Interludio II: ...y los niños no lloran...

19 2 0
                                    

¡Ah, hagamos otra pausa! ¿Te parece bien? Estas últimas historias han sido un poco diferentes a las anteriores, más íntimas, ¿no crees? Claro que no todo van a ser finales amargos o moralejas sobre lo que se debe o no hacer. Hay veces en los que los cuentos se hacen para que los niños no lloren. ¿Lo has hecho? ¿Has llorado últimamente? Está bien, no es un problema. Como suelo decir: «No vas a sufrir nada que tú mismo no puedas superar», aunque la frase no es mía. Ahora mismo... no sé quién la dijo. Pero podrás superarlo, eso sí lo tengo claro.

¿Por qué piensas eso? ¿Te asusta la muerte, el cambio? Es normal: si yo tuviera una cantidad limitada de años para vivir también podría temer a la muerte. Pero, piensa esto: ¿realmente hay que tenerle miedo? Ya sabes, a morir o... a cambiar. Los cambios, siendo la muerte el mayor de todos ellos, son uno de vuestros miedos más atroces. Lo has visto. Cuando entraste aquí y me viste te asustaste, casi no podías moverte; simplemente porque era un cambio, una presencia diferente a todo lo que viste en tu vida. Y, sin embargo, ¿te he hecho daño? No, para nada. Pues lo mismo ocurren con los cambios. Puedes perder a un familiar, a un amigo o a un animal de compañía, pero nunca podrás perderte a ti mismo. Y seguro que muchos de los tuyos han desaparecido, se han alejado o simplemente fueron a reunirse con la misma tierra que los vio nacer. ¿Y dónde estás ahora? Aquí, escuchando cuentos en la tranquilidad de un bosque donde los pájaros son cantarines, las bestias mansas y los niños no lloran. No te has perdido por el camino de tu vida ni has decidido abandonarlo. Eso te hace fuerte, y me gustan las voluntades fuertes.

Piénsalo: las cosas van a cambiar y tú vas a morir algún día, pero eso es lo que te hace afortunado. Piensa en todos aquellos que nunca morirán porque nunca han podido nacer. Piensa en todas aquellas combinaciones, aquellas vidas rotas, aquellos amores fallidos y piensa en la cantidad de personas que podrían haber llegado a formarse de nunca haber habido un adiós. Cientos, miles, millones, ¡billones! Sé que es difícil de comprender, pero llega a imaginarte la casualidad que es que, tras millones de años de desarrollo, mezcla, guerra, hambre y tristeza al final hayas llegado tú, y con tus dos piernecitas hayas llegado a mi vera, escuchando mis palabras. Podrían haber sido otras personas, más de las que conocerás tú nunca, pero aquí estás tú. Quizá entre esas personas estarían los descubridores de tratamientos a enfermedades que asolan tu civilización, o los siguientes Bécquer, Goethe u Ovidio, o quizá estaría el amor de tu vida. Pero no, aquí estás tú: de entre todas las posibilidades, la aleatoriedad te eligió a ti y no a ningún otro. ¿No es ese motivo suficiente para que dejes de temblar? ¿No es un milagro que tú, y no otros cientos de miles, estés en ese lugar escuchando esto? Yo te digo, querido milagro de la historia, que no habría preferido a ningún otro que no fueras tú para escucharme. 

Si eres sincero contigo mismo, verás que la razón se encuentra en mis palabras tanto como en tu cabeza. Tú, de quien todos los tuyos considerarían ridícula la probabilidad de que nacieras, levanta los ojos de tus pies y contempla el camino que has recorrido y, a pesar de ello, te mantienes en pie. Entonces no llorarás y agradecerás las palabras de tu Cuentacuentos. Ahora estate quieto con la piernecita, que me vas a tirar el cazo de agua y los niños también tienen que beber. Vayamos a la última historia, ¿quieres?

La cadena del quinto ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora