Primer Brote: Una Decisión

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Fue un día que Anya estaba sentada en su casa mientras su padre torpemente la ayudaba a podarse. Quien solía encargarse de eso era su madre Yor, pero había tenido que salir de emergencia por un asunto de su hermana mayor. Lo bueno era que era de noche.

Las manos torpes de su padre, no acostumbradas a hacer un trabajo como ese, cortaban los brotes en el cuerpo de Anya con sumo cuidado, como si fuera una flor que temiera romper... y, en parte, así era. Habían buscado todo lo necesario para cuidar de ella como se debía, pues ser una floricultora era algo de lo que ellos no sabían absolutamente nada.

Podar era autocuidado, proporciona fuerza y vigor a las plantas, estimula el crecimiento, mejora su desarrollo y floración. Pero nada de eso ayudaba a Anya, nada ayudaba a su complejo débil que rechazaba los medicamentos que sus padres le daban, además de que no podía pasar mucho tiempo bajo la luz del sol para remediarlo por su naturaleza de vampira.

Aun así, ellos no se daban por vencidos. Querían ver a su hija crecer, querían verla feliz, por eso hacían su mejor esfuerzo.

Pero Anya no era tonta, pese a su corta edad.

—Papá —llamó repentinamente—. ¿Está bien ser... lo que Anya es?

Loid miró a su hija con cierta tristeza, podía entender la pregunta. Ninguna de las personas que Anya había conocido en su corta vida, más que él y su esposa, la habían aceptado y querido.

—Tú eres especial —respondió mientras seguía podándola con delicadeza—. Crecen hermosos girasoles de ti, me atrevería a decir que hasta más hermosos que la madre naturaleza nos da. Los demás los envidian, por eso te tratan así, pero tú debes tener confianza en ti misma. Tanto tu madre como yo podemos ver lo especial que eres.

«Aunque no tengamos la solución a tu problema...».

Loid amaba a su hija, pero pensaba que ella fue la conjunción de probabilidades que daban un resultado muy desafortunado. Su hija era una híbrida mitad humana. En los humanos, la probabilidad de que naciera un floricultor era muy baja, pero le tocó a ella. Al ver que ella rechazaba la sangre y los suplementos alimenticios que necesitaba, al ver que se debilitaba un poco más cada día, consultaron a varios doctores sobre una manera de tratarla... y todos llegaron a la misma conclusión.

Ella necesitaba un come flores.

Que un floricultor alimentara y se dejara alimentar por un come flores era un rasgo que solo las parejas hacían, pues las flores iniciaban a embriagarse de la esencia nata del come flores. ¿Cómo le iba a decir a Anya, quien apenas tenía cinco años, que debía enlazarse con alguien para no morir, que debía ofrecerle su rosa de Vid?

No podía, no se atrevía.

Lo mejor que se le ocurrió hacer por su hija fue inscribirla a la única escuela en todo el país que era dedicada para los floricultores y los come flores. Quería que viviera una infancia normal, una vida normal, sin que ella se preocupara por lo que los doctores habían dicho que sería su destino.

Así fue como un día le presentó su uniforme y emocionado le dijo...

—A partir de la próxima semana irás a la escuela.

Tanto Loid como Yor habían estado esperando mucho ese momento, el momento de dejarla ir a una institución llena de personas que la podían entender.

Más su hermana no parecía opinar lo mismo.

—¿Qué bien le hará ir a una? —espetó Becky—. Incluso allá la considerarán un adefesio.

Con esas palabras, logró arruinar toda la emoción que Anya sintió al escuchar lo que su padre había dicho.

—Becky tiene razón... —murmuró, apretando su vestido con fuerza con ambas manos mientras iniciaba a llorar—. Anya es un monstruo... no importa dónde esté...

Yor se inclinó a abrazarla. No quería verla llorar.

—No Anya, ahí harás muchos amigos —susurró en su oído—. Conocerás a gente igual a ti, gente que te entienda, así que no llores más, ¿sí?

Mientras eso sucedía, Loid miraba a su primogénita con enfado. No importaba cuánto se lo repitiera, Becky siempre hacía lo mismo.

—A tu habitación, no saldrás en una semana.

—¡¿Eh?! —chilló Becky—. ¡Eso es mucho para solo haberle dicho la verdad! —Su padre no respondió, solo la miró—. Está bien...

«Maldita bazofia... juro que me vengaré de ti».

Ese día, Anya aceptó que iría a la escuela, sin saber que ahí todo cambiaría en su vida para bien.

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Damian llevaba poco más de dos años viviendo en esa pequeña cabaña a la que llamaba "hogar", pese a que en un principio le había costado aceptar que su familia lo apartó al ver que él no tenía utilidad alguna. Bond, el guardián que se postuló para ir con él, actuaba como si fuera su verdadero padre, solo por él pudo superar lo que su verdadera familia le hizo.

Pero ya no le importaba, ellos dos eran felices.

Bond, por otro lado, tenía un dilema. Sabía de lo que era capaz Damian cuando se enojaba, era un niño muy fuerte para apenas tener seis años, no dudaría en decir que tenía la fuerza suficiente para matar a un humano normal, solo hacía falta una pequeña chispa para despertar su enojo...

Por eso dudaba de si debía inscribirlo a la escuela. Todos los niños de su edad iban a una, pero ¿y si se salía de control? ¿Y si mataba a uno de sus compañeros? No se lo perdonaría, pero sabía que sería algo que Damian recordaría hasta el final de sus días, por eso lo dudó en un principio, pero algo le decía que él debía ir.

Actuó como su guardián y lo inscribió. Claro, primero llevó a Damian a conocer la escuela y los profesores.

—Aquí están los juegos... —mencionó el profesor Henry en medio del recorrido por las instalaciones.

A Damian se le veía la emoción con cada cosa que veía y no lo culpaba. Había vivido cuidado por una familia adinerada los primeros cuatro años de su vida, mientras que los otros dos los vivió encerrado en su hogar con él, temeroso por recibir el mismo trato que su familia le había dado.

Pero pareció cambiar cuando llegó a ese lugar.

—¡Decidido, estudiaré aquí!

Ante la firmeza que Damian utilizó para decir eso, Bond dudó por un momento de si se trataba del mismo niño con el que vivió, pero lo sabía... Damian podía ser como el clima mismo, un instante estaba calmado y al siguiente era una tormenta.

Bond quería cuidarlo en los años que le quedaban de vida, pues él sabía cuál era el destino de Damian que los mismos doctores no pudieron entender ni solucionar. Por eso, se aseguraría de quitarle sus temores y que conociera la felicidad, sin importar qué costara.

Lo que no sabía era que inscribirlo a esa escuela había sido la decisión correcta.

La Flor de DamianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora