separarse un poco de mí, pero volví a impedirlo.

La manía de esta mujer por mantener las distancias. ¿No había notado que odiaba el hecho de tenerla lejos?

Las puertas se abrieron primero en el cuarto piso y luego en el décimo, fue cuando solté la mano de Pandora y me encerré en mi oficina, tenía bastantes pendientes con la empresa, estaba haciendo un plan de negocios para uno de nuestros mayores clientes, para quien abastecíamos de nuestras prendas, el teléfono inalambrico sonó junto a mi, justo de lado de la pantalla de mi Mac. Lo tomé y contesté con una sonrisa estúpida en mi rostro.

—Estamos a menos de tres metros, puedes venir a mi oficina—dije.

—Ir a tu oficina implica distraerme—respondió ella—. Y justo ahora estoy algo ocupada revisando algunos de tus correos y cosas sobre la fundación. 

—Mmmh, de igual forma...

—No—me interrumpió—. Aquí no—dijo risueña—. Tenemos trabajo que hacer y te recuerdo que en cinco minutos tienes una cita con Martín.

—Otra vez voy a tener que escuchar al niño hablar sobre telas y cosas de moda que no entiendo—respondí y ella soltó una risita.

—Martín está aquí—interrumpió mis quejas y solté un gemido. Pandora me colgó la llamada y escuché a continuacuon algunas risas, despues la puerta se abrió y por ella entró Martín.

—Perroooo, ¿cómo anda?—preguntó Martín—. Casi ni nos vemos aquí, siempre todo el día encerrado en su oficina.

—Soy el dueño de esta empresa, necesito estar encerrado aquí, Marto.

—Pri, pero si sigue con ese ritmo se va a llenar de canas antes de los cuarenta, es más, ya le veo ahí algunas entradas en la...

—¿Vino a criticarme o a hablar sobre sus propuestas?

El corazón de la bestia | Juan Pablo Villamil (Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora