Extra: Antes de él.

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  La blanca luz delante de sus ojos se apagó unos segundos después de que sus gritos fueran inevitables, y el rostro del fornido hombre se apareció ante su rango de visión. El humo expulsado chocó directamente sobre la piel canela, indicándole tan solo con una mirada de las pequeñitas esferas que conformaban sus ojos que el trabajo ya estaba realizado, cosa que no hizo más que proyectar en su rostro un frenesí emocionado. Se apresuró a bajar de la silla en donde se situaba momentos anteriores, buscando mover rápido los pies para llegar al trozo de espejo roto y bastante desaseado. Las esferas doradas brillaron entusiasmadas al ver el enmarcado tigre negro en la piel descubierta de su cuello, observándole feroz a través del reflejo. Rió altanero, demasiado eufórico con el resultado que había dejado el hombrecillo de bigote a lo largo del largo lienzo en su cuerpo. Una marca que le acompañaría desde ahora, que seguramente envidiarían los ineptos de las calles en su barrio, y horrorizaría a las viejas chusmas de la cuadra. Le encantaba sin duda alguna. Finalmente, una parte de sí mismo lo tenía maravillado, y no podría esperar a mostrarlo, orgulloso de su hazaña.

    – ¡Me encanta! ¡Me encanta! ¡Me encanta! – Canturreó, con los ojos tan grandes como era costumbre. Sus encías asomándose por encima de la fila de dientes ligeramente enchuecados que conformaban la dentadura de la cavidad bucal. – ¡Me encanta, pero duele como el carajo! – Exclamó, sin perder su mueca de felicidad.

    – ¡Mierda, cállate de una vez, puto mocoso! – Su hostilidad no hizo detener la repentina alegría del muchacho, pero logró que se volteara lo suficiente como para poder verle el rostro de manera clara. Desvió la mirada con molestia, sin la capacidad de aceptar que aquella mirada amarillenta le producía incomodidad.

  Sus párpados tan abiertos como lo era posible al ojo humano, y las venas resaltándole alrededor de la pupila le daban un tinte de locura macabra, sin mencionar esa maquiavélica sonrisa afilada que mostraba usualmente a todo mundo. Había visto su actuar tan singular, difiriendo en su totalidad con otros niños. Casi siempre vagando por las calles en una motocicleta de dudosa procedencia, faltando a la escuela, cometiendo vandalismo, y metiéndose en problemas de manera constante, sobre todo cuando se trataba de violencia bruta, ensañándose con las pobres victimas que llegaban a ofenderle. Nadie comprendía cómo es que aquel tocado gamberro tuviera de progenitor al respetado y elegante abogado Hanemiya.

    – ¿Cuánto te debo? – Preguntó sonriente, girándose una vez más hacia el espejo a sus espaldas. Las líneas del dichoso tatuaje enmarcadas con el color carmín de la irritación, aquellas que ardían y quemaban. – Bueno, no importa, luego te pagaré.

    – No juegues conmigo, pequeño mierdecilla. No te va a salir gratis otra vez, ¿Oíste? – Gruñó molesto, apretando el filtro del cigarrillo con los incisivos. El ademán del joven solo lo hizo ponerse de peor humor.

    – Sí, sí, como tú digas... – Enunciaba, mordiéndose el labio inferior en una brillante sonrisa. La cabeza se le inclinó un par de grados al costado a causa de su propia mano, y entrecerró los ojos para sobrellevar el dolor del pinchazo. – Tengo que advertirte algo antes de irme, ¿Sí? – Añadió, llegando a un punto fijo en el espejo, en donde la mirada de aquel sujeto y el brillo ámbar se encontraron. – Si se llega a infectar, vendré a partirte las piernas, ¿Está bien? Así que espero que me hicieras esto con cariño...

  La intimidación en sí no fue suficiente para preocuparle, sino más bien el tono en la que lo había formulado y esa sonrisa dirigida a su persona, como si hubiese pactado las palabras más inocentes que pudiese haber encontrado al interior de la retorcida turbiedad de su cabeza. El muchacho tenía agallas sin duda alguna, sobre todo porque aquella advertencia realmente tomaría lugar en el debido caso. Sin más que agregar, el sonido de las descuidadas zapatillas resonó en el local de bajo presupuesto. Abandonó aquel sitio con la gratificante sonrisa, y el rostro inmarcesiblemente encantado. Las ráfagas de viento le lastimaban, pero no podría sentirse mejor por aquel dolor, tal como si fuese un premio esperado ante la tenacidad.

Entre alcohol y tabaco [Kazufuyu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora