VUELO

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El viento en su rostro le llenaba de adrenalina, la separación de miles de metros del suelo era algo que le causaba sensación y ni hablar de las vistas. Se sentía libre, como un ave que escapaba de su jaula; cada caída, vuelta y aceleración le fascinaba. El cielo estaba esplendido, sin una nube a la vista; desde su aeroplano lograba ver todo el palacio, era tan brillante.

A veces deseaba ser un ave; ellas eran uno de sus animales favoritos. Cuando era joven tener alas era un sueño, poder volar junto a su mascota solía ser su fantasía.

Intento extender uno de sus brazos, quería tocar esas nubes, tan hermosas y tiernas, estaban tan cerca...tan lejos.

—¡Second! —escuchó como gritaban; con gran habilidad monto en picada hacia la pista de aterrizaje improvisada que había montado en uno de los jardines del palacio— ¡Ya llegaron los invitados! ¡Su alteza imperial de Austria y su hijo han llegado! —exclamó un berlinés desesperado de que su káiser no le hiciera caso— ¡Hoy debes dar un recorrido a su majestad Imperial!

El aeroplano aterrizó suavemente en la pista y su conductor solo miró desinteresado a su superior; los lentes le estaban empezando a molestar y que le regañaran no le agradaba.

—Te vez terrible, si quieres puedo hacer tiempo en lo que te arreglas —habló estresado el de menor altura, mientras pasaba su mano por su pelo en busca de arreglarlo.

—Ojos esmeralda —susurró el Káiser con la mirada baja, fija en las ruedas del vehículo.

—¿Disculpa Second? —interrogó confundido Berlín.

—He escuchado que él heredero de Austria tiene ojos esmeraldas, los míos son rojos, ¿Crees...que yo podría... verme bien con ojos rojos? —balbuceó.

—Second, no hay tiempo para esas dudas, hoy debemos mostrar lo mejor del reino y para eso debemos estar presentables —guio al más joven hacia la entrada del palacio—. Necesitamos mejorar las relaciones con Austria.

—¿Podrías dar esta vez el recorrido tú, tío? —con inseguridad retomó la palabra el alemán—. Hoy no me siento muy bien.

Berlín paro en seco y con una mirada confundidadirigida a su sobrino retomó el paso, su suspiro logró ser escuchado y sindespedirse fue a presentarse con los invitados. Al desaparecer de su vista, elkáiser solo le entrego su casco a uno de los sirvientes y corrió a uno de susescondites favoritos, mientras aceleraba su paso sonreía emocionado, durantemeses había esperado esa visita, no podía más que imaginarse millones deescenas en su cabeza de como seria su encuentro con el heredero Austriaco;había escuchado que poseía una gran belleza, tan deslumbrante que dejaba sinhabla a todo quien lo veía.

De ojos esmeralda tan relucientes como una piedra preciosa, sus cabellos tan claros que daban la ilusión de ser blancos, su tierna voz, una melodía única de escuchar que no se podía perder. Generalmente, cuando escucha que alababan a las personas por su belleza no podía evitar sentir un asco tremendo, nadie era así de amable sin esperar favores a cambio y eso le irritaba bastante, esta vez no fue la excepción, de tan solo escuchar la exquisita descripción del principie no pudo evitar sentirse abrumado de que, muy posiblemente, un gran narcisista disfrazado entrara por su puerta buscando enseñarle que era el ser más humilde y magnifico de la tierra, estaba cansado de esas absurdas promesas, ni hablar cuando buscaban más que un tratado, solían superar limites inimaginables, pero ¿Qué le había hecho cambiar de idea?

Todavía lo recordaba como si hubiera sido ayer. Todo empezó en una fiesta meramente política, con los grandes Imperios y uno que otro Republicano, que, por cierto, no le agradaban mucho, eran más engreídos que los Imperios actuales y eso ya era mucho decir, si por él fuera los mandaría a todos al demonio, pero, retomando el tema, en una de sus caminatas para escapar de la música incesante se había topado con un pequeño ser, que si bien, en un principio creyó ciego por sus parches —muy llamativos hemos de aclarar—, era de un atractivo realmente espectacular.

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