Salidas

17 2 0
                                    

De repente pude oír una voz grave casi susurrándome al oído —¿Que harás este fin de semana Helenita?

—¡Mark por el amor de Dios, que susto! —dije pegando un salto en el pasillo del colegio—. Tengo tarea y preferiría que me llames solo Helena.

—Uy tranquila fiera, no rugas —me dijo en tono casi burlón—. Es una pena que no puedas asistir a la fiesta de Katia ¡se pone buenísimo!

—¿Katia Henderson? —arquee una ceja.
—La misma —agrego Mark chasqueando los dedos.

—Ughs que fastidio, de seguro ni estoy invitada.

—Pero si te estoy invitando yo, ¿que dices?

Katia Henderson la niña más popular y codiciada de todo el colegio. Imposible sería que un día ella y su grupo de amigas pasaran desapercibidas bajo ninguna circunstancia.
Sinceramente no tengo nada en contra de ella pero siempre me pareció que sus vínculos no eran del todo sanos y que su grupo siempre fue de esos grupos herméticos dónde nadie más entra si no son aceptados bajo una serie de pruebas crueles que supondrían a la humillación solo para ser parte del su círculo social; todo ese asunto me parecía ridículo, uno no pone a sus amigos a prueba para calificar que tan amigos pueden ser, simplemente ocurre la química y la amistad florece y se va regado con el paso del tiempo para mantenerla en pie.

Soy una chica de pocas amistades, nunca me preocupó ser así en este sentido pero a veces pienso que me gustaría ser como son la mayoría de mi generación, viven sus vidas como si nada más importara, van a fiestas, conocen otras personas, tienen amigos; muchos. Pero yo ni siquiera tenía eso y no entendía como habían chicas en el colegio que envidiaban mi vida por tener todo en casa.

—Me lo pensaré —dije a Mark despidiéndome porque ya me esperaba el chófer saliendo del colegio.

—¡Tienes mi número Helenita! —pude oír que gritaba desde la puerta.

Puse mis ojos en blanco y entré al carro.

Fiestas.
No iba a muchas fiestas de las que realizaban mis compañeros en el colegio pero de vez en cuando sentía la necesidad de huir de casa de alguna manera y optaba por aceptar las invitaciones a esos eventos juveniles que disfrutaba un poco más que los eventos empresariales a los que estaba obligada a ir.

Salir tampoco era mi devoción ya que me entretenía más realizando investigaciones en los libros que me gustaba leer o simplemente escribiendo cientos de textos, versos, poemas que de alguna manera me hacían sentir tan yo y ser yo. En esta casa me resultaba muy difícil ser yo misma cuando más bien me caía sobre los hombros todo el peso y la responsabilidad de cumplir los deseos de mis padres y mantener la Compañía por lo cual ellos, mis abuelos y más antepasados han trabajado muchísimo por mantenerla. Al final te das cuenta que la riqueza no es tanto un privilegio sino más bien un castigo.

                                  ***

Llegó la hora del almuerzo. Cómo era de esperarse en la mesa, papá saco el tema de la Universidad que me convendría ir.
Estudiar contaduría sería la carrera apropiada para dirigir las finanzas de la Compañía de la que sería la jefa, pero realmente seria una tortura tener que desperdiciar 5 años de mi vida estudiando algo que no me haría desenvolverme en el mundo con plenitud y que ni siquiera se me daría bien.

Todo el mundo en esta casa sabe que soy malísima con los números, no puedo imaginar tener que rendir un examen de ingreso y no quedar, decepcionar a mis padres; o quedar y tener que ver cómo pasan los mejores y más lúcidos años de mi vida intentando superarme en materias que finalmente en los exámenes no irán bien, o si, pero que simplemente no me gustan, no me interesan.

Lo Que El Dinero No CompraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora