Entraste sin permiso en mis estancias. No te juzgo: la pálida luna era lo único que te guiaba y fuiste a caer en los armoniosos acordes de mi balada. Los seguiste, las únicas pintas de color en la negrura. ¿O es que solo huías de los crujidos de la hojarasca pisoteada y pensabas que las dulces y suaves notas de una guitarra escondida en la noche te protegerían? Vaya, menudo lugar al que has caído. Si te sientas, ten cuidado de no aplastar a los que se sentaron antes que tú. Algunos son pequeños como ratones, otros largos como serpientes. Y otros son como tú, que huyes de algo que ni tú mismo conoces y te dejas llevar por el calor de las cenizas y el olor de la carne haciéndose a fuego lento. A lo mejor ni te gusta la carne ni tienes frío, pero pensaste, como todos los demás, que estarías seguro.
Bueno, siéntate, pues. Deja a un lado el miedo, pequeño ratoncito, y quédate aquí, los pies frente al fuego, el corazón en alza y atento, siempre atento, a los sonidos de los búhos, al graznar de los cuervos; escucha el chapotear de los tuyos, de los peces que rompen la superficie del agua y ven sitios que ni ellos mismos sabían que eran posibles. Claro que deben tener cuidado de las fauces de aquellos osos que quieran atraparles ahora que salen de la suave seguridad del río. Tú mismo lo has decidido: nadie te ha llevado aquí más que tú y tus dos pies.
Oh, no me malinterpretes. No quiero hacerte nada. Deja de temblar. Si quisiera hacerte algo, dos movimientos y mis uñas habrían cortado tu chaqueta y despellejado tu carne. Voy bien servido de comida para los próximos meses, no me hace falta un pequeño juguete perdido en el bosque para abrir el apetito. Puedes estar tranquilo, y si necesitas beber tienes agua en ese cazo, el que está pegado a la hoguera. Ese, justo ese.
No me mires así, digo la verdad. No te voy a comer. No si dejas de mirarme de esa manera. Y, bien, ¿qué tal te encuentras esta noche? Es decir, sé lo que piensas, y sé que tus labios no se curvarán para pronunciar palabra alguna. También conozco tus posibles respuestas, y que ahora te preguntarás cómo puedo no hacer ruido al hablar, y cómo no necesito mover los labios para ello sería tu siguiente pregunta si te enseñara mi rostro. Yo te diré que la respuesta es simple, y es la misma por la que solo tú y no los demás han escuchado las cuerdas vibrando, tensas en fino acorde, dulces en una oscuridad hostil. Sin embargo, no te diré cuál es esa respuesta, y en cambio te animo a que te acomodes, porque, aunque quisieras, no puedes salir de aquí por ahora, y mucho tiempo vas a tener que escuchar mi voz hundida en los pliegues de tu cerebro.
—¿Quién eres? —dices, aún atado a la incomprensión de que puedo saber lo que piensas.
¿Que quién soy? Aún no puedo decírtelo. No debería decírtelo nunca: mi nombre deberá ser siempre un secreto, el secreto mejor guardado de la existencia. Pero si llegas a interesarme lo suficiente, serás bendecido con el conocimiento de mi nombre al igual que los niños reciben el don de la Conciencia a cierta edad. No obstante, tus preciosos labios terrenales pueden llamarme Cuentacuentos, por ahora. ¿Te gusta la música, verdad? Puedo seguir tocándola, no me supone ninguna dificultad. Eso sí, no me pidas desvelar mi rostro, como puedo leer en tu pensamiento. No quieres verlo, tenlo por seguro, pues tan peligrosa sería la revelación que caerías de bruces, el fuego desaparecería y quedarías a la intemperie. Deléitate con la vista del sombrero que lo cubre y déjate llevar por la música. Baila si te apetece, sé que te gusta esta canción. De hecho, sé que es tu favorita. Tu misma conciencia la ha fabricado para ti, por lo que realmente no la estoy tocando. Tú quieres que resuene en la caja de roble de este, mi instrumento, y así lo tendrás.
Por contraparte, estas historias que ahora yo te presento para amenizarte la oscura noche no son tuyas. ¡Ya quisiera tu mente conocer los secretos de los Mundos! Estas historias son reales, mi ratoncito, y vienen de todos los lugares a los que iremos. Tú mismo las verás, y las sentirás en tus propias carnes, como si tú vieras, sintieras y supieras todo. Nos cruzaremos entre ellos y nadie sabrá nuestros nombres. Estas historias de hoy harán el miedo del antes desaparecer y te serán agradables al corazón.
Ven, querida luciérnaga. Ven y cierra los ojos. Siéntate en el círculo de piedra que las llamas salpican. Si te acercas lo suficiente, los verás. Verás las historias, los finales y principios, los cuentos abrir y desencajarse, las hojas volar y atarse unas con otras con el hilo del Cuentacuentos. Verás una miríada de historias, tantas como estrellas tiene el cielo, pero nunca podré contártelas todas. No por falta de tiempo, pues este bosque no es de tu mundo y el tiempo no corre entre las ramas y la corteza de los árboles. No contaré todas porque al igual que tú querrás escucharlas, muchos otros querrán también, y volveré a contarlas para los nuevos que sigan después de ti. Tú te aburrirás y dormirás, y entonces tus eternos sueños serán la semilla de nuevas historias. Tu corazón será parte intrínseca de los cuentos que todas las generaciones escucharán. ¿No es... maravilloso?
¡Venga, cierra los ojos! Vamos a escuchar este cuento, veamos qué intrincados secretos nos desvelan sus personajes. Escucha al Cuentacuentos pensar y deléitate, oh querido soñador.
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La cadena del quinto ángel
HorrorSiete historias de siete mundos en siete realidades diferentes. Las tragedias y romances convergen y son contadas por el mismo ser: el Cuentacuentos, una enigmática figura que a cada respuesta incita más preguntas. Siete destinos desconocidos salvo...