prólogo

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Kirishima le da la espalda al vestuario y sujeta con tanta fuerza la puerta de su taquilla que el metal se deforma bajo sus dedos y sus nudillos se vuelven blancos.

Engreído.

Se arranca las protecciones de sus hombros con más brusquedad de lo necesario, arañándose la piel sin notarlo.

Arrogante.

Los engranajes rojos caen al fondo del casillero con un ruido estruendoso que sobresalta a varios de sus compañeros, pero Kirishima apenas repara en las miradas preocupadas que le lanzan. Deshaciéndose de su máscara primero y luego del pesado cinturón que le sujeta la capa, cierra la taquilla de un portazo y sale del vestuario, todavía a medio desvestir y con el sudor del entrenamiento pegándosele al torso.

Verdaderamente detestable.

El cabello le pica ahí donde el gel se mezcla con el polvo de la pista de deporte; la suciedad se infiltra en cada grieta residual que ha dejado su quirk, irritándolo. Concentrando en su rodilla cada gota de enfado acumulado, abre de golpe el vestuario de la clase 1B.

— ¡¡Tú!!

Lo que obtiene en respuesta son quejidos indignados, un revuelo de chicos cubriéndose con las primeras toallas que encuentran e increpándolo para que cierre la puerta porque hay chicas circulando del otro lado. Todo un griterío, a fin de cuentas, al que Kirishima no hace caso.

No, su objetivo está más allá, cantoneándose al fondo del vestuario con una sonrisa infinita mientras aparta teatralmente un flequillo rubio que de alguna manera se ha mantenido impoluto tras dos horas de ejercicio conjunto.

Cretino, insufrible, exasperante malnacido.

— ¿Me buscabas?

— ¡¡MONOMA!!

A Kirishima le lleva un esfuerzo sobrehumano controlar el rugido en su garganta, pero menos de tres zancadas cruzar el lugar para alcanzar al blanco de su odio.

— ¡¿Qué clase de problema tienes?! — espeta esta vez, con la ira en equilibrio inestable sobre el filo de su voz. Lo sofoca este enfado al que no está acostumbrado, estos sentimientos más negativos de lo que podría albergar la versión habitual de sí mismo. Por suerte su tono se decanta hacia el de una amenaza, aunque podrían ser lágrimas.

— ¿Yo? ¿Un problema? — ríe Monoma, y sin prestarle atención al rostro turbado de Kirishima extiende los brazos para dar sobre sí mismo una vuelta dramática que hace ondear el bajo de su levita —. Compañeros, ¿le estáis oyendo? Este presumido de la clase A ha venido hasta aquí para molestarnos, y aun así cree que soy yo quien tiene un problema.

— No te hagas el inocente — gruñe entre dientes Kirishima, apretando los puños para no hacer otra cosa con ellos —. Has estado todo el entrenamiento insultando a Bakugou, y ni siquiera intentabas disimularlo. ¿Quién crees que eres para llamarlo villano? Si tienes algo que decir, que sea a la cara.

— Hmm... — Monoma se sujeta, elegante, la barbilla, y se detiene a estudiarlo en una pose reflexiva cuya complacencia Kirishima no alcanza a comprender —. ¿Por qué no ha venido Bakugou, en ese caso? ¿Demasiado ocupado reclamando atención para satisfacer su complejo de protagonista?

— Eres-

Desquiciantemente orgulloso, de nuevo. Las pestañas tras las que lo observa Monoma no disimulan la soberbia en sus pupilas.

Kirishima reprime justo a tiempo el golpe poco masculino con el que el rostro sardónico del rubio pide a gritos ser decorado. A cambio aprieta la mandíbula, se concentra en tomar aire e ignorar las provocaciones de ese bastardo. Por supuesto que Monoma sabía que no vendría Bakugou. Cada vez que soltaba un comentario incisivo, no miraba a su amigo, sino a él. A Kirishima. Sea cual sea la pelea que está pidiendo, la está buscando con Eijirou.

— Bakugou tiene cosas más importantes que hacer que hablar con alguien como tú.

Ante esto Monoma arruga la nariz, insatisfecho, y con un chasquido de dedos da una orden silenciosa a quienes los rodean. El vestuario de la 1B se vacía en un parpadeo. Kirishima no lo entiende. La piel le grita en silencio con vellos erizados y la comezón de un enojo que no sabe expresar le vuelve por todo el cuerpo. ¿Por qué todos en esa clase obedecen al rubio sin abrir la boca? ¿Tan adoctrinados los tiene? ¿¿Acaso no ven el tipo de persona que es Monoma??

Lo siguiente que sabe es que una mano se ha estampado contra las taquillas que tiene a su espalda, muy cerca de su oído, y ahora Monoma se inclina hacia él, acorralándolo mientras invade su espacio con una mirada que destila veneno. El candado de un casillero se le clava a Kirishima en el hombro. La proximidad del rubio sólo le infunde más rabia.

Puede ver las gotas de sudor que oculta el flequillo impecable de Monoma, sentir su respiración en el rostro, y prácticamente palpar la burla en su voz cuando dice:

— ¿Es realmente eso lo que te molesta?

Kirishima se mantiene firme y con la barbilla alta, fingiendo que esta cercanía no le afecta, como si su honor estuviera siendo puesto a prueba.

— ¿A qué te refieres?

— ¿Todo esto por haber dicho que Bakugou tiene cara de villano? No será la primera vez que lo oye. ¿Tan exagerada es tu reacción por un simple amigo, Kirishima?

— Yo-

— ¿Y si me hubiera reído de Midoriya? ¿Habrías reaccionado igual?

— S-

Monoma lo interrumpe de nuevo, y cuando habla lo hace tres tonos más bajo, en un murmullo que Kirishima no sabe si es un siseo o un secreto entre ellos.

— Oye, Kirishima. ¿Por qué has venido a buscarme?

Las protestas se le secan en la garganta. Monoma lo observa desde muy cerca, demasiado cerca, y por primera vez desde que entró a UA Kirishima siente que vuelve a ser un cobarde.

Es cierto, ¿por qué ha venido? De pronto algo en su determinación flaquea, y el mar embravecido que son los ojos grises de Monoma parece a punto de devorarlo. Qué hace Kirishima aquí. Normalmente no es él quien empieza las peleas. Eso no es heroico. ¿Entonces por qué ha entrado tan enfadado en este vestuario? No, ¿por qué ha salido tan inquieto del entrenamiento? Cada vez que Monoma le posa la vista encima siente que sabe algo sobre él, que disfruta de la superioridad de conocer algo sobre Kirishima que él mismo no comprende, y cuando eso ocurre la frustración hierve en su interior.

Es como un picor que no llega a localizar y no puede rascar, una molestia adherida a la piel. El zumbido de un mosquito tras su oreja.

— Tienes razón. No volvamos a cruzarnos.

Con un manotazo, se sacude a Monoma de encima y abandona el lugar a pasos airados, determinado a no volver a encontrárselo en los próximos tres años.

La piel todavía le arde en el dorso de la mano, ahí donde se han rozado.

Los días felices | Monokiri | KirimonoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora