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Nuestra cena transcurrió en silencio, pues las dos estábamos enfrascadas en nuestras propias reflexiones. Mi joven esclava parecía tan pensativa como yo esta noche. Le dije que tenía algo de trabajo y que podía hacer lo que quisiera durante las próximas dos marcas. Le di un beso en la cabeza y la mandé con sus pergaminos. Cuando se volvió para mirarme, vi la decepción escrita en su cara.

Cierto tiempo después, estaba sentada ante mi escritorio, dentro de mi silencioso estudio, rodeada de estanterías hasta el techo atestadas de rollos y pergaminos. Me ceñí mejor la bata de seda al cuerpo, como para protegerme del frío y la humedad que siempre se apoderaban del castillo cuando el sol desaparecía del cielo. Mi intención era escribir cartas, tarea aparentemente interminable. Lo único que podía hacer, sin embargo, era reflexionar sobre todo lo que había averiguado gracias al pergamino de Lena.

Por mi cabeza pasaban tantas ideas y emociones que apenas conseguía recordar mi propio nombre. ¿Siente Lena algo parecido a lo que siento yo por ella? Siente algo, su pergamino deja eso claro, pero ¿y si no es nada más que amistad? Sí, siente placer cuando la toco, pero en realidad no le estoy dando elección, ¿verdad? Por los dioses, ¿la estoy forzando a sentir estas cosas? ¿Es parecido a entrenar a un halcón para que se pose en mi mano para recibir su recompensa, cuando no es lo que el ave haría por naturaleza? Di vueltas a todas estas dudas y autorrecriminaciones hasta que me empezó a doler la cabeza.

Capté un movimiento a la derecha y vi una titubeante ojiverde que se asomaba a la habitación. Lena nunca debía interrumpirme en mi estudio, por si estaba en una reunión. Yo había dejado la puerta de la estancia abierta a propósito, con la esperanza de que por fin viniera a buscarme.

-¿Mi señora? -preguntó, desde el umbral.

-Pasa, pequeña, estoy sola.

Lena sonrió, vino hasta mi mesa y se detuvo junto a la gran silla donde estaba recostado mi largo cuerpo. Le rodeé las caderas con un brazo y con la misma naturalidad, ella me pasó los dedos por el pelo, apartándome el flequillo rubio que se me metía en los ojos. Fue un acto totalmente natural y reaccioné estrujándola.

-¿Qué ocurre, Lena?

-Dijiste que querías enseñarme, mi señora. El juego... ¿los Hombres del Rey? -me recordó.

-Aah, es cierto. ¿Sigues interesada? Es un juego complicado.

-Lo haré lo mejor que pueda, mi señora -contestó.

Cuando pasé a la habitación externa, me llevé una agradable sorpresa. Un cálido fuego ardía alegremente en la chimenea y había varias velas y una lámpara encendidas cerca de la mesa de juego. Por último, una copa de vino dulce esperaba junto a mi butaca preferida, que estaba colocada delante de la mesa de mármol.

Lena me miró expectante y no pude resistir la tentación de inclinarme para darle un beso en la frente.

-Es estupendo, gracias, Lena.

Casi una marca después, estábamos inclinadas sobre la mesa, empezando la primera partida de verdad. Lena había memorizado los movimientos que podía realizar cada pieza distinta y me di cuenta de por qué era tan inteligente. La joven tenía una memoria extraordinaria y recordaba con facilidad las maniobras a veces complicadas que realizaba cada pieza durante una jugada.

Hice mi primer movimiento y Lena movió rápidamente una pieza después de mí. La miré, pero ella no apartó los ojos del tablero, al acecho como si no pudiera esperar a que yo hiciera mi jugada. Tras reflexionar un momento, hice avanzar de nuevo una casilla a uno de mis guerreros de primera línea. Cuando apenas había apartado la mano de la pieza, Lena alargó la mano y movió uno de sus guerreros del extremo izquierdo. El arco de mi ceja fue la única señal de que me estaba preocupando. Pero la joven seguía centrada por completo en el tablero de juego. En mi tercera jugada, metí otro guerrero en la refriega, antes de llevarme la copa de vino a los labios. Lena movió su centauro para eliminar al guerrero y fruncí el ceño. No me gustaba ser la primera en perder una pieza.

El Final Del Viaje [SUPERCORP]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora