Joshua
El silencio en la casa me envolvía mientras caminaba hacia la puerta principal. Cada paso resonaba en mi cabeza como si fuera una cuenta regresiva hacia algo que no quería enfrentar. Las palabras de Billie seguían ahí, enredadas en mi mente como una maraña imposible de desenredar.
"Estoy enamorada de Joshua."
Ni siquiera había tenido el valor de mirarme al decirlo. Quizás eso dolía más que las palabras en sí.
El aire fresco de la noche me golpeó en la cara cuando salí de la casa. Afuera, el cielo estaba claro, pero en mi cabeza solo había tormenta. No sabía a dónde iba. ¿A buscar a Riley? Probablemente ya se habría largado, dolida y furiosa. ¿A buscar a Harry? No. No quería tener esa conversación. No ahora. No con él.
Me apoyé contra el marco de la puerta y cerré los ojos, intentando calmar el latido de mi corazón, pero todo lo que conseguía era revivir una y otra vez la confesión de Billie, la manera en que me miró antes de soltarlo. No podía quitármelo de la cabeza.
Cuatro años.
Cuatro jodidos años y nunca dejó de estar enamorada de mí. ¿Qué se suponía que hiciera con eso? ¿Qué demonios hacía ahora con esa información?
Abrí los ojos de golpe, soltando un suspiro frustrado. No era el momento. Riley estaba hecha polvo, y aunque lo que había entre nosotros nunca fue real, lo suficientemente real para mí o para Billie, ella no se merecía esto. Nadie lo hacía.
Caminé hacia el final del jardín, donde la cerca de madera se alzaba como un límite claro entre el caos que estaba desatándose dentro de la casa y el mundo exterior. Necesitaba pensar, pero todo lo que lograba era sentir. Rabia, confusión, culpa.
Sabía que debía ir a buscar a Riley, arreglar todo el desastre que había dejado ¿Qué se supone que le iba a decir? ¿Que nunca la vi de esa manera? ¿Que mi corazón siempre estuvo en otro lugar, con otra persona? No. Eso no solucionaría nada.
Me pasé una mano por el pelo, sintiendo cómo la frustración subía por mi garganta. Sabía que lo correcto sería poner punto final a esta historia, pero... maldita sea, no podía.
No después de lo que Billie había dicho.
No después de sentir que todo dentro de mí explotaba cuando sus labios rozaron los míos en esa maldita cocina.
Y justo en ese momento, lo entendí. Todo el caos no resuelto entre nosotros, toda esa tensión que nunca desapareció en estos años. La respuesta estaba ahí, tan clara como el cielo que me cubría: ella era la razón por la que nunca pude seguir adelante. Ni con Riley ni con nadie.
Billie.
Siempre Billie.
Me quedé ahí, con el corazón a mil por hora y la cabeza llena de pensamientos, preguntándome cuánto tiempo más podría evitar lo inevitable. Lo que no podía negar, lo que había evitado aceptar durante tanto tiempo.
Porque la verdad es que nunca dejé de estar enamorado de ella tampoco.
Me di la vuelta para ingresar de nuevo a la casa, pero me detuve en seco. Allí estaba ella. Riley. El rímel corrido y los ojos rojos. El silencio entre nosotros se hizo pesado, como una losa aplastándome el pecho. Riley estaba de pie en el umbral de la puerta, con los ojos hinchados y rojos, las lágrimas marcando líneas húmedas en sus mejillas. Cada palabra suya era una acusación que se hundía como un cuchillo en mi piel, y lo peor de todo es que no podía defenderme. No había forma de suavizar lo que había hecho, ni siquiera con la verdad.
—¿Te has acostado con ella? —preguntó, su voz rota, casi temblando.
Quise negarlo. Quise mentir solo para evitar que el dolor que veía en sus ojos empeorara. Pero la verdad siempre fue mi condena. Siempre.
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TAN ROTOS COMO EL OCÉANO •2•
Teen Fiction#2 Bilogía Sueños de Luna La historia continúa, cuatro años después. Y aún así, después de todo ese tiempo, cuenta la leyenda que aquel cigarro que se sostenía de los dedos tatuados de ese chico arrogante y misterioso, sigue encendido. Un pasado en...