VII

80 18 17
                                    

El tiempo pasa más rápido cuando Monoma pone de su parte. Las últimas tres semanas en Musutafu se le escurren entre los dedos revelándole que trabajar con Phantom Thief podía ser más sencillo de lo esperado, y si es honesto — como todo héroe debe serlo — Kirishima descubre que es todavía más fácil cuando pone él también de la suya. Si se obliga a olvidar que el fondo bueno de Monoma está cubierto por una capa de orgullo y altanería, es casi como si fuera cierto. Con cada pincelada de recelo que Kirishima retira de su mirada, los rasgos de Monoma parecen más francos y sus sonrisas más anchas.

Es un alivio saber que han podido arreglar sus diferencias antes de su regreso a Chiba. (Un alivio haber tenido tiempo y no una pena que agosto haya acabado tan rápido, porque Kirishima ya ha tenido cuatro años para replantearse su elección de ciudad y no va a permitirse lamentar hoy también el hecho de vivir en Chiba.) Cuando cierra la maleta y retrocede un paso para contemplar el apartamento que ha ocupado este verano, ya no le parece tan malo. Incluso la falta de alfombra a los pies de la cama es perdonable. El sol de media mañana entra por las cortinas e ilumina las sábanas hechas y los armarios vacíos con la mezcla de familiaridad e impersonalidad de los hogares que se dejan atrás. Esta es la segunda vez que Kirishima abandona Musutafu.

Dentro de media hora, Sero pasará a recogerlo para llevarlo a la agencia, y de ahí irán a la estación. Vendrá en coche, con su hermano gemelo — no porque les haga falta el gemelo (aunque tal vez), sino porque Hanta no tiene coche propio y se niega a comprarlo. Hasta entonces, Kirishima tiene poco que hacer, aparte de sentarse en la única silla del apartamento y agradecer haber heredado de sus madres la habilidad de empaquetar sus cosas tan rápido.

Es en ese momento cuando suena el timbre. Kirishima se levanta de un salto, gratamente sorprendido por la presteza de Hanta. Su amigo lo conoce tanto que sabía que estaría listo desde temprano.

— Qué bien que estés aquí — sonríe mientras abre la puerta —, porque-

Porque...

Las palabras le resbalan de los labios, dejando su boca entreabierta y a Kirishima pasmado. En el rellano no está Sero, claro que no, sino Monoma en bermudas blancas y una camiseta añil parecida a la que lució el verano pasado. Hacía tiempo que Kirishima no lo veía en ropa informal, y menos de tan cerca, y no puede evitar pasear un vistazo sobre él, como para cerciorarse de que este cuerpo es el mismo que suele esconderse bajo capas y capas de traje anticuado. También se ha puesto las gafas — una victoria, aunque Kirishima no sabría explicar por qué le importa tanto.

— ¿Es costumbre en Chiba dejar en la puerta a los visitantes?

— Ah-

Kirishima reacciona al fin y se aparta para dejarle paso, sintiéndose torpe. Monoma no le espera para quitarse los zapatos en la entrada, ni al adentrarse en la habitación como si fuera suya, y él de pronto toma consciencia de la disonancia que es tenerle aquí, en su apartamento (o casi), estudiando sin mucho interés la cama en la que ha dormido y la mesa donde se ha sentado a cenar platos fríos durante dos meses, mientras se debatía entre la tentación de repasar las noticias y las ganas de no saber nada del otro lado del mundo. Quizás la mirada inteligente de Monoma sepa ver eso también. Porque Monoma siempre lo lee por dentro.

— Había venido a despedirme — le dice Monoma tras haber curioseado hasta estar satisfecho.

Hay un atisbo de inseguridad en el aire cuando su voz flota entre ellos; una vacilación que Kirishima no comprende y que le eriza el vello de la nuca.

— Seguro que me no echarás de menos — bromea, nervioso, guardando las manos en los bolsillos por no saber qué hacer con ellas.

— Me subestimas — replica Monoma en un tono fácil e irónico, y, aunque parece que le sigue la corriente, Kirishima no está seguro de haber entendido el significado de esa frase. Insistiría, si no fuera porque Monoma alza elegante el brazo y revela una bolsa de papel en la que Kirishima todavía no había reparado —: He traído macarons. Para refinar un poco la despedida antes de que te rodeen todos esos ex-clase A.

Los días felices | Monokiri | KirimonoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora