Interludio

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Un grito escalofriante desgarró el silencio sepulcral que la rodeaba. Empezó a temblar, tal vez de frío, tal vez de miedo. Su corazón latió a toda velocidad. Sentía que, de un momento a otro, podía salírsele del pecho. Había alguien más no muy lejos de ella, pidiendo ayuda a gritos. Era la primera vez que escuchaba algo así. Ella ya había pedido ayuda en diversas ocasiones, pero jamás nadie había respondido. Y por primera vez, sabía que no estaba sola en ese sitio. Que alguien más, como ella, estaba encerrada allí. Intentó gritar para llamar la atención de aquellos gritos, pero su voz, destrozada por el cambio brusco de temperaturas, la sed y la mala alimentación, se negaba a salir de sus cuerdas vocales.

Escuchó cómo alguien se acercaba a toda velocidad. Mantuvo la respiración por largos instantes, deseando que no fuera el lobo.

No obstante, no fue así. Escuchó una débil voz que la llamaba desesperada. Una leve sensación de calidez se apoderó de ella. ¿Esperanza de vivir? ¿Alegría de tener compañía? ¿Poder escapar? Ya no sabía qué significaban esos sentimientos, la positividad y el optimismo la habían abandonado. Sólo el instinto de supervivencia hizo que se incorporara y empezara a golpear la puerta con fuerza y sollozar para que la voz supiera que había alguien allí. Que alguien con vida estaba allí. La puerta se abrió con un chirrido y un chorro de luz la cegó. Tuvo que taparse los ojos, había vivido tanto tiempo en la oscuridad que aquella iluminación le dolía.

Poniendo las palmas de las manos sobre sus ojos a modo de visera, observó a una figura retorcida y tambaleante, frágil y esbelta que luchaba por decir algo con claridad. Sus gemidos desesperados le impedían formar una sola frase con sentido. Olía bien, a exterior, parecido al que entraba por su ventana cuando llovía. Sin embargo, su aspecto era lamentable. Estaba llena de moratones y heridas abiertas, como si el lobo la hubiera visitado diez veces en un día. No pudo evitar sentir escalofríos al pensar en cómo se sentiría si ella sufriera tanto en tan poco tiempo. La niña siguió intentando hablar. Al final se rindió. Bajó la cabeza y escupió al suelo algo que tiñó de rojo un trozo del suelo de piedra. Le tendió una mano cerrada en un puño y lo abrió, dejando al descubierto un tesoro que, para ella, siempre había sido inalcanzable.

Una llave.

—Abre... todas... las puertas —le informó la chica entre grandes esfuerzos.

Dicho esto, ambas escucharon un grito lejano y la chica se levantó a toda prisa y salió de la habitación, dejándola a ella sola de nuevo, pero con la puerta abierta...

Entonces tomó la decisión. Huir a toda costa.

Se agarró del pomo y con toda la fuerza que pudo, se incorporó. Ignoró los dolores que la perseguían a causa de las visitas del lobo y la decadencia de la habitación, y salió...

Vio lo que parecía ser un corredor bastante largo con varias puertas y dos desviaciones a ambos lados al final del pasillo. No vio a la chica que le había entregado la llave por ningún lado, por lo que pensó que habría ido hasta el final del pasillo.

Justo en ese mismo instante escuchó un ruido extraño, como los que oía cuando alguien le propinaba dolor. Luego, una serie de gritos desgarradores. ¿El lobo? Aunque le tentaba mucho la idea de ir hasta allí y vengarse, matar al lobo y huir, sabía que era una idea estúpida. Sólo quería salir de allí, huir y pedir ayuda. Se metió la llave en la boca y la colocó debajo de la lengua, así no la perdería.

Dio media vuelta, buscando otra salida que no la llevara hasta el origen de aquellos gritos, pues lo que menos deseaba en ese momento era encontrarse con el lobo cara a cara, pero ya la estaban esperando.

Un hombre corpulento la agarró con fuerza por las muñecas, obligándola a detenerse. La niña no tenía fuerzas para defenderse, pero luchó como pudo, intentando zafarse de aquellas manazas y de aquella fuerza que la superaba por mucho. Desistió, viéndose derrotada, y se sentó al suelo, tapándose la cara con las manos y sollozó.

El hombre y la mujer que lo acompañaba la cogieron y la metieron de nuevo en aquella habitación oscura y húmeda. La mujer le agarró el cuello con fuerza mientras le gritaba algo que para ella resultaba ininteligible. Ni siquiera podía notar las salpicaduras de saliva que rozaban su rostro a cada alarido que soltaba aquella persona. Entornó los ojos e hizo un esfuerzo para entender. Le preguntaba cómo había salido de allí. La mujer se apartó y el hombre ocupó su lugar. La agarró del cuello fuerte y estampó su nuca contra la pared. El golpe hizo que perdiera el sentido de todo por un momento. Cuando lo recuperó, la mujer se erguía ante ella con asco. Se dirigió junto al hombre hacia la salida, no sin antes canturrear:

—Que tengas dulces sueños, mi querida ovejita.

La puerta se cerró con un estruendo. Volvía a estar sola.

Movió la lengua y sonrió. Allí seguía estando la llave. Su llave. Su libertad. Por primera vez, volvía a sentir aquello que había perdido hacía mucho.

La esperanza.

Sombra de Sangre #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora