Adiós Agosto III

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“Amada, amante de mis profundidades

De mis infiernos decadentes, de nimiedades

ráfagas con fuego envolvente en mis verdades

Tenerte es un premio, ramo de rosas, espinas letales

Invades mis sueños, mis recuerdos vivos

Rellenas mis huecos, vacíos, respiros

Amada tu eres en mi los motivos

De ser el valiente que pueda fundirse contigo”

—¡Vaya vaya! Mark Johnson —exclamó Katia al terminar de leer la carta de su cumpleaños frente a nosotros.

—Soy todo un romántico, lo se —expresó Mark ajustándose el saco del colegio con aire de grandeza.

—¡Eres todo un poeta! —agregó Katia sonriendo.

—Digamos que recibí algo de ayuda —continúo el chico de cabello oscuro y cara pálida.

Yo solo los miraba y sonreía tratando de pasar desapercibida pero Katia parecía saber que no era obra de Mark en lo más mínimo.

—Me recuerda a los poema de alguien que conozco —acusó Katia sacudiéndome los hombros.

—¿Qué? ¡Noo! —balbucee de forma sarcástica sin dejar de sonreír.

—Ya, pero la idea fue mía. ¡Que conste! —soltó Mark queriendo que su ego conquistador no se caiga al suelo.

—Es un detalle muy bonito Mark. Y tú Helena no dejes de hacer esto nunca. ¡Es maravilloso!

Katia nos abrazo a ambos y comenzamos a reír mientras disfrutábamos de nuestra merienda.
Siempre que estaba con ellos me sentía feliz y consentida aunque por dentro mis sentidos se encontraran muy desordenados y alterados por las circunstancias.
Miraba a Katia y su belleza cada vez que sonreía y veía a Mark tan pleno con ella que no podía arruinar sus momentos con mis problemas.

Antes de que sonara la campana para volver a clases, Katia dio media vuelta para ir a saludar a otras amigas suyas. Mark y yo nos quedamos en la mesa.

—Oye, ¿estás bien? —pregunté al chico de cabello oscuro que saboreaba su sándwich.

—¿Qué?... Si… ¿Por qué preguntas?

—Te noto pálido, no lo se

—Estoy bien, descuida —evadió sonriendo y achinando sus ojos un tanto incómodo con mis conjeturas.

—¿Seguro? —indagué queriendo tocar su frente para comprobar si tenía temperatura.
Con este clima de frío, calor, vientos y lluvias, era fácil enfermar.

—¡Carajos Helena! ¡estoy bien! ¿quieres dejarme en paz? —gritó Mark dando un salto hacia atrás dejándome sola en la mesa.

Quedé atónita con el cambio de humor repentino de Mark. Algo andaba mal con él, lo supe, pero no sabía de qué se trataba. Nunca lo había visto enojado más que cuando la noche de la fiesta en la que se fue y desapareció. No lo tomé personal y dejé que se fuera.

La campana de vuelta a los salones hizo su magia.

                                ***

Último día de agosto.
Un mes que parecía pasar muy rápido al comienzo pero que luego se volvió  amargo y sin final. Pero 31 llegó al fin y con él, la cita con mi hermano desconocido que tanta ansiedad me estaba provocando estos últimos días.

4 p. m. sería la hora exacta para encontrarnos en aquel lugar ese miércoles.
Estaba muy nerviosa de encontrarme con alguien que no conozco sin avisarle a nadie de mi paradero así que decidí viajar en uno de los carros de mi casa con un chófer que me llevara hasta allí o al menos cerca y así fue.

El momento llegó.

El día se entonaba en colores cálidos, el sol abrazaba dando una sensación de seguridad y el cielo se revestía de nubes blancas como algodón.

A dos cuadras de “El Adiós” le pedí al chófer que detuviera la marcha y se quedará allí cerca hasta que yo volviera, creí prudente marcar una distancia entre el vehículo y el lugar para que haya un margen de tiempo entre que me bajo del carro y camino hasta donde se suponía que Julián Rodríguez me estaba esperando, para poder replantear lo que estaba haciendo o por si simplemente quería arrepentirme y huir sin que el chico se diera cuenta.

Se suponía que Julián no sabía quién era yo antes de nuestro encuentro, nunca le mencioné mi apariencia en los mensajes asique yo corría con esa ventaja. Él no sabía mi aspecto, y yo de él solo sabía su nombre hasta este día.

Me baje del carro con cautela, sentí que mis músculos se contraían de los nervios y como era de esperarse comencé a dudar de estar allí y las dudas hacían tergiversar mis sentidos. ¿cómo me presentaría? ¿Qué le diría concretamente?.
Tenía ganas de saber, pero no sabía por dónde empezar.

Finalmente me decidí y di un paso para avanzar, uno llevó al otro y cuando quise acordar, ya me encontraba en la puerta del lugar respirando hondo para entrar.

Lo Que El Dinero No CompraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora