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"Se suele aprender mucho cuando tienes el corazón roto. Yo aprendí que a pesar de nuestros peores momentos, aún deseaba quedarme contigo, porque si nuestras miradas se encontraron, es porque alguna vez se buscaron."

Hanemiya Kazutora -

La curiosidad es un instinto primitivo e insistente que ha estado en el ser humano desde tiempos inmemorables, y suele ser un defecto en varias ocasiones, un factor que pone en peligro la vida de los intrépidos que se atreven a darle un frente, y saciar de una vez por todas lo que les aqueja en la turbulenta cabeza de dudoso ingenio. Algo inevitable para los que prefieren evitar un estado de estupor, optando más bien por asombrarse de todo el panorama que les rodea las carnes. Y existen algunos que no saben diferenciar si este sin fin de preguntas es un pensamiento torpe, o demasiado impresionante.

Matsuno Chifuyu era, quizás, el mejor ejemplar de curiosidad y el deseo de querer saber más, puesto que sus grandes y asombrados ojos se maravillaban con cada nuevo descubrimiento que llegaba a presenciar, e intentaba aprender lo más que podía de toda experiencia que le presentaba la vida. Cada acto y lección, cualquier enseñanza ajena o palabra que cierto sujeto le entregase a su disposición para él era un regalo, fuese buena o mala, no importaba. E irónicamente, fue Baji Keisuke quien incitó a ser de esa manera al pequeño pelinegro, comenzando por la tierna infancia en la que todo lo peligroso estaba absolutamente prohibido en su corta vida, provocando así un atisbo de deseo por saber en el pedacito de ojos color cielo, quien se admiraba y anhelaba la emoción que debían sentir los ajenos en aquellas interminables aventuras, en dónde regresaban cubiertos de tierra y heridas que parecían dolorosas. Quería un poco de eso, y el solo hecho de saber que no podría obtenerlo fácilmente le hacía tan solo atesorar más la fantasía de querer hacerlo.

Quería vivir lo que Baji vivía día a día. Quería estar en una gran pandilla y salir a pelear contra tontos que quisiesen desafiarle, y verse tan increíble como lo eran todos los niños de su edad. Quería poder caminar descalzo y hacer locuras en su estructurada vida, más este tipo de ideas siempre le fue reprochado por la persona que alguna vez consideró el amor de su vida, dándole el mismo argumento una y otra vez; "Mírame, soy un imbécil por hacer estas cosas, en cambio tú no lo eres. Tú eres mejor, tienes un gran futuro que te espera, así que no lo desperdicies siendo un imbécil como yo." Decía todo el tiempo, recalcando que el joven rubio en ese entonces, debía ser mejor que todos esos chicos que creían ser impresionantes solo por desafiar el sistema. Y estaba tan inmerso en protegerle, que no se dio cuenta jamás que estaba robando esa infancia que el pequeño Matsuno nunca pudo apreciar como un niño común, más esa burbuja de protección fue malograda al fomentar aún más la curiosidad, como quien dice que tiene más ánimos de hacer algo que no debería. Keisuke le había dado mucho más de lo que recordaba, y había formado su carácter a pesar de haberlo hecho por accidente...

(...)

Contempló cautelosamente el viejo pomo de la puerta de madera, maltratado y desgastado por la lluvia, como si hubiese estado años y años sin ser tocado por otro ser viviente, aferrado a tres tablas cruzadas que impedían el paso a la residencia, clavadas sólidamente e inamovibles. Cada segmento parecía anticuado e irreparablemente sucio, con la capa de pintura descascarándose y las ventanas forradas en cartones viejos que cubrían esa superficie en la que debería estar el templado vidrio. Contrastaban de gran manera con las modernas casas que rodeaban ese hueco abandonado por la mano de Dios, más eso significó nada. En decadencia y trisada se encontraba la pared de la lúgubre casa de los Hanemiya; una familia problemática que la mayoría de los vecinos desagradaban, calificada por la sociedad como lo más bajo de lo bajo en una época que no presumiría ser la mejor.

- No quiero ofender a la memoria de tus padres, pero hombre, este lugar es un basurero... - Expresó sinceramente, pasando sus iris por todo el lugar con cierto tinte de desagrado. El de ojos dorados tan solo sonrió de lado, tímidamente. - Da escalofríos.

Entre alcohol y tabaco [Kazufuyu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora