—Buenos días, Lena —le dije a mi joven esclava cuando entró en mi dormitorio.
—Buenos días, mi señora —replicó con esa voz tan suave que tenía.
Acababa de vestirme y me estaba poniendo las botas cuando Lena entró en la habitación. Las dos nos sentamos a la mesa de madera donde yo comía. Nia ya había dejado en la mesa fruta y bollos variados, junto con unas porciones de pescado ahumado cortado en finas lonchas. Como siempre, Lena estaba sentada a la mesa frente a mí con la cabeza gacha y las manos en el regazo.
Comer juntas siempre era una aventura. Era evidente que a mi joven esclava le habían negado los alimentos en algún momento de su vida, como castigo. Parecía muy acostumbrada a no comer durante largos períodos de tiempo y a consumir luego todo lo que podía, para aguantar. De vez en cuando la miraba por el rabillo del ojo y siempre parecía pillarla metiéndose algo en el bolsillo de la falda para más tarde. Esta mañana suspiré por dentro al ver cómo se metía una manzana en ese bolsillo. Sólo podía morderme la lengua e insistir continuamente en que no le hacía falta guardarse alimentos.
Cuando me levanté de la mesa, crucé la habitación hasta donde tenía la espada, encima de un baúl a los pies de mi cama. Me la ceñí a la cintura y el acto me resultó extraño. Era curioso, pero durante todos los años que llevaba gobernando y viviendo en este palacio, siempre había llevado una sola espada, pero me seguía resultando extraño no llevar dos espadas al cinto, como cuando combatía. Había pasado tantas estaciones como guerrera, con dos espadas en las manos, que ya se había convertido en parte de mí.
Deseché el recuerdo y volví a la mesa. Lena se me quedó mirando cuando me detuve y me agaché sobre una rodilla ante ella. Mi estatura resultaba amenazadora y no tenía el menor deseo de hacer valer mi superioridad sobre mi esclava. Le cogí las manos entre las mías y me regodeé en la suavidad de su piel contra la mía.
—¿Lena? —me callé y ella levantó la vista, sin mirarme totalmente a los ojos. No sabía por dónde empezar, porque no quería asustarla—. Lena, ¿te acuerdas de lo que te dije sobre el tema de la comida en mi casa?
—Sí, mi señora... perdóname, yo...
—Sshh, tranquila, no estoy enfadada —metí la mano en el bolsillo de su falda y saqué la manzana que había metido allí. Bajó los ojos con aire culpable.
—Quiero que intentes recordar una cosa... mírame, Lena —añadí suavemente. Volvió a alzar la cabeza y me di cuenta de que me estaba acostumbrando a esa forma en que sus ojos evitaban mirar directamente a los míos.
—Mientras haya comida en mi mesa, pequeña, no pasarás hambre —la palabra cariñosa se escapó fácilmente de mi lengua y no hice el menor intento de retirarla, pues parecía adecuada para mi menuda y preciosa esclava—. Lena, ¿te he mentido alguna vez desde que estás a mi servicio?
—No, mi señora.
—Y no lo voy a hacer, y menos con este tema. Ahora —volví a meter la manzana en el escondrijo de su falda—. Si quieres esto porque en algún momento te pueda apetecer matar el gusanillo o incluso porque deseas visitar las cuadras y darle una golosina a Kripton, me parece muy bien. Pero jamás temas que te vaya a negar los alimentos como castigo. ¿Me crees? —pregunté por fin, sabiendo que le costaría responder a eso.
—Yo... —no sabía cómo responder verazmente—. Lo intentaré, mi señora.
—Entonces eso es todo lo que podemos pedir, ¿no? —le sonreí y, aunque no era algo que hiciera habitualmente, pareció calmar un poco su desazón. Pensé que sonreír en presencia de Lena me resultaba cada vez más fácil y me pregunté si acabaría siendo algo tan natural que ni me daría cuenta de que lo estaba haciendo.
ESTÁS LEYENDO
El Final Del Viaje [SUPERCORP]
RomanceLos esclavos en Grecia son considerados objetos, cosas que poseías, y tenías todo el derecho a tratarlos como te viniera en gana. No se los consideraba personas, con emociones y sentimientos reales. Lena es una esclava más en Grecia, pasa de amo en...