Quinto Brote: Ruptura

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Había pasado apenas una semana desde que Damian y Anya se pelearon, pero la maestra Amelia ya no sabía qué hacer con esos dos.

—Damian, Anya, ¿pueden hacer el trabajo jun...?

—¡No! —gritaron ambos a la vez.

Tanto la maestra como sus compañeros parecían molestos por esa obvia falta de interés en el otro porque perturbaba la paz que había tenido el grupo desde que iniciaron las clases. Es decir, ellos dos antes se ofrecían para hacer trabajos juntos, y ahora...

—¿Me perdí de algo que pasó...?

Más ninguno de los dos respondió.

—Maestra, ¿y si trabajo con Anya? —preguntó Sharon.

—¡A Anya le gustaría!

—Solo si aceptan ambas hacer equipo con Damian.

—Entonces Anya tendrá que trabajar sola.

Amelia suspiró.

—En ese caso, Sharon y Damian harán equipo.

A Damian no le caía bien Sharon, pero era mejor que hacer equipo con Anya.

Aunque aún se sintiera culpable...

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—¿Qué pasó? ¿Estás de mal humor?

Bond había notado que Damian estaba un poco más irritable que de costumbre, pero no se había atrevido a preguntar hasta que Damian se enojó con él porque no le sirvió huevo frito en el desayuno. No entendía por qué se enojó si a Damian no le gustaba eso y tampoco podía comerlo.

—Es tu imaginación.

Más el orgullo de Damian era muy fuerte para admitirlo. Tenía un ego desmedido como para ser él quien arreglara las cosas.

Por eso, ese mismo día que fue a llevar a Damian a la escuela, pidió hablar un poco con la maestra encargada de él. Bond no había visto a la maestra hasta que ambos se sentaron en su oficina frente a frente, solo sabía que se llamaba Amelia y ya, pero vaya que le echó un buen vistazo a la mujer.

Ella, al contrario que él quien era albino, tenía una piel morena oscura, como si todos los días saliera a broncearse al sol. Tenía un cabello negro oscuro lacio que le llegaba a la cadera y unos ojos violetas grandes que eran acentuados por las flores violetas—un poco irónico considerando que sus ojos eran del mismo color—que crecían de ella, indicando completamente su ser floricultor.

Aún así, él no pudo evitar fijarse en ella. Cuando él aprendió el lenguaje de las flores para intentar cortejar a una dama—que, por cierto, le salió muy mal—, descubrió que las violetas simbolizaban a una persona espiritual y serena, hábil para conversar y para hacer amistades duraderas.

A simple vista, le encantaba lo que veía, más tenía un pequeñísimo problema.

Ella era floricultora.

—Se llama... Bond, ¿verdad? ¿Qué lo trae por aquí tan temprano?

Cuando ella lo llamó, tardó un poco en salir de su burbuja de pensamientos.

—No me llames con respeto... por favor.

Ante eso, Amelia no pudo evitar sentir un poco de vergüenza, no solo porque el hombre tenía una voz tan grave como le gustaba escuchar. Era etiqueta profesional de un maestro llamar a los padres de sus alumnos con "usted", pero este hombre albino, con piel más blanca que las flores más blancas que había visto en su vida, con ojos y cabello del mismo tono, le pedía por primera vez en sus seis años de carrera que rompiera eso.

La Flor de DamianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora