Después de comernos esa pizza de piña y jamón en dulce tan grande (riquísima, por cierto, y que tuvo que pagar Jorge), volvimos a mi casa a jugar un rato a la Play 3. Casi desde que nos conocíamos, Alberto y yo teníamos un pique enorme con el Call of Duty. Los dos éramos prácticamente igual de buenos, así que o bien quedábamos empate, o ganaba él por muy poco, o le ganaba yo. De esa forma no podíamos saber cuál de los dos era el más bueno y eso nos tenía en tensión constante. Alberto se frotaba las manos en señal de que se estaba preparando.
- Te voy a machacar. –dijo convencido.
- Siempre dices lo mismo.
- ¿Pero lo cumplo o no?
- Solo un 50% de las veces.
-Pues eso.
Empatamos tres veces, yo gané dos partidas y otras dos las ganó él. Decidimos hacer una última partida de desempate y, ¿adivináis quién ganó?
- ¡¡TOMAAA!! Dios, soy el mejor. ¡Mira como explota tu cabeza! –gritó señalando al televisor- Estoy tan orgulloso de mí mismo...
No me quedó más remedio que poner los ojos en blanco y cara de resignación.
- Claramente te he dejado ganar.
- Espera, espera, ¿después del palizón, aun te quedan fuerzas para hablar? –dijo levantando una ceja- ¡Ey, un momento! –soltó de repente pareciendo recordar algo.
Salió corriendo. Cogió su mochila y empezó a rebuscar en ella. Su cara se iluminó cuando encontró lo que buscaba: el móvil. Se acercó a la tele y le sacó una foto a las puntuaciones.
- Pienso restregarte esto por los siglos de los siglos, amén. Cuando seamos mayores se lo enseñaré a nuestros colegas de la residencia.
- Ah, ¿que encima tenemos que ir a la misma residencia? ¡Protesto! –le reproché.
Me sacó la lengua y se guardó el móvil orgulloso. Le eché una mirada asesina.
- Pues ya no te invito a pasar la noche. –le dije cruzándome de brazos.
Alberto paró en seco.
- ¿¡Me ibas a invitar a dormir!? –abrió los ojos de par en par- Meeeel, perdóname por favor. Si me invitas borro la foto. –rogó.
- No me sirve. –me hice la indignada.
- Te hago todos los deberes durante una semana.
Así que se quedó a dormir. En casa hay una habitación de invitados para estos casos, con litera, y esa noche los dos dormimos allí. Estuvimos explicando historias de miedo hasta las 23h, y luego decidimos irnos a dormir porque al día siguiente había clases. Alberto quería dormir en la cama de arriba y yo, como soy buena gente, se la cedí. Y que conste que era mi preferida.
A la mañana siguiente me desperté a las 6:30 de la mañana por un ligero rumor. Al principio no sabía muy bien qué era, ni siquiera sabía dónde estaba yo, porque esa no era mi habitación. Luego recordé el día anterior y caí en la cuenta de lo que podía ser ese ruidito molesto. Me levanté de la cama y me asomé a la parte de arriba de la litera. Ahí estaba Alberto, con una pierna fuera de la sábana y los brazos abiertos por encima de su cabeza. Sí, estaba roncando. Decidí vengarme por haberme despertado tan temprano.
Fue entonces cuando se me ocurrió la idea del siglo.
Fui hasta la cocina de puntillas para no hacer ruido y no despertar a nadie. Abrí la nevera rezando para que no se hubiese terminado. ¡Bingo! Aún quedaba bastante. Cogí el bote de nata y volví a la habitación.
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Las movidas de Mel
Teen FictionAlgo así como una hora después, recibí un WhatsApp de un número desconocido. *Dime que tu hermano no me ha timado y me ha dado bien tu número, Melo.* Me dio un vuelco el corazón. Por la foto de perfil pude ver que era Hugo el que me había escrito aq...