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—¿Estás bien?—La voz de Thomas rompió los pensamientos de Reagan.—Sinceramente, ¿pasa algo?—
Por supuesto que lo había. Había pasado una semana desde la fiesta de pijamas de Reagan en casa de los Pevensie y ella era muy consciente de que había estado distraída toda la semana. Sin embargo, no podía explicar exactamente por qué. Lo único que sabía era que no debía estarlo. Había hablado con Thomas nada más volver a casa a la mañana siguiente y le había confesado que Edmund y ella habían 'salido' hacía algunos años, aunque no había sido nada serio. A él no le importó. Le dijo a Reagan que confiaba en ella y que sabía que estaba con él por una razón, así que no tenía sentido preocuparse.
Reagan, a pesar de todo, se preocupaba. Y se preocupaba mucho porque no podía olvidar cómo había mirado a Edmund a los ojos aquella noche. Al principio, lo había atribuido al hecho de que él la hacía sentir como en casa, le hacía sentir que todo estaba bien. Siempre lo había hecho, sin importar si tenían que luchar contra un monstruo marino gigante o batirse en duelo con un ejército de telmarinos. Sin embargo, cuando ese recuerdo no abandonó su mente después de una semana, empezó a preocuparse.
—Sí, todo está bien—,sonrió con los labios cerrados.—¿Qué haces?—
—Oh, mira—,sonrió, sin darse cuenta del desesperado intento de Reagan por cambiar de tema. Dio la vuelta al papel que estaba mirando y se lo mostró a la chica,—estamos haciendo esta cosa increíble en clase en la que nuestro profesor nos da el perfil médico de una persona y tenemos que decir cómo la trataríamos.—
Los ojos de Reagan viajaron hasta la sonrisa de Thomas, una sonrisa en la que solía perderse y que echaba de menos cada vez que él no estaba cerca. Ahora, sin embargo, sentía como si se hubiera acostumbrado a ella, tanto como la temía.
—Es increíble, Tom—,mantuvo la sonrisa, leyendo el periódico aunque no entendiera nada. Su vista volvió al libro que tenía delante, uno que se suponía que había terminado hacía días.
—¿Cómo está el libro?—
—Oh—,murmuró ella, dándose cuenta de que no había entendido nada de las últimas cinco páginas.—Es estupendo. Trata de un niño orfan que se mezcla con la gente equivocada—.
Unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación, lo que Reagan aprovechó para levantarse y despejar la mente. Al abrir, se encontró cara a cara con el hombre rubio al que tanto quería.
—Peter—,sonrió ella, dejando brillar sus dientes,—¿qué haces aquí? ¿Va todo bien?—
—Todo va bien, pequeña Re. He venido a despedirme, tengo que volver antes de lo previsto—.
La niña echó los brazos al cuello de Peter y enterró la cabeza en el pliegue de su nuca mientras él la levantaba.—Te voy a echar mucho de menos, no te haces una idea. Por favor, vuelve pronto—.
Tenía ganas de llorar y no sabía por qué. Claro que quería a Peter como una hermana quiere a su hermano, pero no eran los más cercanos. Aun así, Reagan no pudo evitarlo y las lágrimas empezaron a caer de sus ojos, manchando la suave camisa azul de Peter.
Peter la dejó en el suelo y, tras secarle las lágrimas, prometió volver a visitarlos pronto y se alejó por el pasillo. La chica, por su parte, volvió lentamente a la mesa en la que había estado estudiando con Thomas. Sin embargo, al ver que era completamente incapaz de concentrarse, él se colocó detrás de ella y comenzó a frotarle los hombros, lo que hizo que Reagan sonriera suavemente.
—Vamos, háblame—,le suplicó, con un tinte de desesperación en la voz,—sé que pasa algo—.
—Es que estoy cansada, Tom—,se excusó ella.—Creo que voy a recostarme un rato—.
El chico asintió y, cuando Reagan se levantó, hizo lo mismo y se metió en la cama con ella, acariciándole suavemente el estómago y la cintura. Ella se dio la vuelta y le miró fijamente a los ojos, pero le faltaba algo. No tenía las motas doradas que tanto le recordaban a las estrellas ni las largas pestañas que solía envidiar. Tardó un rato pero, finalmente, consiguió dormirse.
Soñócon olas y espadas, con constelaciones y hadas. Y con labios que bailaban sobrelos suyos.
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