Por cierto, antes de seguir voy a hacer un pequeño paréntesis para contar unas cuantas cosillas sobre mí.
Empiezo presentándome: me llamo Melocotón, aunque todo el mundo me llama Mel o Melo por cuestión de comodidad. Sí, ya sé que es un nombre un tanto extraño para una chica de dieciséis años, pero no lo elegí yo. Supongo que mi madre embarazada tendría antojo de uno cuando me puso ese nombre. A saber.
Soy rubia, tengo el pelo bastante largo y ondulado, ojos azules, y... bueno vale, no son azules, sino marrones, pero me encantaría tanto tenerlos azules... Ah, y soy bastante traviesa. Me gusta divertirme haciendo bromas o lo que se me ocurra. Pienso que sin eso mi vida sería bastante más aburrida.
Vivo en un pueblo a las afueras de Barcelona bastante grande con naturaleza por todos lados (cosa que me encantaba), en una casa de tres pisos y un garaje donde mi hermano tocaba con su grupo de música, o sea, que se podría decir que ya no era un garaje porque estaba lleno de instrumentos, por eso aparcábamos el coche fuera.
Mi habitación estaba en la tercera planta, arriba del todo. Gracias a eso tenía unas vistas espectaculares desde la terraza de mi habitación. Veía montes llenos de flores, que en invierno estaban todos nevados y en primavera llenos de animales.
A parte de todo eso, contrariamente a mi nombre, me repugna la piel de los melocotones, la ropa de color rojo y los bichos, y odio mucho, mucho, muchísimo la rutina. Que todos los días sean iguales es algo que me exaspera, por eso intento hacer algo nuevo cada día, aunque sea una tontería de nada, pero que marque la diferencia.
De momento eso es todo sobre mi vida, pero tranquilos, chicos curiosos, que fijo que a medida que avance la historia iréis averiguando muchas más cosas. Aunque no prometo que todas sean buenas.
Volviendo al tema. Rebusqué en mi armario el conjunto ideal para un primer día de clases, y al final me decidí por llevar una camiseta algo corta de tirantes, de color rosa con letras grandes y blancas, unos shorts blancos, que a pesar de que estaban un poco rotos me seguían quedando de muerte, y mis Convers rosas preferidas, con dobladillo por los lados.
Una vez vestida, peinada y maquillada (el maquillaje para mí es imprescindible antes de salir a la calle, aunque suene superficial, pero no en grandes cantidades: base para disimular imperfecciones y eyeliner para remarcar los ojos, nada más), desayuné una taza enorme de cereales con chocolate para que me diera energías, porque ese día las iba a necesitar. Finalmente salí de casa, casi arrastrada por mi hermano, pero lo importante es que salí.
Había unos 7 minutos de mi casa hasta el instituto a pie, así que llegamos bien de tiempo. Una vez ya en la puerta, le dije a Jorge:
-¿Ves cómo llegábamos bien? No sé para qué tantas prisas –resoplé.
-Mira –me dice poniéndose serio-, me han dicho que este año entrarán un montón de tías buenas, ¿vale? Y yo quiero ser el primero en ficharlas a todas. Como alguno de mis amigos ya se haya pedido a alguna que me guste a mí, tú y solo tú tendrás la culpa. –me señala con el dedo para remarcar sus palabras.
Entra indignado al instituto y yo le saco la lengua desde detrás. Luego me fijo mejor en cómo esta esto.
Todo está a reventar de gente (muchos son desconocidos), y entre ellos veo a mis amigos, a los que no veía desde... bueno, desde hacía un par de días, ya que al lado de mi casa hay un parque donde nos reunimos y armamos unos líos... Eh... quiero decir... y hablamos de nuestras cosas.
Me uno al grupillo separándome de mi hermano, que ya se ha perdido entre la multitud. Se respira un poco de nerviosismo en el ambiente, aunque probablemente solo sea yo.
Después de saludarles y estar un rato compartiendo opiniones, oímos el pitido más fuerte, molesto, y a la vez familiar que haya escuchado a lo largo de mi vida, como cuando estas en la autopista y los conductores de los coches se empiezan a poner nerviosos y tocan la bocina al unísono. Sabéis a lo que me refiero, ¿no? Pues este es cuatro veces peor. Escuchar este maldito sonido era una de las cosas que no echaba nada en falta del insti, aparte de que lo que significaba: hora de entrar a clase.
En ese momento todos nos quedamos bloqueados sin saber qué hacer, mirándonos los unos a los otros con caras de confusión, porque no teníamos ni idea de cuál era nuestra clase. Pero entonces escuchamos una voz detrás de nosotros.
- Los alumnos de Bachillerato, ¿no es así?
Nos dimos la vuelta. Era una señora de unos cincuenta años (igual exagero, pero de verdad que los aparentaba) y con una cara parecida a la de un pitbull. Me sonaba haberla visto alguna vez por los pasillos, pero nunca había tenido el honor de tenerla como profesora y daba gracias por ello, porque daba miedo.
- Si es así, seguidme, por favor. –contestó, dando media vuelta.
La seguimos.
La mayoría de los profesores de nuestro instituto son bastante mayores. Con lo de "mayores" me refiero de cuarenta y cinco años para arriba (como mi madre se entere de que he dicho que una persona de cuarenta y cinco años es mayor, me mata).
Pero ese día, la profesora tenía un aspecto un poco diferente. Se la veía algo inquieta, miraba constantemente hacia los lados y no paraba de jugar con una llave que sujetaba entre los dedos. Nos hizo pasar a una sala oscura, con olor a moho, y cuando estuvimos todos dentro, salió fuera y nos cerró con llave.
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Las movidas de Mel
Teen FictionAlgo así como una hora después, recibí un WhatsApp de un número desconocido. *Dime que tu hermano no me ha timado y me ha dado bien tu número, Melo.* Me dio un vuelco el corazón. Por la foto de perfil pude ver que era Hugo el que me había escrito aq...