⚔️XI: Morado y marrón.⚔️

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Maggie las miró sonriente—, Bien, síganme a la armería, para que probemos sus trabucos y la Herrera les haga los ajustes que necesitan, porque mosquetera sin trabuco no es mosquetera.

Maena iba detrás de ella, con Merry y Maya a cuestas, el cazador al final de las cuatro mujeres, escoltándolas.

La pelinegra encargada de la armería las atendió con bastante educación, asistiendo a cada una y escuchando los ajustes que deseaban.

Fue después de hora y media que terminó con las tres— Aquí tienes, señorita Merry, el ajuste del mango es algo sencillo de hacer, por si después le resulta incómodo.

— Muchas gracias...—dijo con un poco de timidez, tomando el trabuco y sintiéndolo entre sus dedos, sonriendo ante la comodidad.

— Pueden probarlo aquí mismo, hay unas dianas.

Así que pasaron un largo rato probando sus nuevas armas, a veces Maggie se le acercaba a una de ellas y les corregía un pequeño error de postura. Siendo que ahora estaba ayudando a Maena, acomodándole las piernas.

— Suele verse un poco incómodo, pero no debes pegarlas tanto, pierdes equilibrio a la hora de disparar, yéndote de espaldas y pierdes segundos para recargar acomodándote nuevamente.

La contraria escuchó atentamente, casi no podía entrenar en su anterior reino, perdiendo práctica y equivocándose en cosas que le resultaban naturales. Su ceño estaba ligeramente fruncido, pero no de molestia—. Comprendo, gracias.

Tener a alguien que le guíe la anima bastante, era alguien que consideró agradable sin conocerla por más de un día.

Permanecieron por un par de horas, la Herrera calibrando algunos detalles de sus trabucos cuando presentaban una incomodidad o error en su uso. El cazador las estuvo vigilando sentado debajo de un árbol cercano, dando de vez en cuando un pequeño consejo a las muchachas, quienes se sintieron un poco apenadas de estar ligeramente fuera de práctica por tanto tiempo sin usarse en batalla.

En una oficina bien cuidada, decorada por estantes y cuadros, un hombre joven y su padre se miraban, ojos marrones de ambos lados como espejos.

— Papá, ¿Por qué a la bandida no le han dado nuevas ropas?

El rey parpadeó— ¿A que te refieres, Dylan?

— En mi camino al establo me topé con la nueva bandida, que estaba buscando la enfermería para agarrar sus cosas e irse. —empezó a explicar, dejando su casco en el escritorio de roble— Quitando que la chica parecía nerviosa, noté que sus ropajes estaban muy desgastados. ¿No habías ordenado al sastre hacer la ropa de todas las nuevas?

Rió ligeramente Philip ante la pequeña acusación de su hijo— No olvidé pedirlo, pero Elizabeth reportó que las ropas le quedaban muy grandes y solicitó hacerle los ajustes, el sastre debería tenerlas listas para hoy en la noche o mañana temprano. Si deseas, puedes entregárselas en persona, como una disculpa por hacerla esperar.

— Eh- yo no me refería a eso... —suspiró— Pero está bien, estaré en mi habitación.

— No olvides tu casco.

— Si, si...

Se retiró en dirección a su cuarto con paso lento, no tenía ninguna responsabilidad que cumplir ese día, se permitirá a sí mismo estar tranquilo un rato, aún más sabiendo que a la mañana siguiente debía entrenar con su mazo.

Se preguntó si la nueva bandida estaría ahí, le había generado curiosidad la muchacha.

Topándose con una de sus hermanas a medio camino, sonrió. Era Darcy, una de las princesas de torre.

— Dyl. ¿Huyendo del deber real?

— Nah, no hay nada que hacer. ¿A donde vas?

Sacudió el libro que tenía en manos, para encogerse de hombros—. A la biblioteca... el arquero mágico me había prestado este libro y creo que tenemos uno que de relaciona.

Había planeado irse a su lugar feliz y morir en su cama, sin embargo hacía mucho que no participaba en algo con su hermana que no fueras las batallas.

La siguió rápidamente después de contemplarlo un momento.

«No toda la realeza es mala» [Clash Royale]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora