Interludio

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Y de pronto, cayó al vacío.

Dejó atrás la mullida cama, en la habitación de Jayson, para caer en un profundo agujero negro.

Aterrizó de pronto, sin sentir ningún dolor, sobre un suelo frío y áspero, que desprendía un fétido olor que le resultaba amargamente familiar. ¿Familiar, por qué?

Todo estaba oscuro, pero, por alguna razón, ella sabía exactamente dónde debía pisar, dónde debía tocar para dibujarse un mapa en su mente. Se encontraba en una habitación, a un lado había una cama, a otro un retrete, en medio una televisión apagada y, en el fondo, una puerta de madera muy resistente que sólo se abría desde fuera.

Por un momento se sintió pegada al suelo, pero se levantó. Tenía la sensación de que aquello era una pesadilla, porque se deslizaba por la habitación, pero las sensaciones que estar ahí le provocaba, hacía que pareciera muy real. ¿Qué ocurría?

La televisión se encendió de pronto, mostrando una pantalla borrosa. Luego empezaron a crearse imágenes abstractas. Hasta que se formaron unas figuras, unos dibujos infantiles que cantaban las letras del abecedario en una melodía rítmica.

Con la A, B, C, D, E, F, G... ¿qué palabras puedo construir? ¿Necesito más? ¡Sí, necesito el abecedario! Repetid conmigo: A, B, C, D... —cantaba incesantemente la voz.

Por un momento sintió ganas de apagar el televisor, pero se abstuvo. De pronto, el programa del abecedario cambió completamente, como si ya hubiera terminado toda la emisión, para volver a mostrar la pantalla borrosa. Luego, ésta se iluminó mostrando otro programa infantil, pero esta vez canturreando las notas musicales:

Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si. ¡Otra vez! Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si... ¡OTRA VEZ! Do, Re, Mi...

Le pegó una patada al televisor. Pantalla borrosa. Dibujos infantiles cantando el abecedario. Otra patada. Otra vez las notas musicales.

¡Ahora tú, repite conmigo! ¡Canta, canta!

Volvió a darle una patada al televisor. Pantalla borrosa. Varias formas azules se juntaron para crear lo que parecía ser un escenario. Esta vez los dibujos infantiles habían mutado en un programa en el que una profesora enseñaba a los espectadores a cantar como en un coro.

Sin hacer nada, la pantalla volvió a cambiar. Pasaron varios programas uno detrás de otro, mostrando diferentes escenarios, uno detrás de otro, con diferentes cantantes sobre él. No pudo reconocer a ninguno debido a la mala calidad de la imagen, pero de pronto vio una niña de pelo castaño claro ondulado que daba saltitos sobre un escenario mientras cantaba con todo su corazón una canción que ella reconoció al instante. <<¿Soy yo?>>. Y de pronto volvieron los dibujos infantiles escupiendo las letras del abecedario una tras otra.

Luego, como para dar paso a otro acontecimiento, la pantalla se volvió negra y la dejó a ella tirada en medio de esa oscuridad con su corazón palpitando a toda velocidad.

Escuchó un gemido en el fondo de la habitación que le desgarró el alma. Se dio la vuelta rápidamente. Aquello estaba muy oscuro, pero, como si fuera de día, podía ver claramente una pequeña figura agazapada al lado de la cama, sollozando. Se acercó para ayudarla, pero no le salía la voz. De alguna forma, pero, sabía exactamente lo que le ocurría a aquella niña.

Era ella.

Aquello era un recuerdo.

Sintió como si la oscuridad que nublaba su mente se desmoronaba poco a poco y algunas vivencias se agolpaban rápidamente en su memoria, dándole sentido a todo aquello.

Astrid se sentó al lado de la niña, intentó tocarla, abrazarla, pero ella no reaccionaba. Era como si para aquella criatura, ella no existiera.

De repente, empezó a sonar la música que resonaba continuamente en la mente de Astrid, con aquella entonación triste y melancólica, que finalizaba de forma muy tétrica. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo y sintió que a la niña le ocurría lo mismo. Pero en vez de mantenerse en silencio, la niña se levantó y gritó:

–¡Marchaos, lobos, marchaos!

Astrid abrió los ojos como platos. Había dicho aquella palabra que había visto escrita decenas de veces en aquellos papeles del desván. Miles de imágenes aparecieron en su mente: lobos, ovejas, lobos persiguiendo ovejas, ovejas atrapadas, un pastor inadvertido que había desaparecido, y una frase rítmica que resonaba en su mente al son de la música:

                                                    << No te muevas, no te muevas.

                                                       Vigilia diaria, vigilia nocturna,

                                                        obedece y serás duradera.>>

De pronto, como si hubiera pulsado el botón incorrecto, su mente se volvió a nublar, y sus recuerdos se alborotaron. Parecía haber una llave para acceder a ellos, pero en aquel momento, ella no la tenía.

La puerta de madera se abrió en ese momento y la figura de un lobo de gran tamaño se recortó en la luz que provenía del exterior. Astrid intentó levantarse para huir de ahí, para ver qué había más allá, para poder recuperar más información, pero le resultaba imposible. El exterior estaba borroso y oscuro, tan sólo atinaba a ver un baño de luz que entraba en la habitación, una luz que no la reconfortaba en absoluto.

Miró a la niña, pero ella no parecía ver a aquel monstruo que acababa de cruzar la puerta. Astrid volvió a mirar a la bestia, la cual sí la había divisado y se acercaba lentamente a ella. La joven se arrastró por el suelo hasta topar con la espalda contra la pared, sintiéndose sin escapatoria.

Cuando notó el aliento del lobo muy cerca de ella, alzó la cabeza para mirarlo. De pronto, la cara del lobo cambió de forma hasta tomar rasgos humanos. Una sensación de calidez a la vez que de terror la invadió en cuanto vio aquella cara, que le sonreía sarcásticamente.

De nuevo, aquella criatura volvió a tomar forma de lobo y, sin piedad, se echó encima de Astrid.

No podía moverse, no podía gritar. Lo único que podía hacer era escuchar aquella música infernal que parecía acompañarla en su último aliento.

Sombra de Sangre #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora