27. Fiesta, patos y empanadas

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Dos meses después.



En la finca de los Rojas se llevaba a cabo una gran fiesta. Aquel veintisiete de agosto cumplía años doña Leticia, la reina de la casa. Cada año su onomástico era celebrado por familiares y amigos como si fuera fiesta patria. Esto se reflejaba en la decoración del jardín y en el exuberante buffet distribuido en las mesas, que consistía en variedad de platillos dulces y salados.

En el centro se ubicaba el pastel de dos pisos; encima de este un cartel en letras y números que decía: Felices 68 años, Leticia.

En la mesa principal, la cumpleañera y don Humberto conversaban con Mariela y Víctor, los padres de Martín. Los consuegros habían congeniado de maravilla desde el primer minuto. Entre ellos se formó una amistad muy cercana, similar a la que tenían con Grecia y don Olvido.

—Ay, Leti, qué lindo está todo. Se nota el amor que tu familia te tiene. —Mariela observó con admiración la decoración y el banquete—. Y a cerrar el día con broche de oro con el concierto de Roberto Carlos y Raphael —dijo contenta.

—Los cumpleaños de Leti son los mejores —añadió Grecia—. Y este año coincidió con el concierto, así da gusto cumplir años —expresó, feliz por su amiga.

—Mi familia me sorprende cada año —contestó con una sonrisa radiante—. Y sumado a que el concierto cayó el mismo día de mi cumpleaños, imaginarán como estoy.

—Te entiendo, no veo la hora de que llegue la noche para ver de cerquita a Raphael. —Los ojos de Mariela brillaron al pensar en su ídolo español—. Solo me apena que no estemos en la misma sección.

—Sí, es una pena que no estés en la misma zona —agregó Grecia en tono triste—, pero lo importante es que irás al concierto.

—No se preocupen, la platea no está tan lejos del escenario. —respondió ella—. Roberto Carlos y Raphael, juntos en un mismo concierto no es algo que ocurra seguido. Así que yo feliz de verlos, aunque no sea en primera fila.

—Hablando de Roberto —mencionó Mariela en tono jovial cuando una melodía del citado cantante embargó la atmósfera.

Leticia pegó un grito al escuchar la canción, era de sus favoritas. Empezó a cantarla con la devoción de una fan enamorada.

—Mi Roberto Carlos, él es el único hombre con quien le sería infiel a mi esposo —declaró Leticia sin pena alguna.

Humberto detuvo la charla con Víctor y Olvido. Regresó a ver a su mujer con una expresión seria.

—Tranquilo, mi cielo, Roberto es solo un amor platónico —respondió doña Leti, disipando sus temores.

—Pierde cuidado, Humberto, sus boletos son en platea, pero si fueran en butacas, ahí sí preocúpate —rio Víctor.

—No se me asuste, compadre. —Se carcajeó don Olvido palmeándole la espalda.

Humberto se relajó. Estarían lejos del escenario, por lo que no tenía nada que temer.

El grito de Leticia llamó la atención de uno de los ocupantes de la mesa de enfrente.

—¿Por qué gritó doña Leti? —inquirió Martín preocupado.

—Porque su crush está cantando —dijo Raia con una mueca divertida—. Mi abuelita adora a Roberto Carlos.

—Y la mía a Raphael —rio Martín.

—Mi mamá y la tuya tienen otra cosa en común —murmuró Estela—. Me alegra que se lleven tan bien.

—No solo comparten gustos musicales —intervino Andrés—. También les gusta la costura, pronto empezarán a tejer el ajuar para los hijos que ustedes tendrán —soltó una risotada.

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