Trato de Esclavas

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-¿Dónde está el capitán de mi flota? -le pregunté al joven marinero de guardia.

-Se aloja en el Rao, Señora Conquistadora. ¿Envío a buscarlo?

-No, ya voy yo -contesté.

Antes de trasladarme al final del muelle donde estaba amarrado el barco más grande de la flota, el Rao, llamé a uno de los guardias de palacio para que acudiera a mi lado. Era Mike y me alegré de ello. No sólo era un hombre inteligente, sino que además me era leal. Con lo que estaba a punto de hacer, eso era esencial.

Mike sólo tenía un brazo, pero usaba una espada corta con el que le quedaba mejor que la mayoría. Tardó mucho tiempo en recuperarse, no de la pérdida del brazo, sino, cuando regresamos de la guerra, una vez se dio cuenta de que iba a vivir. Un soldado con un solo brazo, bueno... Durante una estación entera se sumió en un estupor alcohólico para olvidar hasta que mandé que me lo trajeran a palacio. Detesto la pérdida de talento y de vida que acarrea la bebida a tantos hombres y muy en especial a éste, que había luchado con astucia y valor en el campo de batalla. Desde entonces, servía en la guardia de palacio.

-Busca a Alex o a su lugarteniente y diles que traigan dos escuadrones de hombres a los muelles sin llamar la atención. ¿Comprendido?

-Sí, Señora Conquistadora -Mike salió disparado y eso me hizo sonreír. Ya no era un jovencito, pero estoy segura de que mis palabras le habían indicado que hoy podíamos entrar en acción. Dada la clase de soldado que era, estoy segura de que no quería perderse nada.

Subí a bordo del Rao y me quedé un momento en cubierta, sintiendo la brisa y prácticamente saboreando el salitre del aire. Echaba de menos navegar, pero me di cuenta de que, a medida que envejecía, había empezado a decir lo mismo de muchas cosas. Cuántas cosas había dado por supuestas a lo largo de los años: había sido fácil olvidar lo que me daba auténtico placer. Respiré hondo por última vez y al soltar el aire de los pulmones, me permití convertirme en una mujer que aborrecía. Me transformé en la Kara arrogante y soberbia que estaba acostumbrada a vencer a los hombres en su propio terreno, por el simple hecho de que estaba convencida de que era mejor... más lista. Me aparté la melena rubia de la cara y me dirigí al camarote del capitán.
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-¿Quién Hades pega esos golpes en mi puerta? -oí vociferar al hombre iracundo al otro lado de la gruesa puerta de madera. Seguí aporreando con la empuñadura de mi puñal.

-¡Por los dioses! ¡¿Quién intenta acabar muerto metiendo tal estruendo en mi barco?! -gritó cuando abrió la puerta, y se quedó paralizado en el sitio al verme llenando el umbral.

-¿No quieres decir mi barco, Non? -dije despacio.

Sentí cierta satisfacción al ver la cara de sorpresa del capitán. Entré en el gran camarote y me acomodé en una gran silla de madera, recostándome y echando una pierna por el brazo de la silla con aire informal. Se trataba evidentemente de la silla del capitán, que era la razón de que me diera tanto placer apoderarme de ella. No vi a la chica hasta que recorrí la estancia con la mirada. Cuando levanté la vista de nuevo y me fijé en los pantalones mal cerrados del capitán, adiviné lo que había interrumpido.

La muchacha era joven, tal vez de catorce o quince veranos. No tenía cicatrices, pero sí que lucía un ojo morado y el golpe parecía bastante reciente. Tenía las manos atadas a la espalda con una tira fina de cuero gastado y estaba desnuda y arrodillada en el suelo de madera.

-¿He interrumpido? -dije con aire lascivo.

Me quedé escuchando sus fanfarronadas un momento, pero la joven arrodillada, con las muñecas atadas en una postura de sumisión total, se apoderó de mi atención. Por un instante, me imaginé a Lena sirviéndome así y tuve que respirar hondo para disipar el repentino deseo que se apoderó de mí. Dioses, sabía que iba a ser difícil hacer este papel, pero no tenía ni idea de lo fácil que podía ser recaer, desear combinar las sensaciones de control y poder con el sexo.

El Final Del Viaje [SUPERCORP]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora