me matas lentamente

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La primera noche no había sido tan difícil, porque había estado a solas toda la madrugada.

En la segunda, Adriel decidió acompañarla. El ángel no le hablaba mucho, lo que era un tanto extraño pero no preocupante, y eso facilitaba las cosas. Exael sabía que si se trataba de distracción, Adriel sería su peor pesadilla.

Para la tercera comenzó a sospechar.

Era extraño como el infierno que les hayan asignado una misión así. En los trescientos años que estuvo en la tierra jamás le habían pedido que clasificada a humanos que seguían con vida; solo lo hacía cuando éstos morían, y tenía que estar todo un día mirando la vida del mortal, pensando en si matar un ratón o un mosquito era motivo de condena divina. No, no lo era, pero sería responsable de una gran decisión como esa.

Ahora tenía que meterse en sus cabezas por algunos milisegundos y ver hasta sus más oscuros pensamientos para clasificarlos como Dignos o Condenados. Y era horrible. Los humanos eran horribles. No quería relacionarse con ninguno nunca más.

No tenía que ser el demonio con más luces para darse cuenta que algo andaba mal.

Esa tarde se hizo paso en la oficina del Jefe sin siquiera avisarse, las puertas oscuras chocando contra las paredes causando un terrible estruendo.

—Vuelves a hacer eso —le advirtió Lucifer, quien estaba firmando un Documento Sagrado y por culpa del escándalo se le corrió un poco de tinta en el papel— y te mando a bañar en agua bendita, Exael.

—¿Qué está sucediendo? —le dijo con la voz seria— Nos están mandado a inspeccionar humanos, ¿desde cuándo al Infierno le importa una mierda los Mortales? Algo sucede. Algo malo. Dímelo.

Lucifer acababa de suspirar con fuerza. Había acabado de doblar el sobre con la dirección del Grande y mandaba a uno de sus murciélagos, los cuales apenas cruzaran las Fronteras tenebrosas con rumbo al Cielo se transformarían en una paloma, a entregárselo.

—Tú me debes mucho, Amenadiel —Exael comenzó con su discurso, repleto de chantaje emocional. Jugaba sucio, lo admitía, pero cuando se trataba de Lucifer, reina de las tinieblas, debía usar sus mejores cartas—. Yo te escuché. Yo te ayudé a convencer a los demás ángeles de que estábamos en lo correcto porque lo estabas —le aseguró. No por querer impresionarla sino porque realmente lo creía así—. Yo caí por ti. Y ahora tienes que confiar en mí. Dime qué está sucediendo.

Lucifer había suspirado con fuerza. En algún lugar del Mundo, eso había causado un terremoto.

—La guerra es algo inminente, Exael —admitió la Jefa cerrando los ojos—. Debemos estar preparadas. Tienes razón. Eres mi mejor hombre, tienes derecho a saberlo también.

—Soy una mujer, Lucifer —corrigió—. Soy tu mejor mujer.

—No dejes que Perséfone te escuche hablar así.

Eso le había robado una sonría. En algún lugar de todo ese caos, le quedaban ánimos para bromear.

—Debemos ganar —comentó su Jefa. Había cierta desesperación en su voz.

—Vamos a hacerlo —Exael quiso convencerse también a sí misma—. ¿Qué tan cerca es inminente?

—Pronto.

—Sí. Pronto —la demonia sonrió—. Eso dijiste la última vez, Lucifer. Míranos.

—Bueno, las guerras no son algo que se planea, exactamente.

—Sé que no. Pero puedes detonarlas. ¿Qué tan frágil es el cristal?

—Perséfone está hablando con Él. Si no cede, el enfrentamiento será automático.

Cruel SummerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora