Prólogo

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La mayor desgracia de la vida de Anya Forger comenzó cuando nació. No era porque fuera una híbrida hija de una vampira y un humano, no, sino porque nació como una floricultora. Esto lo supieron ambos progenitores cuando de ella creció un girasol a los pocos días de nacida.

Era la tristeza, era la dualidad de su ser. Por un parte, su instinto vampírico que buscaba oscuridad, que buscaba sangre, que buscaba alimentarse de los humanos, que buscaba no depender de nadie más que de ella misma. Por la otra, su lado humano que buscaba sol, que buscaba alegría, que buscaba un come flores de quien depender.

Ante los ojos de la familia de su madre, ella era una deshonra por depender de la energía solar, por la rara naturaleza humana con la que le tocó nacer. Ante los ojos de la familia de su padre, ella era un fenómeno, una aberración que no solo había heredado lo peor de la humanidad sino también un monstruo que dependía de la sangre para vivir.

Fuera a donde fuera... ella no tenía un lugar al que pertenecer.

Ni siquiera con su propia familia.

Se dio cuenta de esto conforme los años pasaban. Aunque su padre la amara y aunque su madre la ayudara con la poda y la alimentación, su hermana mayor la odiaba. Rompía todos sus juguetes, la insultaba cada que la veía y no la llamaba por su nombre, siempre la llamaba débil. Por más que sus padres intentaran enseñarle que no debía tratar así a su hermana por ser una floricultora, sus intentos eran en vano, pues, para Becky, su hermana menor era una abominación.

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La humanidad era conocida por siempre estar en desacuerdo y crear conflicto con base en esa diferencia de opiniones. La primera vez que compartieron una misma opinión fue cuando aparecieron los floricultores y los come flores, como ellos mismos los habían llamado.

A ojos de todos, eran desagradables y causaban repulsión. Para ellos, no era distinto al canibalismo. Sin embargo, por más aversión que ellos les provocaran, había algo que no podían negar.

Los come flores eran inteligentes y más capaces que todos los humanos normales, sobre todo después de haber creado un lazo con un floricultor, un boutonniere. Habían aparecido líderes capaces, inventores importantes, gente que revolucionó en su ámbito.

Aunque los odiaran, aunque quisieran deshacerse de ellos, no podían negar que la contribución de ellos a la humanidad era demasiada.

Eso creían todos, todos menos la familia Desmond. El primogénito de Donovan era un hombre normal, un hombre tan capaz que muchos decían que hasta parecía ser un come flores. Era su mayor orgullo, el de toda su familia, por eso creyó que su segundo hijo sería igual... hasta que se dio cuenta de que era un desperfecto.

Damian Desmond había resultado ser un come flores incompleto.

Era necio, egoísta, egocéntrico, se enojaba con facilidad, no parecía destacar en absolutamente nada y la cereza del pastel era que rechazaba los suplementos alimenticios que le debían dar por ser un come flores que aún no había formado un boutonniere. Los doctores les habían dicho que, de seguir así, él moriría antes de cumplir los diez años, más a nadie en su familia le importó... y tampoco se lo dijeron al propio Damian.

Su padre lo apartó al saber que no vivía a sus expectativas, además de su naturaleza distinta a la de un hombre. Su madre lo ignoró sin más, incluso a veces decía que era adoptado y que muy tarde se dieron cuenta de su verdadera naturaleza. Su hermano ni siquiera le hablaba.

Así fue como Damian, a su corta edad de cuatro años, terminó viviendo una ciudad distinta a la del resto de su familia, donde un guardaespaldas llamado Bond se dedicaba a cuidarlo.

Después de todo, él seguía siendo un Desmond.

La Flor de DamianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora