epílogo

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(Año y medio antes, en un izakaya de Musutafu)

Monoma mira el reloj por enésima vez en el último cuarto de hora, movido por el reflejo que le ha inculcado su quirk de cronometrar las situaciones angustiosas. Lo que necesita esta noche, sin embargo, no es un quirk, sino mucha paciencia. El izakaya burbujea a su alrededor con demasiado estrépito, falta de tacto, y la efervescencia alcoholizada de un centenar de conocidos a los que no podría llamar amigos.

Un centenar, menos el que falta. Ese maldito... Está llegando tarde. Monoma ha venido aquí por él, y aun así... ¿Acaso busca hacerse el interesante?

Eso, en el fondo, sería un avance. Monoma no tiene esperanza — sabe que hoy está condenado a ser invisible, en esta esquina discreta donde se ha sentado. Y vuelve a comprobar la hora.

— Ahh... Por fin un reencuentro de UA. ¿No echabas de menos estas caras? — Itsuka, que en seis años ha aprendido a golpearlo menos pero no a respetar su espacio, está más alegre que de costumbre esta noche. La ropa de fiesta le queda bien, aunque Monoma nunca se lo diría, pero por desgracia no habrá forma de que alguien la vea si sigue obstinada en abrazarse a él —. ¡Menos mal que Yaomomo se ha encargado de organizarlo todo! Incluso tú admitirás que en esto se ha lucido...

Monoma, distraído, se limita a ojearla de soslayo.

— ¿Yaoyorozu deja que la llames así?

— ¡Claro! — promete Itsuka con una sonrisa de ídolo televisivo y los pulgares alzados. Años de amistad le han enseñado a Monoma que ese gesto oculta una mentira. Tiene ya preparada una réplica sarcástica, pero su atención es desviada por completo cuando la cortina del izakaya ondea a lo lejos y un pelirrojo empapado en lluvia hace su entrada.

Ah.

Afortunadamente, Itsuka está demasiado ocupada pidiendo más cerveza para notar cómo Monoma se endereza de pronto en su taburete, comprobando el estado de su flequillo en el reflejo de su móvil.

Kirishima no ha cambiado. Incorrecto: ha cambiado de pies a cabeza, ahora que lleva (por fin) el pelo suelto y un porte más adulto en los hombros, pero sigue teniendo el aspecto exacto de un problema en la vida de Monoma.

Los músculos no le obedecen. Le está costando controlar a sus piernas para que no lo levanten de su sitio, a su rostro para que no lo traicione; y quizás habría perdido si no fuera porque, antes de que pueda moverse, la silueta de Sero Hanta tapa a Kirishima. Cómo no. Una vez más, Monoma se obliga a adherirse al taburete incómodo que le han dado por asiento. Ha estado cerca de hacer el ridículo.

Lo que no ayuda, durante la hora siguiente, es que la mesa de Kirishima y los clase A que le rodean esté en plena línea de mira desde la de Monoma. Cierto, está Itsuka, que con su vaivén desenfadado se interpone ocasionalmente entre ellos, pero ni eso ni la conversación absurda que tiene lugar en su propia mesa impiden que los ojos de Monoma se dirijan una y otra vez hacia Kirishima, en contra de su voluntad. Está sentado de cara, además. Esta noche todo son complicaciones.

Cuando la conversación amaina y Kaminari — ese intruso que no ha pedido permiso para sentarse con ellos — empieza a hablarle en susurros a Shinsou, Itsuka los deja estar y vuelve a inclinarse hacia su hombro, señalando en la dirección donde tiene puestos los ojos. Monoma adivina de inmediato que Kaminari no va a ser el único dolor de cabeza.

— Si sigues mirando a Kirishima, terminarás desgastándole el color del pelo.

— Calla.

Apenas tiene tiempo de superar el ataque de su amiga: Kirishima acaba de mirar hacia ellos. Monoma se inmoviliza.

Los días felices | Monokiri | KirimonoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora