A cada grupo nos adjudicaron un tutor diferente. En el mío, 1º C de bachillerato, nos tocó una profesora más joven que los demás, y parecía simpática. Ella nos condujo a nuestra clase, en el segundo piso. Por el camino fui analizando a mis compañeros de clase. Muchos eran conocidos de los otros años, pero también había bastantes nuevos. Al llegar a nuestra nueva clase, la profe nos organizó a todos en pupitres de dos según el orden de lista.
Debido a lo que he dicho anteriormente, no me sorprendió en absoluto que me tocara con una chica que no conocía. Además era una tía bastante normal: su pelo, rojizo y muy ondulado, le tapaba un ojo, y aunque ella se esforzaba por echárselo atrás, su pelo siempre volvía al lugar de origen. Su cara estaba repleta de diminutas pequitas, sobretodo alrededor de la nariz y los pómulos, dándole así un aspecto adorable.
Se llamaba Sandra.
Desde el primer momento que se me presentó, quise hacer buenas migas con ella porque parecía maja y sabía que así no me aburriría en las horas y horas que teníamos por delante de clases, y la verdad es que no me costó mucho, porque ella era bastante sociable. En los cinco primeros minutos de clase ya me había explicado la historia de su vida que voy a reproducir aquí. Me contó que en su antiguo instituto le castigaron una vez sin venir a clase durante tres días por pelearse con una chica que la llamó pija (menudo castigo). También que a lo largo de su corta vida había tenido cuatro novios, y el cuarto aún le duraba. Ah, y que sus padres estaban divorciados, tenía una hermana que iba a cuarto a la que también habían trasladado a este insti y un perro que se llamaba Puffy.
En el fondo yo estaba ilusionada por estar en una nueva clase, ya que iba a conocer a un montón de gente nueva y vivir nuevas experiencias, y eso me gustaba porque le daba un toque emocionante a todo. Solo había un problemita... y era que detrás de mí, casualmente, se sentó el cara de pastel. Bueno, realmente le sentó la profe, pero demasiadas casualidades. Aunque también hay que decir que había algo mejor: el chico al que habían sentado al lado del cara de pastel era guapo. Muy, muy guapo.
Su pelo castaño estaba perfectamente peinado, su mirada era muy profunda, y tenía una sonrisa ancha y blanca, con unos dientes tan perfectos que daban a entender que había usado ortodoncia en algún momento de su vida.
Además, me encantaba como vestía; pijo, pero a la vez de calle. ¿Cómo el típico chulo que las tiene locas a todas? Pues ese.
Claro que el cara de pastel tampoco estaba mal; su pelo era negro y brillante como el azabache, y sus ojos de un verde muy clarito. Pero no sé, por alguna razón no me llamaba tanto la atención como el guapo.
Sin darme cuenta, me quedé un buen rato embobada mirando al guapo, pero cuando el cara de pastel se dio cuenta, se metió en medio de mi panorama cortándome todo el rollo de forma brusca, y me dijo con una sonrisita: "Ejem... ¿Necesitas algo?" Y yo, volviendo al mundo real, contesté: "No, no, nada", y me di la vuelta rápidamente para ocultar mi cara rojísima. Sandra se partía el culo, y yo, muerta de vergüenza, le lancé una mirada asesina.
Ella, que rápidamente se dio cuenta, se puso seria.
- Venga tía, no me mires así. Me ha hecho mucha gracia porque, además, no eres la primera que se queda prendada de Lucas a primera vista. Le conozco lo suficiente como para avisarte de que temo que tendrás que hacer cola. Eh, pero te lo digo en plan colega. Aunque, si te digo la verdad, puede que tengas algo de suerte con él porque eres bastante mona. –dijo, repasándome de arriba abajo.
Yo flipaba, porque me soltaba todo eso a penas sin conocernos. Y encima había dado en el clavo.
- ¿Perdona? –pregunté yo, intentando asimilar sus palabras.
- Vamos, ahora no pongas la típica mirada de chica inocente y digas que no te gusta. Se te nota en la forma en que le miras, soy especialista en descifrar miradas. Ah, pero tranquila, ¡que yo no te voy a quitar a Lucas! Yo ya tengo chico. – contestó sonriendo.
Punto y final. Ella miró hacia delante, como si no tuviera nada más que decir, atendiendo otra vez a las explicaciones de la profe que habíamos ignorado durante todo ese rato. Yo seguí mirándola un poco en estado de shock, porque lo cierto es que esa conversación me sorprendió mucho, así como su forma de ser, tan abierta y sincera. Y, después de unos segundos, me giré y resoplé hacia mi flequillo. La verdad es que me caía bien. Admiro a la gente que es sincera conmigo y que va de frente en vez de cotillear sobre alguien a sus espaldas. Además, de todo eso había sacado algo bueno, un nuevo dato de mi nuevo fichaje: se llamaba Lucas.
Y con estos pensamientos rondándome la cabeza, terminamos la primera clase del curso.
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Las movidas de Mel
Подростковая литератураAlgo así como una hora después, recibí un WhatsApp de un número desconocido. *Dime que tu hermano no me ha timado y me ha dado bien tu número, Melo.* Me dio un vuelco el corazón. Por la foto de perfil pude ver que era Hugo el que me había escrito aq...