24: MIDNIGHT MEMORIES

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Billie

Siempre me decía a mí misma que podía manejarlo sola. Mis problemas, mis miedos, eran solo míos. No quería que nadie más cargara con ellos, no quería que las personas a las que quiero se mancharan con la suciedad que parecía impregnar cada rincón de mi mente. Así que aprendí a sonreír cuando me sentía rota, a bromear cuando lo único que quería era gritar. Era más fácil así, mantener a todos a salvo de lo que ocurría en mi interior.

Pero esconder esos sentimientos tenía un costo. A veces, sin darme cuenta, lastimaba a quienes intentaban acercarse. Empujaba lejos a Maya, ignoraba a Nate, y en especial, evitaba a Joshua. Era irónico: al tratar de protegerlos, acababa alejándolos. Sabía que lo estaba haciendo, pero me convencía de que era mejor así. Era mejor que se mantuvieran limpios, lejos del caos que yo era incapaz de controlar.

Esa tarde, después de la partida de paintball, me encerré en mi habitación. La adrenalina de la competencia había sido una distracción bienvenida, pero al caer la noche, la oscuridad que tanto temía volvió a apoderarse de mí. La habitación se sentía extrañamente fría, y el silencio, más pesado que de costumbre. Me tumbé en la cama, mirando el techo, tratando de acallar los pensamientos que amenazaban con desbordarse.

El sonido de la puerta abriéndose me sobresaltó. Me incorporé un poco en la cama, y allí estaba Mackenzie, con una expresión que no lograba descifrar.

—¿Puedo entrar? —preguntó en voz baja, aunque ya estaba dentro.

Asentí sin decir nada, esperando a que llegara hacia mí. Se quedó frente al ventanal que mostraba la parte trasera de la casa, justo al lado de la terraza donde había estado con Joshua la noche anterior.

Las imágenes de anoche seguían vivas en mi memoria, y sus actos estaban impregnados en mi piel. De tan solo pensarlo, me estremecía, por el simple hecho de querer volver a estar entre sus brazos sin importar las consecuencias y las terceras personas. Por muy egoísta que sonara.

—Vi cómo Joshua te miraba mientras jugabais —murmuró Mackenzie después de un largo silencio.

Tragué en seco ante ese comentario.

—¿Mirarme cómo? —pregunté, haciéndome la desentendida.

—Muy cuidadosamente. Como si esperara que te sucediera algo malo. Con una preocupación peculiar.

—Joshua solo está exagerando —solté, levantándome de la cama.

—Creo que es más que eso —dijo antes de voltearse hacia mí—. ¿Habéis hablado de lo de...?

—No —la interrumpí rápidamente.

—Entonces, ¿por qué parece que de nuevo se está enganchando a ti? —frunció el ceño, como si la idea fuera terrible.

—No digas cosas donde no las hay, Mack.

—No me trates como si fuera idiota, Billie. Me conoces muy bien como para saber que no tengo ni un pelo de tonta. Y yo te conozco lo suficientemente bien como para saber que tú tampoco.

—No sé qué esperas que te diga.

—La verdad —suspiró. Hizo una pausa, mirando al suelo antes de fijar la mirada en mí—. No tienes ni idea de lo que pasó con Joshua cuando te fuiste.

TAN ROTOS COMO EL OCÉANO •2• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora